Sus tacones resonaban a través del largo pasillo sobre el inmaculado piso de mármol, mientras seguía a uno de los muchos sirvientes del palacio. La chica aceleraba y disminuía el paso, frunciendo el ceño cada que se acordaba como le habían especificado que debía caminar de ahora en más. La ansiedad le hacía un nudo en el estómago y la presión aumentaba cada vez más cuando la distancia que le separaba de las anchas puertas se acortaba con cada paso.
La morena se detuvo y observó hacía atrás por arriba del hombro, por unos segundos; sintiendo que solo había pestañeado varias veces y ya se encontraba delante de aquellas puertas. La cual dos sirvientes más ya habían abierto para ella. Estos yacían inmóvil cada uno parado a un lado de la entrada con una postura envidiable y mirando hacía un punto fijo, pero con una disposición vigilante.
—¡Solo es una cena familiar!
Se dijo así misma entre dientes, cerrando los ojos y respirando con profundidad antes de entrar. Ella sacudió el vestido para tratar de deshacer cualquier arruga, luego dio un paso con una lentitud exagerada, sentía un peso que simplemente la aplastaba solo por estar en la misma habitación que ellos.
—¡La señorita Lucy Andrews, su majestad! —exclamó el hombre parado delante de ella haciendo una reverencia; su tono era agradable, sofisticado y un tanto chistoso.
La tensión en la sala se hizo palpable cuando Lucy entró. Las risas y las conversaciones se detuvieron de golpe, y todos los ojos se volvieron hacia ella con expectación. Aunque intentaba mantener la compostura, su corazón latía con fuerza.
Ella inhalo una vez más todo el aire que pudo, aquello infló su pecho y la hizo adoptar una mejor postura, mientras observaba cómo el sirviente daba un paso hacía un lado para dejarla pasar después de ser anunciada; sus ojos examinaban con rapidez los rostros en la habitación, pudiendo sólo identificar algunos de ellos un tanto agobiada. Lucy ahogó un suspiró, alzó los hombros un poco, sujetando sus manos con fuerza y curvó una sonrisa en su ansioso rostro ovalado.
Está enseguida visualizo a Edwards, quien estaba parado al lado de una mujer mayor que la reina, pero de similitudes idénticas. Sin embargo, casi de inmediato su marcha fue interrumpida y un pánico interno se apoderó de ella cuando un rostro que le era desagradablemente familiar se le quedó viendo fijo por un instante, mientras se le dibujaba una ligera sonrisa en los labios acompañada de un gesto de superioridad, ese que ya había visto antes. El hombre dejó salir una breve exclamación de advertencia un tanto animosa y alzó ligeramente la mano señalando a la reina con gracia, y entonces la chica palideció al acordarse que estaba delante de la reina y debía inclinarse ante ella, de hecho, debía hacer una reverencia para todos suponía, aunque no sabía siquiera quiénes o qué títulos poseían algunos.
—¡Su majestad! Yo... no vi que estaba ahí... ¡Lo siento!
Artículo a duras penas, en un tono tan suave mientras se inclinaba, y la vista caía hacía abajo por voluntad propia.
—¡Por supuesto que no!
Escuchó exclamar a una mujer, parada a un lado de la reina. Aquella mujer también tenía algunas similitudes idénticas a las de la soberana y sólo parecía algunos tres o cinco años un poco más joven. La mujer, le clavó una mirada altanera.
Sin embargo, su rostro se mantenía sereno, pero la voz tan imponente y segura de si al hablar, la hizo descomponerse por completo. La morena sentía que no estaba segura de nada, en el momento, ni de su apariencia, ni siquiera de cómo se llamaba.
—¡Bien, ahora a la reina madre!
—ordenó la mujer manteniendo el mismo tono de voz. Algunas carcajadas se escuchaban desprender de varias direcciones. Tal parecía que aquello no era más que un chiste para ellos.
Lucy inmediatamente dedujo que la reina madre debía ser la mujer mayor parada a unos centímetros de Edwards, así que dio varios pasos sigilosamente cortos y nuevamente volvió hacer otra reverencia sin poder lograr el contacto visual.
—¡Su alteza...! —exclamó con inseguridad, antes de tragar saliva con dificultad y las carcajadas divertidas parecían no acabar.
—¡Ahora a mí!
Lucy alzó la cabeza y dio una media vuelta para asociar un rostro a la voz jovial que escucho. Visualizando así unos soberbios ojos verdes que cuestionaban su presencia, esos ojos eran acompañados por una sonrisa burlesca.
Volvió a tomar aire, agachó la cabeza y se preparó para inclinarse de nuevo. Tal parecía que aquel juego, donde todos se reían a costa de ella no parecía querer llegar a un fin, pero justo cuando sus labios se despegaron, alguien la interrumpió.
—¡Bueno, familia, ya basta de este retorcido juego! ¿Cierto prima Sofía?
Las impredecibles palabras de Edwards, sonaron como una caricia en el rostro de Lucy, e instintivamente dejó salir un pequeño suspiro de consuelo.
—Por supuesto... —resopló con desinterés la chica, rodando los ojos de manera sutil. Y aunque su rostro era de facciones simples, Lucy no olvidaría en mucho tiempo esa mirada airada llena de cuestionamiento.
Edwards arqueo una ceja en forma de reproche en dirección a su tía, en sus ojos no había súplica solo un calor intenso. El comportamiento de su familia no le sorprendía en lo más mínimo y por supuesto aún no estaba del todo listo para enfrentarse a ellos. Aunque no dejaría que su tía o cualquier otro miembro de la familia provocará las risas a expensas de la mujer que ama. Él le extendió una mano a Lucy, quien fingía una sonrisa de que aparentemente todo iba bien.
—Por primera vez en mucho tiempo estoy de acuerdo con Edwards —enunció Nicolás, el cual le dedicó una pequeña sonrisa amistosa y reconfortante a Lucy. Pero de manera inmediata Edwards volteo la cabeza hacía él por menos de un minuto con el entrecejo fruncido, sus palabras acompañadas de un gesto amable lo perturbaron. Pero debía dejarlo pasar, ya que no era ni el momento ni el lugar para preguntas.