La cenicienta de Queens

Capítulo 43: Supuesta amistad

—Te dije que anunciaría un compromiso una semana después de tu cumpleaños. Han pasado diez días y todavía no veo un anillo en la mano de aquella chica         —expresó la reina con el ceño fruncido. Aquello hizo que se le pronunciaran tres líneas de expresión en la frente y varías alrededor de sus labios.

Su madre se encontraba sentada detrás de su escritorio, revisando cuidadosamente una pequeña montaña de papeles y ni siquiera levantaba la vista mientras le hablaba.

—¡Lucy, su nombre es Lucy! Y si gustas puedes llamarle, Lu... —comentó él, en un tono sarcástico tratando de molestarle. Al menos así sería tan amable de dedicarle una breve mirada de cortesía.

—¡Hijo mio! ¿Acaso has cambiado de opinión?

—No.

—¿No? —inquirió levantó la cabeza. Buscando cualquier pequeña duda que fuera de utilidad.

La reina quería estar segura de que su hijo no tenía dudas. Aquello no se debía a que había cambiado de opinión con respecto a anunciar un compromiso para el príncipe en algunas semanas, más bien se debía a la chica. No tenía nada contra su persona y debía reconocer que hacía de su hijo alguien responsable y manejable. Sin embargo jamás admitiría que su color de piel, junto a la historia de su madre y padre, era un colosal tropiezo que no ayudaba en nada a la imagen del príncipe.

—Por supuesto que no, es solo que no quiero asustarla. Somos jóvenes y tenemos toda una vida por delante; apenas me estoy incorporando de una manera más presenté a lo que será el restó de mi vida. Lo sé, yo accedí a tus demandas con eso del compromiso, pero solo pido una semana más.

—Tonterías, por demás sabes que el tiempo es un factor importante aquí. Tu vida está planeada desde antes de nacer. Es hora de que te cases y tengas una familia —ella aclaró, y él arrugó la frente—. Igualmente esa chica debería estar agradecida porque te hayas fijado en ella. Tu eres un príncipe y ella una plebeya. Entiendo tu fascinación, es bonita pero por ahí, hay muchas más bonitas. Y es torpe y rezó porque esa torpeza se pueda corregir. Definitivamente no es el tipo de mujer que hubiese elegido para ti. Algo menos llamativo sin dudas.

—Madre... —le interrumpió con una expresión desconcertada— cuidado con las palabras... pues uno podría llegar a pensar que tiene algún problema por ser de color.

Allí estaba nuevamente esa opresión en el pecho mientras observaba el rostro frío y sereno de su madre. Y sintió una oleada de furia en la sangre. No iba a permitir que ella o cualquier otro noble se atreviera a hacerla sentir menos. Por no poseer un título, fortuna o por ser de color. Y aquello último resultaba ser tan arcaico

—¡Enrique está encantado con ella! Debo reconocer           —pronunció luego de unos tensos segundos y volvió a dirigir la atención a su pequeña montaña de papeles.

Lo menos que quería era una pataleta irracional de su hijo. Al menos así interpretaba lo que Edwards venía haciendo. Lo que el príncipe quería, el príncipe lo obtenía, incluso si debían cambiar algunos protocolos y tradiciones. Y si estar enamorada de aquella chica le hacía sentar cabeza y madurar. Podría tomar aquello a su favor; sólo necesitaba hacerla sumisa, que entendiera su lugar y que comprendiera que de ahora en más ya no tenía voz propia.

—Y te lo aseguró, es bastante encantadora. Si te permitieras al menos intentar conocerla, cambiarías de opinión con respecto a ella.

—Fue una tortura tomar el té, hace dos días. No puede llevar una simple conversación sin divagar.

—Solo está asustada. Todo esto es muy raro para ella y tu intimidas, y en cierta forma también te teme.

—Edwards, por supuesto que lo hace. ¡Soy la reina! Estaría loca, si no —respondió con firmeza en un tono gruñón.

El príncipe se encogió de hombros y decidió ponerse de pie, dando por terminada la conversación. Tal parecía que nunca iba a lograr que su madre cambiara de opinión con respecto a ella. Aunque debía tolerarse por el bien de la corona, eso sí lo tenía claro. Porque nada lo haría retroceder para tenerla en su vida.

Y justo cuando este tenía la mano puesta en la perilla, la reina alzó la cabeza y añadió: —Te pido que detengas esa amistad suya con Nicolás. Lo menos que necesitamos, es que surjan nuevamente los rumores del pasado, o que la historia se repita.

Su sobrino era el vivo recuerdo de la traición, aunque lo había acogido después del accidente y criado igual que a sus hijos. Los lujos no se le negaron, después de todo era de la realeza. Pero su rostro solo la enfurecia porque se parecía tanto a él. Había aprendido a mitigar la furia desde hacía tiempo, más no a olvidar. Aquello eran la clase de sacrificios que algún día su hijo tendría que realizar por el bien mayor de la familia. La reina evitó la mirada de Edwards, no quería ver en ella compasión.

—Madre... —dijo él con voz ronca, volteando hacía su dirección decidido a preguntar lo que lo había traído al despacho en primer lugar.

Caminó varios pasos y mantuvo la postura firme, pero cómo podría abordar aquello, por que no la creía capaz de atacar de una manera tan baja y déspota para manipularlo. Después de todo era su madre y él su hijo.

—Terminamos —demandó ella volviendo a los documentos y Edwards levantó la ceja, aparentemente sorprendido por aquel cambió—. Nos vemos para la cena. Espero y no te importe, he invitado a alguien más.

—Por supuesto.

Afirmó inclinando la cabeza brevemente. Órdenes, algún día dejaría de recibirlas y él sería quien las daría. Toda una vida había rechazado la idea de ser el rey. Pero ahora el rechazo se apartaba de sus pensamientos. Igual que un día nublado se despejaba.

                                            ******

Desde hace algunos días pasaban algunas horas del día juntos en los jardines del palacio. La morena suponía que habían formado una especie de club de lectura. Y a ellos también se le había unido Enrique. Aunque a este no le gustaba leer para nada, sólo tomaba el tiempo para descansar de sus deberes o practicar con la espada.




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