La Cenicienta de Queens

Epílogo


Un año después 
 

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Julie despertó del trance en el que había estado sumida toda su vida. Las historias de amor siempre habían sido su debilidad; creció entre cuentos de hadas y finales felices que la hacían vibrar. Estaba enamorada del concepto del amor, y el “felices para siempre” era la brújula que orientaba su existencia. Pero cuando la ficción comenzó a eclipsar la realidad, el miedo a perderse en su propio cuento de hadas la asaltó, amenazando con fracturar su alma. 

Con determinación, Julie no miró atrás. Había apostado lo más grande que tenía: ella misma. 

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Su corazón latía con fuerza, y su sonrisa era tan amplia que parecía no caber en su rostro. Llevaba meses repitiendo el mismo ritual, y para ella, nunca sería suficiente. Lucy, bajo el cálido resplandor de las luces, recibió una ovación de pie de una multitud que la observaba con emoción en una acogedora librería de la 5th Ave.

Al terminar la lectura, su agente literario señaló una mesa elegantemente decorada donde firmaria ejemplares de su obra. 

—¡Mi nombre es Lili! ¡Y yo amé su libro! ¡Señorita Andrews!

Una mujer, radiante y quizás de la misma edad que Lucy, se acercó a la mesa con una sonrisa que iluminaba la habitación.

—Puedes llamarme Lucy —respondió con una sonrisa igualmente brillante mientras tomaba el ejemplar de Lili y lo abría en la primera página.

“¡Amo que hayas amado mi libro, Lili! ¡Espero que siempre apueste por ti! Con amor, Lucy Andrews.”

La morena extendió el libro de vuelta a su dueña, y Lili, con lágrimas de alegría en los ojos, apenas pudo contener su emoción, soltando varios chillidos de felicidad.

Cuando Lucy se propuso a escribir un libro, nunca imaginó que alcanzaría tal popularidad, convirtiéndose en un bestseller. Incluso Yuan, en el programa de televisión donde trabaja, había mencionado que no estaba mal, pero que no era la gran cosa, lo cual siempre le causaba risa. El libro, sin embargo, representaba un cierre definitivo a su antigua vida, una versión de sí misma a la que nunca volvería; Charlotte había fallecido dos semanas después de su llegada a Nueva York. Su última voluntad era que su cenizas fueran esparcidas en algún ruidoso casino de Las Vegas, donde el sonido de las tragamonedas nunca cesará. Como su única familiar viva más cercana, Lucy había heredado sus cenizas.  

Pasaron unos minutos y Lucy comenzaba a sentir el cansancio en su muñeca y en los pómulos por tanto sonreir. A pesar del dolor, su gratitud hacia su lectores era infinita y la motivaba a continuar.

—¡Me fascino! —Una voz masculina interrumpió sus pensamientos mientras unos dedos alargados deslizaban un ejemplar hacia ella. Lucy no levantó la vista, su cuello le dolía. 

—¡Me agrada escuchar eso! —dijo con su habitual tono amable mientras abría el libro y un aroma familiar invadió sus sentidos. Ella agitó la cabeza deshaciéndose de esos pensamientos y dejó salir un resoplido. Aquello era imposible.

—Realmente fue una lectura entretenida. ¡La Cenicienta de Queens lo tiene todo! —exclamó la misma voz, pero su tono no expresaba la emoción que mayormente acompañarian esas palabras. Sin embargo, ella estaba tan agotada que su cabeza solo podía pensar en tomar un baño caliente y luego un bote de helado y tal vez una copa de vino. Louis le había mandado varias botellas de su nueva cosecha hace varios meses. Su resistencia al alcohol era algo con lo que venía trabajando despacio.

—¡Vaya! Interesante elección de palabras —comentó y un sentimiento nostálgico se sintió de manera     momentánea— ¿Y para quien va dirigido?

A estas alturas él suponía que ya debía saberlo. Pero se trataba de Lucy; una chica tan observadora como despistada. Al menos algunas cosas suelen prevalecer.

—Podrías poner: “para mi buen amigo, el príncipe encantador…”

Lucy, detuvo la escritura y arrugó la frente un poco confusa, su corazón latía como loco y la expectativa en su interior solo creció como un huracán. Cuando alzó la vista y visualizo al hombre parado delante de ella no pudo evitar congelarse sintiendo que se ahogaba en su mirada, disolviéndose en ella, olvidando donde estaba. Y como un hábito difícil de superar, la mirada del hombre recayó en sus labios, haciendo que ella soltara una carcajada de gracia mientras volvía al libro.

“Para mi buen amigo, el príncipe encantador, que encontró la manera de colarse en mi realidad. Con cariño, Lucy.”
 




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