Saira se obligó a levantarse. Las escamas rojas habían desaparecido por completo, dejando la piel bajo su gabardina fría y sensible, como si acabara de superar una fiebre. Alejandro se arrodilló junto a ella, su rostro cubierto de tizna por el fuego, sus ojos fijos en la estatua de hielo del Ahuízotl.
-"¿Qué era eso, Saira?-" preguntó Alejandro, la voz baja, llena de asombro y terror.
Saira tardó un momento en responder, calibrando sus palabras. La fachada de "Musa de Hielo" era esencial ahora; si permitía que Alejandro viera la mujer asustada que acababa de enfrentar la transformación, pondría su vida en peligro y minaría el sacrificio que acababa de hacer.
-"Un Ahuízotl,"- respondió con tono de conferencia. -"El Chupacabras era su guardaespaldas. La Llorona, su exploradora. Son una Trinidad. Y la Luz de Obsidiana es veneno para ellos."-
Alejandro miró el machete que aún sobresalía del hielo. "-Y tú... tu cabello, tus ojos... ¿eso es el veneno?"-
Saira se levantó. Ignoró la pregunta, dirigiendo su mirada al cielo negro. -"No te pedí que te quedaras. El trato era: si te decía que corrieras, correrías."-
-"No me lo pediste,"- replicó Alejandro, sosteniéndole la mirada con una terquedad que la exasperaba y, peligrosamente, la anclaba. -"Me gritaste '¡Corre, Alejandro!' en la iglesia, pero aquí no dijiste nada. Me quedé porque tú lo necesitabas."-
Esa honestidad la golpeó más fuerte que el lamento de La Llorona. Los Grineer eran solitarios por necesidad. El apego era el combustible de su destrucción. Sin embargo, la inesperada calidez de Alejandro había sido el único freno a la furia de su maldición. Saira no podía arriesgarse a sentir gratitud.
-"Ya no necesito nada,"-declaró Saira, su voz un eco de su antigua frialdad. -"Mi trabajo aquí ha terminado."-
Se acercó al río, sintiendo el escalofrío que emitía el hielo azul. La congelación era profunda, pero no eterna. El Ahuízotl volvería, y para entonces, su poder sanador le permitiría buscar otra Trinidad, tal vez más fuerte, o incluso otro huésped. La solución no era matar a la criatura, sino romper el ciclo de su linaje.
El códice era claro: La maldición Grineer era la Llave del Agua, un poder elemental concedido para mantener el equilibrio, pero que condenaba al portador a una existencia de soledad. La frialdad no era una elección; era la única forma de mitigar el fuego interno. Mi abuela falló. Yo estuve a segundos. La calidez de Alejandro era un riesgo inaceptable. No podía permitir que la próxima vez que el Ahuízotl regresara, él fuera el cebo, o peor, el huésped. El verdadero afecto es la mayor debilidad del linaje Grineer, porque al ser atacado, provoca la transformación total. Lo vi en los últimos instantes de mi abuela. La amargura de la pérdida la convirtió en algo que tuvo que ser quemado. Saira, la Musa de Hielo. Era hora de que esa máscara se convirtiera en su única verdad. Era su penitencia.
Saira usó la punta de su bota para romper un pequeño fragmento del hielo. Guardó el fragmento. Una muestra del veneno.
-"Me voy de Río Místico,"- dijo Saira, sin mirar a Alejandro. -"Me llevaré la culpa y los rumores. El pueblo necesita una Cazadora para sus leyendas. Yo necesito algo más que eso."-
-"¿Adónde vas?"- preguntó Alejandro. No había súplica, solo aceptación tensa.
-"A buscar la fuente,"- Saira finalmente se volteó. Su rostro, aunque pálido, era la imagen de la perfección fría.- "El pacto. El origen de la 'Llave del Agua'. Hay un mito al norte, en la zona de los Cenotes, de una biblioteca bajo tierra. Quizás haya algo allí para romper el ciclo."-
-"Ire contigo,-" dijo Alejandro de inmediato.
Saira sonrió, esa sonrisa perfectamente vacía que hacía a la gente dar un paso atrás. -"No. No eres un cazador, Alejandro. Eres el ancla de este pueblo, el que repara lo que yo rompo. Quédate. Repárate. Y olvídate del pelo rojo."-
Sacó el machete, no del hielo (el riesgo era muy alto), sino una hoja de repuesto que llevaba en la cintura. La usó para cortar un trozo de tela de su gabardina negra, la empapó en aceite del fuego cercano y la colocó sobre la estatua congelada del Ahuízotl.
-"Cuando el hielo se rompa,"- continuó Saira, mirando fijamente la estatua congelada que brillaba en la oscuridad. -"El fuego que encendiste terminará el trabajo. No vuelvas al río hasta que el humo se disipe."-
Saira se dio la vuelta y se alejó sin una despedida. No se permitió mirar atrás. Dejar a Alejandro era la prueba final de su frialdad. Era el sacrificio para asegurar que la próxima vez que su maldición la reclamara, no habría nadie para frenarla, y por lo tanto, nadie a quien destruiría su nueva forma. El viaje acababa de empezar, y el destino de Saira Grineer, La Cazadora Pelirroja, ya no era cazar bestias, sino cazar su propia cura.
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Editado: 17.10.2025