—Hey, Wanna. ¿Irás a la fiesta de esta noche? —preguntó Jaden mientras se dejaba caer en la silla de mi escritorio, balanceándose despreocupadamente.
Jaden y sus fiestas, pensé.
—No lo sé, sabes que no me gustan esas cosas —respondí con un tono cansado mientras me dejaba caer de espaldas sobre la cama. El colchón crujió bajo mi peso, acentuando mi agotamiento. Acababa de terminar un proyecto que me había consumido por completo y lo último que deseaba era sumergirme en una multitud ruidosa.
Mi gemelo llevaba una semana entera insistiendo en que asistiera a esa dichosa fiesta. Jaden siempre había sido el extrovertido de los dos, el que encontraba placer en las multitudes y en la música ensordecedora. Yo, en cambio, prefería el silencio y la tranquilidad, algo que parecía estar en extinción en nuestra casa.
—¿Habrán ángeles o qué? —murmuré en voz baja, más para mí mismo que para él, sin la energía para resistir sus intentos de convencerme.
De repente, Jaden dejó de balancearse y se inclinó hacia la ventana, frunciendo el ceño.
—¿Se están mudando? —preguntó, sus palabras cargadas de curiosidad.
Lo miré con incredulidad y me incorporé con dificultad, siguiendo su mirada.
—¿Qué? —pregunté sin entender.
—Mira, al lado —respondió señalando hacia la casa vecina.
Me acerqué a la ventana y, efectivamente, vi un camión de mudanza estacionado frente a la casa contigua. Tres personas estaban descargando cajas y muebles: un hombre de mediana edad, que parecía algo torpe con sus movimientos, una mujer con expresión cansada y una chica, aparentemente de nuestra edad. La joven llevaba varias cajas al interior de la casa, su cabello oscuro ondeando detrás de ella con cada paso. Desapareció de nuestra vista cuando entró, dejando un vacío de curiosidad en el aire.
La casa tenía una ventana que daba directamente a la mía; nuestras habitaciones quedarían frente a frente.
Jaden y yo nos quedamos en silencio, observando la actividad desde nuestra posición. Era una especie de juego, aunque no lo habíamos planeado así. De repente, la chica reapareció en lo que debía ser su nueva habitación. Empezó a caminar de un lado a otro, acomodando sus cosas. Estaba tan concentrada en su tarea que no parecía haberse dado cuenta de nuestra presencia… hasta que lo hizo.
Ella se detuvo en seco, sus ojos encontrando los nuestros a través de las ventanas. Hubo un instante de tensión, un momento en el que ninguno de los tres supo exactamente qué hacer. Luego, sin más, la chica se acercó y cerró bruscamente la ventana, acompañando el movimiento con las cortinas que ocultaron por completo su habitación.
—Vaya, qué vecina tan amable —dijo Jaden con sarcasmo, levantándose de la silla—. Como sea, iremos a la fiesta. Jayla irá con nosotros, y solo así mamá nos dejará ir. No aceptaré un "no" por respuesta.
Antes de que pudiera objetar, Jaden salió de mi habitación, cerrando la puerta con un golpe que resonó en las paredes.
Suspiré, sintiendo cómo la energía me abandonaba nuevamente, y volví a tumbarme en la cama. La idea de la fiesta no me emocionaba en lo más mínimo, pero sabía que no podría evitarlo, no cuando Jaden ya tenía todo planeado. Mientras cerraba los ojos, mi mente volvió a la chica de la ventana.
Sin querer dar tantas vueltas en el asunto, cerré mis ojos. Por ahora, solo quería descansar un poco antes de enfrentar la inevitable noche que me esperaba.
El cansancio empezó a ceder mientras yacía en la cama, pero mi mente seguía dando vueltas a la reciente mudanza. Pensé en la chica y en cómo había reaccionado al vernos observándola. Tal vez fue un poco invasivo de nuestra parte, aunque no era como si hubiéramos planeado espiarla. Solo fue un acto reflejo, producto de la curiosidad y la sorpresa.
El sonido de la puerta abriéndose interrumpió mis pensamientos. Alcé la mirada y vi que se trataba de Jayla.
—¿Estás listo para la fiesta? Jaden me dijo que vas a ir.
Suspiré y, sin levantarme de la cama, le respondí. —No estoy seguro. Jaden me está obligando.
Su respuesta fue casi inmediata. —¡Vamos, será divertido! Además, no puedes dejar que Jaden y yo nos divirtamos solos.
Jayla era la razón por la que Jaden y yo podíamos salir a fiestas como esta; mamá confiaba en que su presencia mantendría a raya cualquier comportamiento imprudente. Éramos compañeros de travesuras, aunque ella tenía un toque más responsable que mi hermano.
Asentí, ella no dijo nada más y salió.
Me quedé mirando el techo por unos momentos más antes de levantarme lentamente. Sabía que no tenía escapatoria. Jaden era persistente y, una vez que se fijaba un objetivo, no descansaba hasta lograrlo. Además, Jayla había aceptado acompañarnos, lo que significaba que mamá no tendría problemas en darnos permiso.
Caminé hacia mi armario, sin demasiada emoción, y empecé a buscar algo decente para ponerme. Si iba a ir a la fiesta, al menos no quería parecer un desastre. Saqué una camiseta negra y unos jeans oscuros, mi atuendo habitual para cuando no quería destacar demasiado.
Mientras me cambiaba, no pude evitar pensar en la chica de al lado. ¿Tendría amigos aquí o sería nueva en la ciudad? La idea de conocer a alguien nuevo me resultaba tan intrigante como incómoda. Nunca había sido el mejor para hacer amigos; Jaden siempre se encargaba de eso. Pero ahora, con ella viviendo tan cerca, quizás sería inevitable cruzarnos.
El golpe de la puerta de mi habitación me sacó de mis pensamientos. Sabía que era Jaden, y no me equivoqué.
—Vamos, Wanna, apúrate. Jayla ya está lista y mamá ya nos dio permiso. Si seguimos esperando, se nos hará tarde y no habrá lugar en la fiesta para nosotros.
Asentí, cerrando el armario y echando un último vistazo al espejo. Mi reflejo mostraba a alguien que intentaba no parecer tan reacio como en realidad estaba.
—Ya voy, ya voy —dije, recogiendo mi chaqueta del respaldo de la silla.