La cenicienta de Queens

Capítulo 25: Síntomas

Dinamarca

—¿Qué tan ciertos son los rumores sobre abdicar al trono?

—Rumores. Usted misma acaba de señalar señorita —contestó a la periodista en un tono paciente fingiendo una pequeña sonrisa incauta—. Mi padre solía decir, que los rumores no se deben dar por sentados ya que no son más que suposiciones y nada está más lejos de la verdad que una suposición.

—Sin embargo, a su padre, parecían perseguirle los rumores… —señaló la misma reportera. Y por un momento, Edwards sintió una sensación abrumadora acompañada de un violento zumbido en la cabeza.

—¡¡Su alteza, alteza!! ¿Pero por qué alguien infundirá un rumor así? El mismo que ha tomado fuerza. Tal vez esto sea un mensaje y haya quienes piensen que no es lo suficientemente capaz para dirigir una nación —soltó otro periodista sin previó aviso.

—¿Lo afirmas o lo preguntas? Yo supongo que a veces las personas se aburren.

Volvió a retomar su seguridad y respondió con palabras nada directas en un tono divertido, lo que provocó que varios reporteros dejarán salir algunas carcajadas de gracia. 

—¡Alteza! ¿Por qué esperar hasta ahora para desmentir? Si hace meses se rumora aquello. ¿Será qué el príncipe tiene dudas?

Otra ráfaga en forma de pregunta en un tono alto y acusador se escuchó en la sala de conferencias

—Su alteza... ¿Piensa usted que tiene lo necesario para dirigir Dinamarca?

Las preguntas venían sin piedad de toda dirección. Como una casa de brujas donde Edwards, era el sentenciado a morir en la hoguera.

—Orden. ¡¡Orden por favor!! —exclamó acercándose al micrófono el secretario de prensa de la familia real para tratar que los periodistas mantuvieran la compostura y el respeto.

—Quiero concluir está rueda de prensa. Resaltando el hecho; que nunca, bajo ninguna circunstancias he pensando ni por un segundo abdicar. Y sobre sus preocupaciones, les garantizo que cuando llegue el momento, dirigiré tan bien como hasta ahora lo ha hecho su Majestad la reina. ¡Yo amo a Dinamarca! Y voy a demostrar con hechos que puedo llegar a ser merecedor de su confianza. Gracias a todos por venir —respondió con elocuencia y seguro de sí en todo momento mientras se retiraba de la sala rodeado de su anillo de seguridad.

 
Había hecho justamente lo que su madre le había sugerido; ser breve, pero no lo suficiente. Sin embargo las preguntas se seguían escuchando como si fuera una balacera del viejo oeste.

—¡Alteza! ¿Su viaje a París fue por placer o negocios?

—Qué hay de cierto sobre, ¿qué está saliendo con una actriz estadounidense? ¿Acaso ha decidido al fin sentar cabeza?

Edwards se detuvo por unos segundos y apretó los labios con una sonrisa de satisfacción al escuchar la última pregunta. Tal parecía que su plan estaba dando resultados.

—¿Ya conseguiste lo qué te encargue? —preguntó serio caminando por los grandes e impecables pasillos de la casa real, acompañado de Ashton y dos guardaespaldas más.

—Así es, cómo pudo notar, el rumor ha llegado a la prensa —contestó Ashton en un timbre bajo para evitar que los demás seguridad que caminaban varios pasos detrás de ellos pudiesen llegar a escuchar algo de la conversación—. Y el príncipe estará caminando de la mano mañana por las calles de Nueva York, con una aspirante a actriz poco conocida.

—Perfecto. Ahora sólo tengo que pasar desapercibido en lo que esté aquí —alegó un poco vacilante mientras se acomodaba la corbata.

—¿Cree usted qué el señuelo funcione?

—¡Eso espero! Que sea lo suficientemente creíble para que Lucy deje de sospechar de mí.

—Si sabe qué sólo retrasa lo inevitable, ¿cierto?

—Lo sé, lo sé... —repetía con desánimo ladeando la cabeza de un lado a otro varias veces, un tanto abstraído—, pero que opción he de tener y la verdad no es una de ellas. No aún —contestó deteniendo el paso y volteando hacia Ashton con un semblante lleno de dudas—. Tú crees que mi madre…

—¡Su alteza real! —le interrumpió el ama de llaves de la familia real haciendo una pequeña reverencia—. La reina solicita su presencia para tomar el té             —informó, inclinando la cabeza ligeramente como signo de apreciación para luego retirarse.

                                  ******

—¡A veces, las personas se aburren! —exclamó una voz masculina repitiendo las palabras del príncipe en un tono riguroso. Esté observaba la entrevista en la tv con desprecio—. Solo le basta con sonreír, decir una payasada y sus problemas se solucionan             —seguía despotricando indignado mientras se levantaba de la cama del cuarto de hotel donde se encontraba y procedía a servir un vaso de whisky con el ceño fruncido.

—¡Se llama carisma! Unos la tienen… —alegó su acompañante en un tono seductor, parándose igual de la cama y envolviendo su cuerpo desnudo en una fina bata que le cubría hasta los muslos—, y otros la desean.

La mujer terminó su frase tomando el vaso de whisky de las manos de éste y dándole la espalda, cosa que lo enfureció. 

—No estás aquí para opinar —afirmó de manera brusca acercándose a ella por atrás y sujetándola del cuello de modo imponente, luego se acercó a su oído mordisqueando el lóbulo mientras cerraba los ojos un tanto excitada—. Atente de comentarios estúpidos y solo encárgate de que el plan funcione. Aunque por ahora deberías usar esa imprudente boca tuya en otra cosa...  —añadió haciendo que está descendiera despacio hasta quedar de rodillas frente a él.  

                                                  
                                     ******

—Fuiste directo pero sutil, encantador, pero no demasiado y entendiste cuando retirarte —resaltó mientras endulzaba el té con pequeños movimientos circulares y tratando de no tocar los bordes de la taza para evitar el ruido—. Lo has hecho bien —lo elogió. Retirando la cucharilla de la taza y dando un pequeño sorbo al té.

—¡He aprendido de la mejor! —señaló observando a su madre quien lo miraba fijo apretando los labios en lo que parecía una sonrisa de aprobación—. Madre yo... quiero decir... —esté balbuceo con un poco de temor en su voz sin saber como empezar la conversación. 




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