—¡Vamos, Lucy! ¡Ya no estés enojada conmigo por favor! —exclamó de manera melodramática haciendo pucheros tristes. Lucy en cambio, fingía ignorarlo mientras preparaba botanas para la reunión improvisada que había preparado su engorrosa amiga francesa, sólo por alcohol. Justo ahora, Louis, era su persona menos favorita—. Hola… soy el señor mortadela —tomó una mortadela de la bandeja de entremeses y la puso a centímetros de su rostro, mientras fingía la voz a una infantil—, No es que Alberth no haya querido apoyarte, es solo que necesita el empleo; él tiene una pequeña sobrina a la cual ama con su vida y que depende de él —agregó, aún fingiendo el tono de voz. Aquello hacía que Lucy dejará escapar sonrisas involuntarias, mientras más de una persona observaba la escena con curiosidad desde la sala—, aunque pudo elegir mejor sus palabras a usar. Lo que Alberth trata de decir. Si, acabo de referirme a mi en segunda persona —añadió saliendo del personaje—. Es que soy un idiota, pero aún estoy en tu equipo y no voy a dejar que Yuan te moleste.
Lucy se volteó hacía él con el rostro serio, apretando los labios para evitar reírse.
—Si paras de hacer eso con la comida, puede que haga borrón y cuenta nueva —aseguró relajando el semblante y dejando salir una pequeña y adorable risita.
—¡Hecho! —afirmó bajando la mortadela y casi poniéndola de nuevo en la bandeja.
—¡No! —Lucy gritó de imprevisto, algo sobresaltada haciendo que él se detuviera— Tú… puedes quedarte la mortadela —agregó la chica, agrandando los ojos con una sonreía forzado en sus labios. Alberth en cambio se echó a reír con diversión por sus gestos bastantes expresivos.
—Perfecto, ese fue mi plan todo el tiempo —admitió en tono bromista, levantando un poco la cara y dejando caer la mortadela en su boca.
—Ya veo que…
—Lucy, te escuche gritar. ¿Todo va bien? —Oliver se acercó interrumpiendo el momento y dedicando una mirada severa a Alberth.
La morena abrió la boca para responder, pero una vez más fue interrumpida.
—Yo creo que Lucy es bastante capaz de cuidar de ella misma —alegó Edwards acercándose a ellos.
—Y eso lo piensas en serio o sólo lo dices para tratar de quedar bien a sus ojos. Por qué estás aquí ahora
—espetó, Oliver, haciendo que Edwards se diera cuenta de la estupidez que acababa de cometer.
Él no sabía cómo comportarse. Nunca en su vida había tenido que pelear por la atención de una mujer. Y justo en este momento habría dado lo que fuera por poder ser él y no ese tonto alter ego llamado "Chad"
Él estaba apunto de comentar de vuelta cuando también fue interrumpido.
—¿Todo va bien? —inquirió Sarah—. Es que se puede oler la testosterona desde el otro lado de la sala.
—No lo sé… —expresó Lucy algo exhausta. Ella solo quería una noche tranquila; un bote de helado, escribir algo y tal vez terminar horneando algún postre para los nuevos vecinos, pese a las recomendaciones de sus amigas—. ¿Pero me puedes ayudar a llevar las botanas?
—Yo no quiero servirle a nadie —respondió con reproche—. Y esto debería haberlo hecho la francesita pedante.
—Bueno, míralo de esta forma, si tomas una bandeja me estarás ayudando a alejarme de este incómodo lugar. ¡Por favor! —señaló la morena con juicio, observando a Edwards y Oliver, quienes permanecían en silencio como si fueran niños pequeños a los cuales acababan de regañar.
—Ya que lo pones así, por supuesto —Tomó una de las bandejas y siguió a Lucy hasta la sala.
—Ustedes dos no pueden conmigo. Yo trabajo con ella todos los días, ocho horas al día, a veces más —expresó el chico pelinegro en un tono bajo y altanero, seguido de una sonrisa prepotente retirándose a la sala.
Mientras Oliver y Edwards se atacaban el uno al otro, no se habían percatado de que aquel chico pelinegro con estilo de surfista también estaba interesado en ella. Y lo habían subestimado.
El príncipe dejó escapar un suspiró llegando a la conclusión, que debía parar con esto. Sin dudas no era la manera correcta para hacer que Lucy se decidiera por él. Si quería que eso pasara antes de los ocho días restantes que le quedaban debía ser más inteligente.
—Tregua —planteó Edwards volteando hacía Oliver.
—¿Qué?
—Tengamos una tregua por hoy.
—Tienes miedo de que Lucy entre en razón y se decida por mí. Porque es lo que pasará —alegó Oliver con soberbia.
—No. Yo jamás tengo miedo —contestó firme y confiado de sí—. Pero si no hacemos una tregua ahora, sólo pasará una de dos cosas —enunció levantando el dedo índice, mientras observaba a Alberth y Oliver procedía hacer lo mismo—. Lucy correrá a su habitación con más confusión y llorando, mientras el tipejo aquel, tal vez la consuele. La segunda:—agregó levantando dos dedos—. Es que esta situación la sobrepase y salga despavorida hacia la calle en medio de una tormenta. Así que te voy a noquear sin pensarlo dos veces y saldré corriendo tras ella primero. Luego la voy a consolar y nos besaremos bajo la lluvia y será un beso largo con lengua y totalmente apasionado. Aquí entre nos, ruego porque te niegues a la tregua y pase lo segundo —aseguró tratando de manipularlo por un bien mayor de nombre, Lucy.
El chico conflictivo trago saliva, no le gustaba para nada tener que admitir que el imbécil aquel tenía razón.
—Tregua —reiteró extendiendo la mano hacia él, Edwards agitó la cabeza en modo de afirmación y le apretó la mano con fuerza—. Que quede claro una cosa —replicó, aún unido en el apretón de mano—, esto lo hago por su bienestar, no porque crea que tú, puedes llegar a noquearme —añadió, dejando salir una carcajada de burla y soltando su mano.
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—Su majestad la reina desea hablar con su hijo el príncipe —demandó la asistente personal de la reina.
—Podría comunicarle a su majestad la reina que su hijo el príncipe está tomando una ducha en estos momentos —respondió Ashton, un tanto ansioso mientras rascaba su calva cabeza con temor de que aquella llamada se saliera de control.