Hay algo especial en cada temporada en Central Park que llena a todos de felicidad y esperanza; la nieve silenciosa en invierno, los colores anaranjados y amarillos de las hojas en otoño, el cálido verano, pero en especial, las promesas y juramentos de amor eterno que han tenido lugar en el pulmón de la ciudad.
—No puedo creer que alguien no haya visto las películas de Bridget Jones. ¿En serio estás bromeando? ¡Por favor dime que estás bromeando! —comentó, aparentemente sorprendido por la revelación.
—No, no lo estoy. Si te sorprendió a ti, imagina mi reacción. Así que me vi obligada a compartir un poco de cultura, incluso mientras trabajábamos —expresó Lucy, recordando la situación con humor.
—Lucy Andrews, salvándote de la ignorancia cinematográfica desde tiempos inmemoriales —declaró él, con entusiasmo, buscando rápidamente un nuevo tema de conversación para evitar que el silencio se hiciera entre ellos—. Aunque, si no recuerdo mal, yo te presenté a Bridget Jones.
Aún sorprendido y enormemente feliz de que ella hubiera aceptado su invitación a caminar por Central Park y le contara sobre su día con naturalidad, él se sentía lleno de esperanzas, aunque también una preocupación latente pesaba en su pecho de manera involuntaria.
—Es cierto, simplemente trato de compartir el conocimiento que me fue dado en su momento —añadió en un tono un tanto condescendiente pero con una sonrisa cortés en los labios.
—Seré sincero, me sorprendió que aceptaras mi invitación a caminar por Central Park, como solíamos hacer los lunes —comentó Oliver tímidamente. Se sentía nervioso y tímido, como si estuviera conociendo a Lucy por primera vez.
—Para ser honesta, Oliver, también estoy sorprendida. No lo sé... es solo que... —acotó Lucy, deteniendo el paso frente a la fuente Bethesda y mirando hacia ella, observando cómo el agua salpicaba pacíficamente—. Ahora siento como si apenas te conociera. Como si las cosas hubieran dejado de fluir de forma natural —mordió su labio inferior involuntariamente, expresando sus pensamientos.
Sus palabras eran ciertas. El ambiente entre ellos se había vuelto extraño, como si fueran desconocidos que compartían recuerdos tanto buenos como no tan buenos. La sensación de distanciamiento y extrañeza llenaba el aire.
—¡Pues mucho gusto! —exclamó Oliver, volteando a ver a Lucy algo desconcertado mientras extendía una mano hacia ella con osadía—. Oliver Barbieri, escritor fracasado sin talento, imbécil de profesión y fan de Lucy Andrews a tiempo completo —agregó, notando cómo su intento de presentación causaba que Lucy frunciera el ceño expectante.
En su mente, Oliver había imaginado esa escena de manera diferente. Su expresión se ensombreció y la sonrisa simpática que mostraba se fue desvaneciendo poco a poco.
—¡Perdona, yo...! —expresó con preocupación, retirando la mano al ver que Lucy no reaccionaba como esperaba. Se dio cuenta de que tal vez había cometido una estupidez y no era el momento apropiado para intentar ser el señor carisma.
—¡Mucho gusto, Oliver! —exclamó Lucy después de unos tensos segundos que para Oliver parecieron horas. Esta vez era ella quien extendía la mano hacia él, mirándolo fijamente a los ojos.
Oliver estrechó su mano un poco desconcertado. Los momentos en los que Lucy permaneció inmóvil lo habían angustiado considerablemente. Parecía haber heredado de ella los constantes estados de pánico, dudas y divagaciones en escenarios hipotéticos. Pero lo que más lo desconcertaba era esa extraña sensación de ser observado constantemente.
—Yo soy Lucy Andrews. Supongo que eres mi fan —agregó Lucy, siguiendo el juego.
—¡Tu más grande fan! —se inclinó hacia ella para decirlo, acercando sus labios tanto a su oído que provocó un cosquilleo en su espalda baja.
—¡Dios! —exclamó Lucy visiblemente frustrada mientras se separaba unos pasos de él.
—Lo sé... —respondió Oliver con un tono agudo, llevando una mano a su nuca y echando la cabeza hacia atrás por unos segundos. Ambos se encontraban en un estado de frustración constante, sin saber qué decir o hacer—. No nos hemos visto desde aquella noche en el Bronx, lo sé... no hemos hablado nada desde que me confesé a ti. Para mí también está siendo difícil, Lucy, no sé lo que piensas de mí ahora y estoy aquí tratando de aparentar calma cuando la realidad es otra. ¡Por lo que más quieras, Lucy Andrews! No finjas solo tolerarme —agregó con pesadez—. Yo... yo prefiero tu odio antes que tu lástima.
Lucy le lanzó una mirada tensa, luego comenzó a caminar hacia él sigilosamente sin decir nada y simplemente lo besó.
—¿Qué... qué haces?
Al principio, Oliver no reaccionó al beso, se vio sorprendido por la situación. Sin embargo, luego de un momento, tomó a Lucy por los brazos y la apartó con suavidad.
—Lucy, no quiero aprovecharme de ti. Estás pasando por cosas difíciles, estamos pasando por cosas difíciles. Estás en un estado frágil, donde la duda te atormenta constantemente... lo entiendo, porque yo también me siento así. Aunque sienta el impulso de actuar de manera impulsiva y entregarme a este momento, no sería lo correcto... ¡Por el amor de Dios! —exclamó con inquietud, soltando a Lucy y retrocediendo varios pasos mientras le daba la espalda.
Oliver apretó los ojos y se dio pequeños golpecitos en la frente con la mano. De repente, se sintió perdido y confundido, con pensamientos borrosos que lo abrumaban. La intensidad del momento y la vulnerabilidad de Lucy lo habían llevado a detenerse.
—Hazlo...
—¿Qué...? —Oliver se volteó perturbado al escuchar la invitación de Lucy.
—¡Que me beses! —demandó ella, acercándose lentamente.
—Lucy, no. Estoy tratando de ser alguien que puedas merecer —alegó Oliver, convirtiendo esas palabras en una desesperada incertidumbre—, alguien en quien puedas confiar nuevamente. No estoy buscando retomar lo que teníamos. Quiero algo mejor contigo.
Lucy se detuvo al escuchar las sinceras palabras de Oliver. Esta era una faceta diferente de él, una versión que quería arreglar las cosas con calma y sin atajos.