La cenicienta de Queens

Capítulo 2: Sueños rotos

Para cualquier chica ser soltera con veinticuatro años, viviendo en la ciudad de Nueva York y escribiendo una pequeña columna en una editorial, sería un panorama excitante y lleno de aventuras a descubrir. Algo así como Sex And The City, para cualquier otra chica a excepción de Lucy:  

La sangre de sus venas se había helado mientras se cuestionaba cuál sería el siguiente paso a tomar, ya que sentía que si daba uno en falso se desplomaria por completo. El corazón le latía hasta doler y sus pensamientos colisionaban entre sí como si fueran planetas. Pero como era de esperarse, la decisión no sería sencilla o al menos Oliver no lo iba a  facilitar. Estaba apenado y desesperado por perder a la mujer que ama; así que los arreglos de flores, mensajes de disculpas, un sin número de llamadas y gestos románticos se hacían presente. 
 

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—¡Lu, cariño no es lo que parece! Sé que en este instante las cosas no me favorecen, pero... yo puedo explicarlo —se excusó en un notorio estado de pánico y con voz temblorosa negando los hechos mientras se acercaba con cautela.  

—¿Entonces no prefieres la comida Tailandesa a la Italiana? 

“¡¿Qué?!” Una exclamación de sorpresa se escuchó al unísono por todos los presentes en la sala del estudio. 

                                           

                                 ****** 
 

—¡Espera, qué! —exclamó Sarah interrumpiendo la narración de Lucy. 

Incluso Louis quien ya mostraba desinterés hacia los acontecimiento de lo sucedido, no pude evitar arrojar una grosería. 

—Si, lo sé... 

—Sabes, sólo... continúa —añadió Sarah llevando dos dedos con frustración al puente de la nariz. 

 

                                   ****** 

—¡Santo cielos niña, si que eres estúpida!                   —manifestó, aquella mujer con poca sensibilidad caminando hacia un bolso que se encontraba en el sofá—. Me habías dicho que estaba crédula, pero nunca pensé que tanto. Ahora comprendo que te gusta de ella, es como un pequeño gatito solo que sin delirios de grandeza y narcisismo —enfatizó con desagrado, sacando un cigarro y llevándolo a la comisura de los labios—. Si te sirve de algo no es tan bueno en la cama —añadió entre risa, logrando encender el cigarro mientras los ojos de Lucy se cristalizaron. Esta sentía como una punzada insistente le hacía añicos el corazón. 

Su sentido común junto con la lógica, se encontraban ausentes. Y muy en el fondo aquella chica risueña esperaba con todas sus fuerzas que dicha situación solo se tratara de alguna broma pesada; algo que fuese común hacer en la familia de Oliver, quizás como algún tipo de iniciación.

—¡Penélope, por favor! No te atrevas —exclamó Oliver entre dientes con un tono apacible pero poco tolerante mientras la observaba acomodarse en el sofá con el cigarrillo encendido—. Lu, sé que estás en shock ahora y es muy comprensible, pero te aseguro que no es lo que parece, bueno... —añadió tratando de tragar el nudo que tenía atorado. 

—¿Entonces está mujer no es tu madre? 

Preguntó en un hilo de voz, lo que causó un silencio estrepitoso en la sala. 

—¡Por un demonio, no! 

De inmediato el silencio se llenó por una voz cabreada que resonó con fuerza desde la entrada, debido a la tonta pregunta de Lucy. 

—¿Espera, tú quién eres? 

Preguntó Oliver girando la cabeza hacia la entrada. En la puerta se encontraba un sujeto con trenzas y de tez oscura. 

—Soy el repartidor —subió la orden de comida Tailandesa con una sonrisa simpática de oreja a oreja—. Pero no se preocupen por mí, sigan, sigan... —le hizo un gesto con la mano de que continuarán. 

—¿Hace cuánto llevas allí? —volvió a preguntar caminando en su dirección con un gesto de mil demonios. 

Para Oliver estaba claro que aquel chico no cargaba con culpa alguna… Bueno, tal vez, la de la curiosidad. Sin embargo, necesitaba descargar en alguien la frustración de su engaño.

—Yo… un rato, no es complicado entender la trama. Aunque las preguntas de la señorita son inesperadas, estúpidas, pero inesperadas —subió la mano en forma de saludo en dirección a Lucy y apretó los labios con una sonrisa apacible. 

—¡Será mejor que te largues! —soltó Oliver con cara de enfado y listo para atacar. 

—Oh, no amigo, no puedo irme con la comida, me la descuentan de mi paga. Ya sabes cómo es esto. ¡Vamos hermano hazlo por otro hermano! 

—Bien bien, ¿cuánto es? 

—Aquí está tu factura hermano, son cincuenta dólares con veintiocho centavos 

Le extendió la factura mientras Oliver caminaba irritado hacia la repisa en busca de algo de dinero. 

Si eres un simple espectador en una escena tan bochornosa como esta, lo más probable es que todo esto te resulte gracioso, sin embargo el corazón de Lucy se podía escuchar a kilómetros como se rompía en fracciones diminutas. 

A los cinco años Lucy, soñaba que era una princesa, todas las niñas en algún momento suelen soñar con ello, pero cuando se llega a la pubertad los sueños de la niñez son reemplazados en parte por la realidad. Aunque Lucy seguía firme y esperanzada a su sueño. ¿Qué tan difícil sería tener un final de cuentos de hadas, sólo que en la vida real? 

—Tu dinero, ahora lárgate de una vez. 

—Espera hermano no tienes porque ser tan grosero —decía mientras Oliver trataba de cerrar la puerta con brusquedad—. Una cosa más hermano, espera... 

—¿¡Qué diablos quieres!? —estalló con bastante cólera—. ¿Qué diablos quieres de mí? Estoy tratando de controlarme, pero si continúas interrumpiendo me veré en la obligación de partirte la cara. 

—Tranquilo amigo —levantó ambas manos en forma de paz al ver la frustración de Oliver y retrocedió varios pasos—, solo quería avisarte que la chica se fue mientras buscabas el dinero, demonios hermano si que eres descortés. 

—Solo lárgate, si... 

—Claro, claro. No te desquites con el repartidor, pero solo una cosa más, ¿dónde consigo una de esas?   —preguntó con una sonrisa pícara señalando a Penélope quien permanecía aún en el sofá con un aspecto desinteresado. 




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