La cenicienta de Queens

Capítulo 51: ¿Y vivieron felices?

—¿Cómo empezó todo? —le pregunto con       suavidad—. Fue Nicolás, ¿cierto?

Ella se sentía incapaz de precisar alguna respuesta; no respondió durante tanto tiempo que Edwards se comenzó a preguntar si lo había escuchado.

—No, no, por supuesto que no.

La cara de Lucy se desencajó mientras no dirigía la vista a nada más que a las palmas de sus manos.

—Lucy, por favor, solo te pido que me ayudes a entender, ¿que paso?

Los ojos de la chica se humedecieron y la respiración se le fue tornando difícil.

—Yo… no puedo, enserio no puedo decirte…

Antes de que pudiera decir nada más, él se levantó sin siquiera mirarla y se alejó a una corta distancia. Nadie había probado tanto su paciencia como la mujer que amaba.

—¡He leído casi todos los libros de esta biblioteca!   —exclamó de la nada, haciendo que ella alzara la vista y comenzará a observar con notable curiosidad a su alrededor. Pero cuando por fin consiguió que le mirara, la comisura de sus labios se curvó en un leve atisbo de una sonrisa.

—No sabía que pasaría algo así, si hubiese sabido lo de la primera bandera yo, jamás…

—Lucy, si no te culpo de nada. El protocolo, las reglas, todo es abrumador —él regresó sin vacilar a su lado y se sentó nuevamente hasta quedar frente a ella; Edwards sujeto las frágiles manos temblorosas de su prometida y depositó dos cálidos besos en el dorsal—. No me importa una tonta…         —guardó un prudente silencio por menos de un segundo. No tenía el valor de terminar la oración—. Me importas tu. Entiendo que pudo haber sido un simple accidente, del cual estoy muy agradecido que no hayas resultado herida. Sin embargo, no debería pero realmente me mortifica, me mortifica bastante saber que tu y Nicolás, estaban allí completamente solos. Es que cada vez que doy la espalda, tu buscas su compañía…

Edwards redujo más la distancia entre ellos y deposito un pequeño y tierno beso en su frente.    

—No quiero que suene raro lo que diré —musito el príncipe cerca de su rostro—, y se que la primera vez te tomo desprevenida, pero te amo y estoy emocionado por tener una familia contigo algun dia. También admito que desde que te he conocido, no he hecho otra cosa que cometer errores —repuso en un tono suave y aterciopelado—. El amor me ha vuelto ciego y un tanto egoísta. Aun así trato de aprender.

Pero antes de que su voz interior expresara el siguiente pensamiento, ella fue interrumpida por un heraldo que anunciaba a la reina.

—¡Su majestad la reina ha llegado!

Lucy se estremeció, sintiendo como si estuviera al borde de un colapso; se puso de pie de un salto y dejó caer la mirada e hizo la reverencia unos cuantos segundos tarde.

¿Aquello era su vida ahora? Ya no podía seguir evitando aquel pensamiento, por demasiado tiempo.

—¡Su majestad! —exclamó ella sin poder moverse bajo el peso de su mirada.  

El amor por su nación se reflejaba en cada paso suyo, su mirada fría y apreciativa, como si ella no sólo viera el problema que resultaba ser esa chica ahora, sino también lo que podría ser en un futuro. La reina, lizó su falda antes de tomar asiento, quedando con sus piernas perfectamente alineadas y en una postura envidiable. Ella les hizo un suave y corto gesto con la mano para que tomara asiento.

—A raíz de los acontecimientos generados…

Su voz era emitida en plenitud sin vacilación; Lucy no podía concentrarse en sus palabras aunque su vida dependiera de ello y en cierta forma era el caso. En cambio estaba preocupada por su postura delante de la reina. ¿Lo estaría haciendo bien? era una de las preguntas que no abandonaba su cabeza la mayoría del tiempo ¿Había tomado correctamente los cincos centímetros de distancia entre la espalda y la silla? ¿Su barbilla, estaría paralela al piso? ¿la espalda, que tan recta debía estar? ¿Y las rodillas y los tobillos que tan juntos debían estar?

—¿No está usted de acuerdo señorita Andrews?

La reina volvió a reiterar la pregunta, dirigiendo la atención hacia ella con los labios curvados en una sonrisa apretada.

—¡Por supuesto, su majestad! —repuso ella, con un tono claro y seguro de manera mecánica, sin tener tiempo siquiera a cuestionar a lo que había accedido.

—¡Bueno, está decidido! —exclamó la reina sin perder la sonrisa y apretando un botón.

De inmediato, entró el secretario de prensa, el cual hizo una reverencia ante la reina y luego hacia el príncipe.

—¿Es esa? —preguntó la reina extendiendo la mano, y de inmediato el secretario real le pasó una carpeta, la cual enseguida comenzó a hojear.  

—Madre no creo… —Edwards la interrumpió y su tono tembloroso contradijo su postura relajada.  

—Sabías que pasaría. Si bien tú mismo lo propusiste.  

Su madre levantó la cabeza y sin apartar la vista de los oscuros y suplicantes ojos de su hijo, cerró la carpeta y la extendió al secretario de prensa. El la tomó en silencio y volvió a colocarse en el mismo lugar aguardando las especificaciones de la reina.

—Pero no pensé que sería tan pronto, al menos deberíamos esperar una semana, quizás el problema mejore antes de empeorar…

—Por supuesto que no. El comunicado de prensa se llevará a cabo esta tarde —informó de manera autoritaria mientras asentía hacia el secretario de prensa, quien hizo una reverencia y se retiró con pasos alargados.

Su madre había hablado de una manera imperiosa, para que él no se atreviera a contradecirla, pero ella lo veía en sus ojos, la nieblas de dudas y vacilaciones que acechaban con desafiar su orden; su hijo estaba enamorado y aquello conllevaba un problema, un problema que debía ser cortado de raíz.

—He sido yo.

La puerta se abrió de imprevisto y el joven príncipe vaciló un poco en la entrada antes de dar varios pasos hacia delante.  

—¿Qué significa esta interrupción? —pregunto mirando al sirviente con perplejidad.

—¡Su majestad! —el sirviente inclinó la cabeza enseguida con pavor antes de responder en un tono claro pero sin poder camuflajear el miedo en su timbre de voz— Lamento la interrupción…




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