La Cenicienta de Queens

Capítulo 20: ¿Irás tras él?

—¿Penélope, qué haces aquí? Te dejé claro que no quería volver a verte nunca más. Escucha, se acabó, supéralo —dijo Oliver con severidad desde la entrada de su estudio.

—No te hagas ilusiones, niño. Estoy aquí por negocios —respondió fríamente Penélope, sin hacer caso a sus palabras, y se adentró en la habitación seguida por un hombre de traje.

—¿Negocios...? —replicó Oliver con sarcasmo—. No seré tu títere, ni por todos los lujos del mundo. Sin ofender.

—Ahora te presentas como el señor intachable, pero recuerdo que esos lujos no te molestaban antes. Antes de que tu ingenua novia descubriera quién eres en realidad.

—No voy a negar que me gustaba el dinero fácil, pero la quiero a ella más... Devolví el deportivo que me regalaste, así que no tienes nada que buscar aquí.

—Podríamos haber logrado grandes cosas juntos, Oliver. Te doy la oportunidad de rectificar —dijo con cierta angustia, mirando al chico rubio de ojos vivaces. Aquella mujer temerosa de los años y con algunas cirugías estéticas, no podía evitar sentir una punzada en algún lugar de su cuerpo; ella había sido su mentora durante cinco años, enseñándole desde cómo satisfacer a una mujer con solo el roce de los dedos, o hacerla jadear de placer con la simple pose del misionero. Se sentía traicionada y decepcionada al ver cómo Oliver había cambiado por amor. Y lo peor de esa traición es que se había encariñado con el chico conflictivo, o simplemente le agobiaba perder esa chispa de juventud, que llevaba por nombre Oliver Barbieri:— Podrías haber sido alguien poderoso, respetado solo con mencionar tu nombre. El dinero trae poder, y el poder trae respeto. Pero ahora te conformas con un trabajo mediocre, tomando el metro como cualquiera, por un supuesto enamoramiento. Estoy decepcionada de ti. Pensé que lo había hecho mejor.

Oliver reconoció que las palabras de Penélope todavía tenían influencia sobre él. ¿Amor o poder? Sonaba como un cliché.

—No quiero nada que me deje vacío. Fui tu marioneta mientras duró, pero la elijo a ella. No arriesgaré perder a la única persona que me llena de verdad. Y no te preocupes, Lucy volverá a mí eventualmente.

—Ahora quién está siendo el credulo —añadió, acariciando con pesar una de las mejillas de Oliver por unos segundos, para luego dejar salir una suave carcajada burlesca.

¿El amor? No hay un sentimiento más estupido y patética que ese. Por supuesto que alguna vez ella se había enamorado hace ya muchos años, pero cuando la oportunidad tocó a su puerta, no se cuestionó y simplemente la tomó. No sería joven toda una vida, y una vez que sus años gloriosos terminaran. ¿Qué tendría? ¿Amor? Si de eso no se vive.

—Ahora eres guapo y joven, pero el tiempo no se detiene —arremetio Penélope, un tanto nostálgica.

Penélope había acogido a Oliver cuando era un chico con un estómago vacío y un sueño en los bolsillos. A ella le resultaba imposible, no podía entender por qué prefería el amor a todo lo que había anhelado. Esa chispa de avaricia que veía en él, era como verse al espejo. Por esa razón trataba de castigarlo, esperando que recapacitara.

—En fin, Edgar, dile al señor Barbieri a que hemos venido.

—¿Me vas a demandar? ¿Es eso? —preguntó Oliver sarcásticamente, esperando la respuesta del 
abogado—. Debes tener un poco de dignidad, Penélope. ¿Por qué no te enfocas en otras cosas? Tienes nietos, ¿no es así? Quizás deberías ocuparte de ellos en lugar de meterte en mi vida —añadió con desdén, tratando de ofenderla.

El comentario enfureció a Penélope. Él bien sabía que el tema de la edad estaba prohibido.

—Mi clienta no tiene por qué responder a provocaciones innecesarias —intervino el abogado, al ver que Penélope se había quedado sin palabras—. Pero tiene sesenta días para abandonar este estudio —anunció, sacando un documento sellado de su portafolio.

Oliver se levantó de inmediato y arrebató el papel de las manos del abogado.

—¿Qué es esto, Penélope? —gritó sin despegar la vista del documento.

—Es una orden de desalojo, cariño. ¿No sabes leer? —respondió suavemente, con una sonrisa en el rostro.

—Esto no es legal —dijo Oliver, arrugando el papel—. Este estudio está a mi nombre. Déjame refrescarte la memoria —añadió con confianza, caminando hacia la habitación que había convertido en su estudio—. ¿Cómo explicas esto? —señaló una hoja de papel a centímetros de la cara del abogado—. Ahí está claro el nombre del propietario. ¡Oh, espera! Resulta que ese nombre es el mío.

—¿Puedo verlo? —intervino el abogado.

—¡Claro! Así verás que tu cliente está perdiendo la razón. Solo está herida —respondió Oliver con desdén, mostrando el documento al abogado.

—Señor Barbieri, debo informarle que este documento es falso —declaró el abogado con seriedad, mientras Oliver mostraba escepticismo y Penélope lucía triunfante.         

 

                                       ******

Departamento en Queens 
 

—En serio no puedo creer que te hayas atrevido hacerlo —comentó en un tono de voz afectuoso.

—Si, así fue, solo me levanté un día y decidí cortarme el pelo.

—¡Por Dios cariño! Me habría encantado estar ahí contigo.

—¡A mí también me habría encantado! Sabes he estado pensando que puedo hacer que alguien me cubra en la librería y tomarme este fin de semana e ir a visitarte a New York —propuso una voz emocionada al otro lado de la línea—. Conocer a tus compañeras y un poco más de la vida de Sarah, lejos de San Francisco. También me gustaría estar a tu lado el día de tu exposición.

—Bueno... ¡No tienes que tomarte tantas molestias por mi, amor! Yo puedo ir para Pascua, es más lo acabo de decidir, yo iré.

—Genial... —contestó la misma voz de hace minutos, pero ahora apagada.

—¿Pasa algo? ¿He dicho algo qué te ha molestado?

—¡Sarah!

—¡Si!




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