—¡Es bueno estar de vuelta! —exclamó el príncipe de muy buen humor, inhalando bastante aire y dejando salir en un suspiro largo, mientras leía los encabezados tomando el desayuno en la sala de estar de la habitación presidencial del hotel—. “El príncipe Edwards, simplemente un Don Juan sin sentido del pudor, y mucho menos respeto” es algo reconfortante que esta vez esas palabras no tengan que ver conmigo, al menos no de manera directa
—acotó con cierto alivió y sin ningún malestar de culpa a la vista.
—Yo sigo pensando que debimos cambiar de hotel —aseguró Ashton pensativo—. La señorita Andrews no debe ser la única reportera que confiarma, ya ha este punto, que está alojado aquí. Es cuestión de tiempo para que el lobby se infecte de sanguijuelas… Sin ofender a la señorita Andrews de la cual está repentinamente enamorado —Ashton agregó.lo último, apretando los labios con una sonrisa incrédula.
—Aquello es un buen punto... ¡Y si, por cuadragésima vez hoy! Si estoy enamorado de ella. Aquello ya es un hecho. Y retomando lo que decía; cambiarnos ahora me pondría al descubierto, ella suele ser muy perspicaz y sería cuestión de días, tal vez horas, para que uniese los puntos. Cómo crees que se vería si mágicamente surgiera el rumor de que el príncipe ha abandonado el hotel plaza. No voy a arriesgarme a que descubra mi treta antes de tener la oportunidad de explicarme.
—Esperemos mi buen señor que todo resulte como prevé, y al final se quede con la chica de la cual está repentinamente enamorado… —añadió, apretando los labios en otra sonrisa.
Simplemente creer aquello era desconcertante y aunque en diversas ocasiones llegó a mencionar el tema sobre que el amor a primera vista podría estar a la vuelta de la esquina, y nacer en cualquiermomento. Lo cierto era que con ello, sólo trataba de sosegar un poco el destino del príncipe.
—¡Ya basta de esa sonrisa espeluznante! ¿Acaso es tan difícil creer que puedo llegar a sentir amor del tipo romántico por alguien? …No soy un monstruo Ashton —señaló en un tono débil y conflictuado.
—¡Lo lamento! Y no creo ni por un segundo que usted sea aquello, señor. Pero tienes que estar completamente seguro, no sólo seguro. Ya que no eres el único que puede llegar a salir herido. Lo aprecio y recibiría una bala por usted, sin dudarlo, pero ello no me hace ciego. Y si en algún momento cambiará de opinión, usted seguiría con lo previsto. Pero esa chica por la cuál estoy obligado moralmente a sentir un poco de empatía, ella quedaría desecha —específico con bastante sabiduría.
—Lo entiendo… —aseguró poniéndose de pie y caminando hacia el aposento sin dejar salir más palabras.
A veces dudar antes de actuar, es lo más sensato que puedes llegar a ser.
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San Francisco
La mesa de comedor, que solía ser poco utilizada cuando Sarah vivía en casa, ahora estaba llena y ampliada; su padre ocupaba el extremo opuesto, con Nancy a su izquierda, seguida por Ricky, su hijo mayor, a la derecha con su pequeño de dos años en brazos. Robert Jr, el segundo hijo, estaba junto a su esposa Dennys, embarazada, seguidos por George y su esposa María, que llevaban a bordo a dos bebés, y Maximiliano, el menor de los cuatro hermanos, el único que aún permanecía en casa.
Las risas resonaban en la mesa mientras los tenedores chocaban contra los platos, sumiendo a Sarah en una especie de locura. ¿Cómo era posible que ahora estuvieran actuando como una familia modelo? ¿Dónde estaban los gritos, el padre que solía sentarse en el sillón con una lata de cerveza y un cigarrillo viendo deportes, escaso de paciencia y cariño? ¿Dónde estaban las burlas de sus hermanos por su apariencia y su comportamiento poco femenino?
—Así que ahora desayunamos waffles los domingos después de la iglesia —inquirió Sarah en un tono hostil, mientras su padre, Nancy y los demás dirigían sus miradas hacia ella, deteniendo las risas— ¡Genial, ahora voy a fingir que de niña hacíamos esto todo el tiempo!
Su hermano mayor, Ricky, carraspeó la garganta en un intento de restar importancia al comentario hostil de Sarah, tratando de mantener la paz en la mesa y aliviar la tensión que se había creado.
La atmósfera en la mesa se volvió a llenar de risas y recuerdos compartidos, aunque para Sarah era difícil unirse a la alegría de sus hermanos.
—Tienes que probar los waffles de Nancy, Sacky, son los mejores; una vez que pruebas uno, no puedes parar —comentó George, provocando la molestia de Sarah al recordarle un apodo que odiaba.
—¡Sabes bien que odio que me llamen así! —respondió Sarah con frustración.
—¡Desde cuándo, Sacky? Para nosotros siempre serás nuestro hermanito pequeño —bromeó Robert Jr, añadiendo más leña al fuego—. Aunque ahora te creas mejor que nosotros por vivir en Nueva York y ser artista... sí, te vi en el periódico —añadió su hermano, y aunque su voz sonó burlona, sus palabras no se sintieron maliciosas.
—Oh, esto me trae recuerdos —dijo Max, tratando de recordar un nombre con fingida dificultad—. ¿Recuerdan a este chico... cómo se llamaba...?
—¡Espera, no estarás hablando de Kevin Pattinson! Alias el amor imposible de Sacky —intervino otro hermano, provocando una reacción exagerada por parte de los demás, pero que incomodaba a Sarah.
—Sí, recuerdo que Sacky babeaba por él, tanto que incluso cuando venía a jugar videojuegos acompañado de su novia, aún así se maquillaba como un payaso —Se rió Ricky, seguido por el coro de risas de los demás.
Mientras los hermanos compartían risas y anécdotas, Sarah se sentía cada vez más distante de aquellos recuerdos. Su perspectiva era diferente, sus recuerdos no eran reconfortantes como los de los demás. La única fuente de consuelo en sus recuerdos de la infancia era su abuela, quien representaba un anclaje en un mar de memorias difíciles y conflictivas.
—Sacky, ¿recuerdas aquella vez cuando tú...? —comenzó uno de sus hermanos, sumergiéndose en un mar de recuerdos que para Sarah parecían estar llenos de sombras y dolor.