—¿Qué tal España? —inquirió Edwards en un tono tierno, mirando fijamente el rostro de su prometida, mientras ella yacía tendida en un mantel que se encontraba en el césped y su cabeza reposaba en las piernas de este.
—¿España...?
Repitió con sequedad seguida de una expresión lejana y reflexiva pegada al rostro, mientras jugaba con una larga hoja de césped y Edwards le observaba como si tratara de descifrar lo que pasaba por su pequeña cabeza.
—Creo que el príncipe Guillermo se sentirá encantado de prestarnos por algunas semanas su residencia en Mallorca.
Ante su proposición, Lucy, pestaño varias veces y luego arrugó la frente sintiendo como los ojos negros y penetrantes del príncipe y ahora su prometido, esperaban una respueta o alguna reaccion energica de su parte.
—¿Y qué tal Hawái? —sugirió de manera abrupta, retirando la cabeza de las piernas de este y volteando hacia él.
Simplemente la chica había arrojado aquello sin pensarlo, esperando que fuera lo suficientemente creíble de que estaba interesada en hablar del tema, cuando sentía todo lo contrario.
—¿Hawái? Pues, Hawái también suena interesante, igual es un destino encantador sin dudas
—respondió con una sonrisa cautivadora— ¡Iremos a dónde tú quieras ir!
Ella apartó los ojos y se quedó mirando el estanque. Edwards, en cambio, noto como se cerraba delante de él tan abruptamente que sintió como si le cerraran una puerta en las narices.
—Yo... solía escribir sobre Hawái o sobre alguna otra isla paradisíaca. Yo... realmente, disfrutaba escribir. Mi vida se resumía en rutinas. Era una tonta y simple chica de Nueva York. No lo sé, es curioso que hasta ahora me doy cuenta de ello... —admitió en un tono flojo— ¿Edwards, estás completamente seguro de hacer esto? —susurró ella, volviendo la vista hacia él—. Ni siquiera me conoces lo suficiente y no veo que ello te importe. ¿Qué tal si soy una casa fortuna?
Edwards la miró fijo a los ojos, por unos segundos intentando que estos hablaran por sí solos; de repente se acerco más a ella y la sujetó firme con ambas manos por la cintura. Levantado sin ningún tipo de dificultad, como si fuese una pequeña muñeca de trapo, y acomodando en sus piernas. En cuanto la tuvo allí sintió que perdía el control. Ella también debía de haber sentido lo mismo, porque su cuerpo estaba ardiendo, anticipando la sensación de sus labios en los de ella. Al menos podían estar de acuerdo, que el deseo que sentían el uno por el otro era lo bastante fuerte.
—Conocerte, más que una opción, se volvió una necesidad absoluta.
—Pero yo podría... —cuestionó ella, estaba temblando y los ojos le brillaban.
—Ser, una casa fortuna —le interrumpió con una sonrisa divertida en los labios—. Pues bien, te lo preguntare ahora mismo. Así sin más, Lucy Andrews, ¿eres una casa fortuna?
—¡Qué, no...! ¡Por supuesto que no!
—Ya ves, así de sencillo hemos resuelto nuestras diferencias, Lucy. Yo confió en ti con mi vida
—enunció, en un tono relajado, sujetando una de sus manos y apretando con fuerza.
Y por un momento este pensó que había logrado conseguir tranquilizar la colmena de ideas que zumbaba con fuerza en la cabeza de la mujer que amaba.
—No —soltó ella y se levantó de sus piernas de manera espontánea—. Hace solo algunas semanas, tú y yo jugábamos al gato y al ratón.
Lucy miró a Edwards con la mandíbula apretada, él aún permanecía sentado.
—Y así era, antes de caer rendido a tus pies y no tengo una explicación más lógica que esa.
Y justo allí, estaba el problema de los sentimientos. Sentir de golpe, sentir demasiado y con tanta intensidad que apenas logras poder concentrarte en algo más. Ese era el problema de los sentimientos, tu cerebro se hacía adicto a la dopamina.
Toda una vida evitando formar lazos, aquello era demasiado complicado, soso y bastante demandante. Simplemente se negaba a hacer de su carga más pesada. Aunque, sonara egoísta; él ya estaba preparado desde hacía tiempo para tener un matrimonio por conveniencia, al menos aquello no le demandaría tanto y podría continuar con sus placeres mientras mantenía una fachada de un matrimonio feliz, justo como sus padres. Pero entonces y sin aviso, llegaron esos ojos grandes y avellanados en una belleza exorbitante de rasgos finos y delicados. Despertando en él una extraña tirantez en el pecho, junto con una inesperada sensación de inquietud y calidez.
—Todo lo que se, de ti, lo se gracias a los medios. Mi corazón no anhela cosas materiales —murmuró ella entre dientes—. Estoy en un país extranjero, con un hombre que apenas conozco y una reina que ya me odia. He cruzado un enorme océano, por unos latidos...
Lucy suspiró con agobio y se pasó una mano por el pelo. Tal parecía, que la relación envejecia antes de siquiera poder dar sus primeros pasos.
Edwards soltó un improperio y caminó hacia ella con determinación, una vez que llegó donde estaba, extendió la mano y la trajo hacia sí envolviendo su cuerpo en un desesperado abrazo.
—Lo sé.
Dijo, y respiró con profundidad todo su aroma, provocando que el estómago se agarrotada por el deseo.
—¿Quieres saber la verdad? —replicó, su voz temblaba por la incertidumbre—. Esto no es un cuento de hadas Lucy, y yo estoy muy lejos de ser un bondadoso príncipe azul. Tengo una inmensidad de defectos y tú has sido bastante generosa por concederme el beneficio de la duda. Lo cierto, también es que no me atrevo a responder por el temperamento de mi madre, ya que inclusive también a mí en algún momento me ha lastimado, todo en el nombre de la corona —aclaró la garganta y prosiguió—. Creo que doy muy poco rendimiento, ciertamente muy poco para lo que el mundo me pide, y estoy casi seguro que Enrique, incluso el mal nacido de Nicolás o algún otro sucesor, lo haría con certera conveniencia. No puedo olvidar las locuras que he hecho, o borrar los excesos. Hasta hace poco jamás había sentido por nadie nada más que deseo, que un incontrolable apetito sexual, solo posesión cruda y momentánea. También debes saber que no tengo permitido tocar temas familiares contigo, no aún, no hasta que... —añadió él con voz ronca sin terminar—. Yo no solía creer en el destino, pero ahora estoy inmensamente agradecido de que ambos estábamos cayendonos de borracho en París. No sabes lo que es conocer a alguien como tú. Por ello te he mantenido en una burbuja, porque no soportaría que en tu camino a amarme te pierdas a ti misma. Gracias a tu amor dulce y bondadoso, estoy tratando de convertirme en una persona digna para una mujer como tú, un hijo capaz de perdonar los errores de una madre... un fiel hermano y ser el rey, que esperan que sea.