La cenicienta de Queens

Capítulo 9: Vida lujosa

Nueva York 

Extrañar es fácil, de hecho puedes llegar a extrañar muchas cosas; un amigo, una rutina o un amor. Y Oliver extrañaba dos de estas, su perfecta e inquebrantable rutina y a la mujer que ama. 

—¿Dónde diablos te habías metido? —preguntó entrando con autoridad. 

—Debo cumplir servicio comunitario unas cuantas semanas —contestó con un semblante serio junto a la puerta. 

—¡Ah sí! Aquella locura del avión, no puedo creer que hicieras esa estupidez. 

—¿Qué haces aquí? —preguntó con desinterés.  

—Necesitaba ver a mi chico —anunció en un tono agradable, dejando en el sofá el abrigo de piel, que llevaba puesto junto a su bolsa Channel—. No me has hablado desde que tu chiquilla estúpida nos interrumpió —decía con lentitud acercándose a él. 

—Solo hay un detalle y es que yo ya no soy tu chico. He tenido mucho en que pensar. 

—Espero que haya sido sobre esa locura tuya de casarte, nunca me pareció la idea más sensata, simplemente no tienes madera para ello —aseguró mientras pasaba sus manos por los abdominales de esté. 

—Claro que aún pienso en casarme con ella —replicó áspero sosteniendo sus muñecas y retirando las manos de su cuerpo. 

Todos solemos tener un detonante y el de Oliver fue aquella mirada en los ojos de Lucy, lo vio, ella simplemente había perdido la fe en él. Debió dejar esta vida en el momento que le pidió que fuera su esposa. 

—Crees qué esa niña estúpida te perdone —objetó zafando de su agarre con brusquedad—, después de lo que vio, acaso viste su carita... Pero quizás es tan ingenua que pienso que podría terminar perdonando tus muchas veces de infidelidad y no solo conmigo, bien lo sabes —caminó hasta su bolso en busca de un cigarro—. Aunque debo de resaltar que fue una divertida anécdota para contar a las chicas del club, ni te imaginas cuánto nos reímos esa tarde. 

Oliver observaba a Penélope acomodarse en el sofá con las piernas cruzadas y brazos extendidos sosteniendo aquel cigarro, la veía inhalar el humo con satisfacción y luego dejarlo salir extasiada. La mujer de cara estirada que consideraba un reto tormentoso pelear con los años, a la cual se cogía cuatro veces a la semana por una considerable suma de dinero, con quién comenzó su productivo negocio desde hace cinco años. 

—Esto se terminó —musitó de manera apacible, aunque estaba molesto e irritado consigo mismo, porque sentía como sus palabras eran arrojadas hacia afuera con dudas. 

El se acercó hacia ella y tomó el cigarro que ahora tenía en los labios. 

—¡¿Qué cosa se terminó cariño?! —preguntó con cinismo y un toque de burla sin inmutarse mientras miraba como este apagaba el cigarro en uno de los ceniceros que él había comprado para ella. Penélope, deducía que aquella actitud era deprimente y un tanto patética. 

—Todo… Esta vida, no seguiré. Tú y yo y las otras, se terminó. Además, detesto a los fumadores. 

—Así qué dejas tu acomodará vida por ella —apuntó poniéndose de pie—. Yo te conozco bien, sé cómo piensan los tipos como tú. Estás acostumbrado a todo esto y no te culpo,

quién no… —hizo un gesto con la mano refiriéndose al lujoso y costoso estudio en Park Avenue—. Acaso no es increíble despertar todas las mañanas con tan majestuosa vista o dar un paseo por la ciudad en un coche deportivo, espera creo que alguna vez me comentaste sobre lo mucho que disfrutas comer en esos restaurantes elegantes y como olvidar aquel hermoso anillo. ¿Qué tan grande es la piedra?          —agregó lo último con varias carcajadas—. Yo te hice Oliver Barbieri, y no me va a pesar la mano para mandarte al lugar en donde te encontré. 

—No me importa sacrificarlo todo por ella. 

—Así que sabes bien que es un sacrificio, lo admites. 

—Eso no fue lo que quise decir y lo sabes, tú solo estás sacando mis palabras del contexto. 

—Solo sé que cuando logres que esa niña te perdone y renuncies a ésta vida llena de lujos y placeres, te arrepentirás y volverás a mí —aseguró tomando sus cosas—. Y ruega por que en ese momento me encuentre de humor y sea misericordiosa contigo. 

—No, no esta vez Penélope. 

—Tú lo sabes, yo lo sé. No quieres casarte y tener una familia Oliver, no estás hecho para eso. Además, si eso fuera cierto lo hubieses hecho desde hace dos años. Diviértete volviendo al lugar de donde te saque —añadió esto último saliendo del departamento y dejándolo allí lleno de dudas. 

 

                                   ****** 
 

París - Francia 

¡¿Qué?! ¿No puedo qué crea lograr eso? 

—Pensaste que te mandaría a París con todos los gastos pagos y tú en cambió harías un reportaje cualquiera, mediocre, común. ¡Eso es estúpido tan solo repetirlo! —exclamó su jefa al otro lado de la línea.

—Yo no tengo contactos, no soy nadie. Cómo se supone que consiga una entrevista con algún diseñador... —alegó Lucy con preocupación. 

—¿Crees que debí mandar a la asiática? Ellos son buenos en todo. 

—Usted tiene muchos contactos, tal vez podría... ayudarme. 

—Ahora esperas que yo haga tu trabajo y de igual forma te pague por ello, pero que desfachatez           —objetó con varias carcajadas cínicas—. Mira, no sé si tienes que besar un sapo, o decirle a tu hada madrina que te conceda un deseo, pero quiero una entrevista muy extensa con un diseñador de la semana de la moda, pero no con cualquier diseñador, no. Quiero a Sabrina Rousser. 

Pero eso es imposible. 

—¡Haz que se vuelva realidad Diana! —exclamó para luego colgar con brusquedad. 

Fue tan ingenua en pensar que lo lograría, París le había costado su trabajo y se suponía que era un cambio a favor. Ahora aparte de llevar un corazón roto debía afrontar el hecho de que en cuarenta y ocho horas estaría desempleada. Qué demonios pasaba con su vida.  Cómo pudo arruinarse todo en un parpadeo. Y luego estaban estos pequeños recuerdos de su relación con Oliver, que llegaban involuntariamente como fragmentos de una memoria pérdida denotando el hecho de aquellos pequeños detalles que siempre estuvieron ahí. 




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