La Cenicienta de Queens

Capítulo 48: Un ligero cambio de planes

—Un momento… —exclamó Nicolás, al golpeteo intenso de la puerta— ¡Mira a quién tenemos aquí! Si no es más que el futuro rey —agregó de manera indecorosa, mientras una breve sonrisa jugaba en sus labios.

—He traído whisky —alzó la botella tratando de ser simpático pero para nada convincente—. Creo que ya es hora, hemos estado evitando esta conversación durante demasiado tiempo… —expresó Edwards con resignación.

Nicolás y Edwards se encontraban en un punto crítico de su relación, con tensiones que habían ido acumulándose a lo largo de los años y amenazaban con estallar en cualquier momento.

Un suspiro escapó de los labios de Nicolás, reflejando una resignación taciturna en su rostro, mientras asentía con un gesto casi imperceptible. Se apartó ligeramente de la puerta, dando paso a lo que sería una conversación largamente esperada, cargada de emociones y verdades pendientes. La atmósfera se volvió densa, impregnada de un silencio significativo, como si el peso del pasado y las expectativas del futuro se cernieran sobre ellos con una presión abrumadora.

******

Unas cuantas horas antes

Lucy se mordió el labio y el silencio momentáneo hizo que Edwards se pusiera nervioso. Ella se aclaró la garganta e intentó desesperadamente decir algo, pero en lugar de eso murmuró de manera ininteligible. Algo en él se había descompuesto y su mano se congeló a unos centímetros de su cara. Edwards se sintió con pánico sin saber qué hacer, no tenía fuerzas para mirarle a los ojos y ella se sintió aliviada. Se apartó despacio y le dejó un cálido beso en la parte superior de la cabeza, sin permitirse hacer otra cosa.

Él se comenzó a colocar la ropa sin decir una palabra, solo apretó los labios y le dedicó una sonrisa. Sentía un conflicto interior y cada vez que se sentía así se apartaba. Siempre le había funcionado en el pasado, en momentos de crisis se refugiaba en sí mismo, o en los libros.

—Lucy yo… —sacudió la cabeza tratando de encontrar las palabras correctas, pero en su interior solo retumbaba aquella misma palabra de hace algunos minutos—, me he acordado que debo… —miró confuso a su alrededor en busca de apoyo— hacer esa cosa de la que te hable justo ahora.

Y con tal enredo, desapareció con prisa.

La amaba, de ello se encontraba totalmente seguro. Sin embargo, decirlo delante de ella por primera vez, tan fuerte y en aquel momento tan íntimo lo aterro, y no escucharlo naturalmente devuelta lo agobio.

******

Nicolás sirvió whisky en un vaso y se lo pasó a Edwards, marcando el inicio de una conversación que prometía ser reveladora y cargada de tensiones latentes.

—¿Y bien? ¿Por dónde quieres comenzar? — preguntó Nicolás, tratando de controlar su tono prepotente mientras se servía un vaso igual para él. Observó cómo Edwards inspeccionaba el lugar con curiosidad antes de continuar—. Podemos ir directamente al grano, debo ir al hipódromo.

Una carcajada escapó de los labios de Edwards al escuchar la mención del hipódromo por parte de Nicolás.

—La reina aún detesta ese lugar. Debo confesar que admiro tu valentía de ir en contra de sus deseos —comentó Edwards con complicidad.

Nicolás asintió con una sonrisa arrogante, consciente de las tensiones familiares que rodeaban su relación con la reina.

—Bueno, si vamos a ser sinceros, debemos recalcar que la reina detesta muchas cosas de mí
—comentó Nicolás con una pizca de ironía en su voz—. Como, por ejemplo, el hecho de que sea un...

La conversación se detuvo un instante. La presencia del whisky entre ellos parecía actuar como un catalizador, liberando las barreras de la formalidad y permitiendo que la verdad emergiera a la superficie.

—Debes entender que no fue fácil para ella… —interrumpió Edwards, cortando la línea de pensamiento de Nicolás.

Él no estaba dispuesto a permitir que la conversación se tornara sombría demasiado pronto.

—¿Y acaso para mi madre sí? —contraatacó Nicolás, desafiante.

—No, no lo fue para nadie. Pero debes admitir que todos nos vimos envueltos en los hilos de alguien narcisista, que solo se preocupaba por sí mismo. Y bien sabes que todo se desmorona si lo decimos, eso es lo que sucede en la monarquía
—replicó Edwards con un tono de resignación.

—Sin embargo, tu madre aún continúa con vida —añadió, dejando entrever el resentimiento que llevaba consigo en su voz.

La conversación se había adentrado en terrenos pantanosos, donde el peso del pasado y las heridas no sanadas resonaban entre ellos. Los vínculos familiares complicados y las dinámicas de poder en la monarquía habían dejado cicatrices profundas en ambos, creando un abismo de dolor y resentimiento que amenazaba con separarlos aún más.

—Nicolás...

—Mi madre cometió suicidio, Edwards. ¿Cómo se arregla eso? —le interrumpió en un tono seco y frío—. Porque los problemas mentales no tienen cabida en la monarquía. Estaba tan deprimida, tan jodidamente rota. Mi madre debió obtener ayuda, pero en cambio obtuvo a Charles; un hombre malvado, frío y sin corazón. Que la humilló, la menospreció y le quebró su espíritu hasta el final. Todo porque fue tan estúpida de creer en tu padre, el cual solo la utilizó para llegar a un mejor prospecto —su voz se quebró y guardó silencio por un instante—. Mi madre era una mujer frágil para la corona. Un problema que se debía mantener a puertas cerradas. Porque Dios nos libre si alguien se llegara a enterar de cómo pasaron las cosas realmente; eso mancharía el buen nombre de la familia real, su linaje impecable… —añadió con sarcasmo.

Las palabras de Nicolás resonaron en el aire cargadas de dolor, frustración y amargura. La verdad cruda y descarnada salió a la luz, revelando las cicatrices invisibles que la tragedia y la opresión habían dejado en él. La sombra del suicidio de su madre se cernía sobre ellos, un peso insostenible que amenazaba con romper los cimientos de la monarquía y desenterrar secretos oscuros que habían sido enterrados en lo más profundo del pasado.




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