—¿Cómo empezó todo? —preguntó Edwards con suavidad—. Fue Nicolás, ¿cierto?
Lucy se sintió abrumada por la pregunta, incapaz de encontrar una respuesta clara. Guardó silencio durante tanto tiempo que Edwards comenzó a preguntarse si lo había escuchado.
—No, no, por supuesto que no —respondió finalmente, con la mirada fija en las palmas de sus manos.
La expresión de Lucy se desdibujó, revelando una mezcla de dolor y angustia que le impedía hablar con claridad.
—Lucy, por favor. Solo te pido que me ayudes a entender, ¿qué pasó? —insistió Edwards, con la mirada llena de preocupación y comprensión.
Los ojos de la joven se humedecieron y su respiración se tornó difícil, luchando por contener las emociones que amenazaban con desbordarse.
—Yo... no puedo, en serio no puedo decirte... —murmuró Lucy, con la voz entrecortada por la emoción que la embargaba.
Antes de que pudiera decir algo más, Edwards se puso de pie sin siquiera mirarla y se alejó a una corta distancia. La confusión y la frustración se reflejaban en su mirada, sintiendo que la distancia entre ellos se había ampliado aún más. Nadie había puesto a prueba su paciencia como la mujer a la que amaba.
—¡He devorado casi cada título que estos muros albergan! —exclamó de la nada. Su declaración inesperada hizo que ella levantara la mirada, dejando que sus ojos danzaran con curiosidad por las estanterías repletas. Y cuando sus miradas finalmente se encontraron, la comisura de sus labios se curvó en un leve atisbo de una sonrisa.
—No sabía que pasaría algo así, si hubiese sabido lo de la primera bandera, yo, jamás… —se justificó entre un pequeño llanto—. Te juró que jamas.
—Lucy, si no te culpo de nada; el protocolo, las reglas, todo es abrumador —Él regresó sin vacilar a su lado y se sentó nuevamente hasta quedar frente a ella, Edwards sujeto las frágiles manos temblorosas de su prometida y depositó dos cálidos besos en el dorsal—. No me importa una tonta… —Guardó un prudente silencio por menos de un segundo, no tenía el valor de terminar la oración—. Me importas tu. Entiendo que pudo haber sido un simple accidente, del cual estoy muy agradecido que no hayas resultado herida. Sin embargo, no debería pero realmente me mortifica, me mortifica bastante saber que tú y Nicolás, estaban allí completamente solos. Es que cada vez que doy la espalda, tu buscas su compañía…
Edwards redujo más la distancia entre ellos y deposito un pequeño y tierno beso en su frente.
—No quiero que suene raro lo que diré —musitó el príncipe cerca de su rostro—, y sé que la primera vez te tomo desprevenida, pero te amo, te amo Lucy Andrews, y estoy emocionado por tener un futuro y una familia contigo algún día. También admito que desde que te he conocido, no he hecho otra cosa que cometer errores —repuso en un tono suave y aterciopelado—. El amor me ha vuelto ciego y un tanto egoísta. Aún así trato de aprender.
Pero antes de que su voz interior expresara el siguiente pensamiento, ella fue interrumpida por un heraldo que anunciaba a la reina.
—¡Su majestad, la reina, ha llegado!
Lucy se estremeció, sintiendo como si estuviera al borde de un colapso. Se puso de pie de un salto y dejó caer la mirada e hizo la reverencia unos cuantos segundos tarde.
¿Aquello era su vida ahora? ¿Acaso valia la pena, una vida de cuentos de hadas? Ya no podía seguir evitando aquel pensamiento, por demasiado tiempo.
—¡Su majestad! —exclamó ella sin poder moverse bajo el peso de su mirada.
El amor por su nación se reflejaba en cada paso suyo, su mirada fría y apreciativa, como si ella no sólo viera el problema que resultaba ser esa chica ahora, sino también lo que podría ser en un futuro. La reina, lizó su falda antes de tomar asiento, quedando con sus piernas perfectamente alineadas y en una postura envidiable. Ella les hizo un suave y corto gesto con la mano para que tomaran asiento nuevamente.
—A raíz de los acontecimientos generados…
Su voz era emitida en plenitud sin vacilación; Lucy no podía concentrarse en sus palabras aunque su vida dependiera de ello y en cierta forma era el caso. En cambio, estaba preocupada por su postura delante de la reina. ¿Lo estaría haciendo bien? era una de las preguntas que no abandonaba su cabeza la mayoría del tiempo. ¿Había tomado correctamente los cincos centímetros de distancia entre la espalda y la silla? ¿Su barbilla, estaría paralela al piso? ¿la espalda, que tan recta debía estar? ¿Y las rodillas y los tobillos que tan juntos debían estar?
—¿No está usted de acuerdo señorita Andrews?
La reina volvió a reiterar la pregunta, dirigiendo la atención hacia ella con los labios curvados en una sonrisa apretada.
—¡Por supuesto, su majestad! —repuso ella, con un tono claro y seguro de manera mecánica, sin tener tiempo siquiera a cuestionar a lo que había accedido.
—¡Bueno, está decidido! —exclamó la reina sin perder la sonrisa y apretando un botón.
De inmediato, entró el secretario de prensa, el cual hizo una reverencia ante la reina y luego hacía el príncipe.
—¿Es esa? —preguntó la reina extendiendo la mano y de inmediato el secretario real le pasó una carpeta, la cual enseguida comenzó a hojear.
—Madre no creo… —Edwards la interrumpió y su tono tembloroso contradijo su postura relajada.
—Sabías que pasaría. Si bien tú mismo lo propusiste esta mañana.
Su madre levantó la cabeza y sin apartar la vista de los oscuros y suplicantes ojos de su hijo, cerró la carpeta y la extendió al secretario de prensa. Él la tomó en silencio y volvió a colocarse en el mismo lugar aguardando las especificaciones de la reina.
—Pero no pensé que sería tan pronto, al menos deberíamos esperar una semana, quizás el problema mejore antes de empeorar…
—Por supuesto que no. La rueda de prensa se llevará a cabo esta tarde —informó de manera autoritaria mientras asentía hacía el secretario de prensa, quien hizo una reverencia y se retiró con pasos alargados.