La Cenicienta de Queens

Capítulo 37: ¿Decepción o poder?

—La pregunta del millón ha sido respondida. Anoche, en uno de los eventos más prestigiosos de Manhattan, el príncipe Edwards fue expuesto. ¿Tenemos la primicia? ¡Por supuesto que sí! —declaró con una risa ahogada cargada de arrogancia—. También damos la bienvenida a nuestro equipo de "Vida nocturna en Nueva York" a Yuan Hashimoto. La colega que desentrañó toda la red de mentiras tejida por el príncipe.

Lucy estaba acostada de lado en su cama, viendo un programa en su computadora. Observaba cómo Yuan entraba en escena con una sonrisa radiante, de esas que gritan desde la distancia como si fuera un ventarrón "¡Lo he logrado!". Al final, Yuan había decidido dejar de lado la revista a la que originalmente iba a dar la primicia, optando por dar un gran salto hacia la televisión.

Aquello era insólito. El universo recompensaba a Yuan por jugar de manera deshelar. Verla allí sonriente, despreocupada. Solo provocaba la cólera en Lucy.

—Yuan, qué piensas de las opiniones de algunas personas en las redes. ¿Sobre tu manera de actuar ante la situación? Algunos internautas de twitter, opinan sobre tu nula solidaridad femenina. ¿Tú qué les dirías?

—Pues yo les diría que era necesario. Si hubiésemos llevado el asunto privado, el príncipe irreverente no habría tenido su merecido. Una cucharada de su propio chocolate. Si, hubo algunos daños colaterales, de ello estoy consciente, y en mi corazón estoy destrozada también.

Aquel daño colateral al que se refería Yuan, tenía nombre, apellido y una mirada desgarradora.

—Sabes, el internet es un mundo fascinante y ahora las opiniones se encuentran divididas. El cuarenta por ciento de nuestra audiencia cree que el príncipe es un imbécil pedante, al cual no deberían de otorgar tanto poder. El cincuenta por ciento, asegura que el príncipe se enamoró de la chica realmente. Y, curiosamente hay un diez por ciento, conformado por mujeres, donde dicen que les gustaria partirte la cara. ¡Yo y tú tendría cuidado Yuan! —añadió con voz animosa—. Ahora bien, dejando aún lado por unos momentos estos de las redes sociales. Casi no sabemos nada sobre ella. ¿Cuéntanos, qué tal es tu relación con la Cenicienta de Queens?

—Pues, Lomdong. Mi relación con ella —decía, con una sonrisa despampanante mirando fijo a la cámara mientras la morena sentía como aquella mirada la
traspasaba—, es buena... de hecho me atrevería asegurar que somos muy buenas amigas. Ella sabe que es un ser excepcional y mi intención nunca fue provocarle un daño. No es nada personal. Sólo cosas del oficio. Y desde aquí quiero extenderle una invitación a mi buena amiga Lucy Andrews, para contar su versión, las chicas debemos apoyarnos entre sí. Así que nuestras puertas siempre estarán abiertas para ti, Lucy.

Esas palabras hicieron hervir toda la sangre en el cuerpo de Lucy. Ella apretó los ojos con fuerza y dejó salir varios chillidos por unos segundos en forma de rabieta, luego respiró con profundidad todo lo que pudo, se puso de pie de un saltó y tomó la laptop. Abrió la puerta de su habitación azotando con furia y caminó hacía el gran ventanal que estaba en la sala, arrojándola desde allí hacía abajo.

—¡Te odio ciudad de Nueva York...! —exclamó con fuerza, su respiración estaba agitada.

—¡Nueva York también te odia! —escuchó resoplar en un tono burlesco a un desconocido.

Al escuchar todo el estruendo sus compañeras salieron de sus habitaciones dirigiéndose a la sala.

—¡Ah sí! Porque no subes y me lo dices aquí, con gusto te partiría la cara, de hecho me harías un favor —gritó la morena en un tono amenazante, pero que por alguna extraña razón no dejaba de ser tierno.

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Hotel plaza - suite presidencial

—Desde un punto de vista psicológico podemos acreditar que la personalidad del príncipe se basa en la de un niño berrinchudo. Le aburre no ser el centro de atención.

—Si, es importante destacar aquello. Las controversias le siguen a todas partes. Tal vez, es lo que lo mueve. Su propósito en la vida. Todos tenemos uno —señalaba uno de los conductores de algún programa de farándula, mientras se reía de Edwards en un tono burlesco.

Edwards, camino decidido hacía donde se encontraba el televisor. Estaba harto de cambiar de canal y solo escuchar su nombre acompañado de características que no lo definían en lo más mínimo.

—Panelistas de farándula... ¡¿Qué diablos es eso?! Acaso tan siquiera existe —cuestionó en voz alta mientras levantaba la pantalla y se dirigía al balcón.

—¿Qué hace? —exclamó Leonal pasmado, observando al príncipe con el televisor en las manos casi a punto de dejarlo caer hacía abajo.

—Yo...

—Usted sabe que no puedo dejarlo hacer eso.

—Definitivamente no deberías dejarme hacerlo —afirmó Edwards en un tono condescendiente dándole la razón a su guardaespaldas, mientras Leonal caminaba hacia él y sujetaba el televisor de un extremo.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ashton con curiosidad entrando a la sala.

—Tú... ni siquiera te atrevas a dirigirme la palabra —específico con exigencia, soltando de imprevisto el otro extremo del televisor. Aquello causó que Leonal se tambaleara perdiendo un poco el equilibrio.

—Yo tome una decisión y no me arrepiento —repuso Ashton con firmeza, viéndolo caminar hacia el mini bar.

—La abandonaste allí a su suerte —gritó iracundo—. Me hiciste abandonarla… Yo la abandone… —reiteró, pero ahora en un tono bajo lleno de culpa. Debió resistirse en el momento, estaba seguro de que debió protegerla mejor. Después de todo él había causado toda esta situación—. ¿Que clase de amigo le hace eso a otro...?

—Señor, yo...

—No, ahórrate tus excusas.

—¡Yo lo mantuve a salvó! —Volvió a reiterar, tratando de que Edwards entendiera la magnitud del problema.

—¡Pero a qué costó! —exclamó tomando casi todas las pequeñas botellas de vodka del minibar y dedicándole una mirada de decepción, antes de salir de la sala.




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