Sin darnos cuenta, la noche nos atrapó. La tarde había pasado en un parpadeo, entre risas y anécdotas que me hicieron olvidar todo lo que pesaba sobre nosotros. A Diane parecía gustarle mucho el helado que habíamos compartido, y verla sonreír tan genuinamente me hizo sentir algo diferente, como si finalmente hubiera conseguido liberar algo de su carga. Estaba tan inmerso en ese pequeño momento de tranquilidad, que no me percaté de la hora hasta que el sol comenzó a desaparecer detrás de los árboles.
—Creo que ya es tarde —dije, mirando mi reloj—. Deberíamos volver a casa.
Diane me devolvió la mirada, su sonrisa desvaneciéndose un poco, como si la realidad estuviera volviendo a su mente. Asintió lentamente, y aunque el silencio entre nosotros no era incómodo, ambos sabíamos que el momento de regresar a la realidad ya estaba aquí.
Caminamos de vuelta a nuestras casas en silencio, la sensación de paz aún colgando en el aire, pero con un toque de incertidumbre. La casa de Diane estaba justo al lado de la mía, así que cuando llegamos, nos detuvimos por un segundo en el pequeño espacio entre las dos propiedades.
—Gracias por hoy —dijo ella suavemente, sus manos nerviosas jugando con la manga de su chaqueta.
—De nada —respondí, dándole una sonrisa que esperaba le brindara algo de consuelo—. Cuando quieras repetirlo, ya sabes dónde encontrarme.
Diane sonrió, aunque de nuevo, parecía estar escondiendo algo. Asintió con la cabeza antes de girarse hacia su puerta. Yo me quedé mirándola un segundo más, algo en mi interior me decía que no todo estaba bien, pero decidí dejarlo pasar. Tal vez solo estaba cansada.
Entré en mi casa y saludé brevemente a mis padres antes de subir a mi habitación. Me sentía extraño, como si algo importante hubiera cambiado entre nosotros hoy, pero no estaba seguro de qué era. Diane había bajado las defensas por un momento, y eso me hizo sentir más conectado a ella de lo que esperaba.
Me tumbé en mi cama, intentando distraerme con cualquier cosa, cuando de repente, un ruido me hizo sentarme de golpe. Eran golpes, golpes que venían de la casa de Diane. Al principio pensé que tal vez me lo estaba imaginando, pero los sonidos se volvieron más fuertes, como si alguien estuviera tirando muebles o algo así.
—¿Qué es eso? —me pregunté en voz baja, levantándome de la cama y acercándome a la ventana. No veía nada extraño desde donde estaba, pero los ruidos continuaban.
De pronto, escuché gritos. Mi corazón comenzó a latir con fuerza en el pecho. No podía ignorarlo más.
Abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras rápidamente. En la sala, mis padres, Jayla, Jaden y Daelo ya estaban mirando hacia la casa de Diane con el mismo rostro de preocupación que yo.
—¿Qué está pasando? —preguntó mi madre, Jessica, con la voz tensa, claramente nerviosa.
—No lo sé, pero los gritos se están haciendo más fuertes —respondí, mientras mi padre se acercaba a la puerta principal.
—No podemos quedarnos aquí, tengo que ir a ver qué pasa —dije decidido, dirigiéndome hacia la puerta para salir.
—Espera, Javon —mi padre me detuvo, poniéndome una mano firme en el hombro—. No sabemos lo que está ocurriendo allí, puede ser peligroso.
—Pero no podemos solo quedarnos aquí escuchando esto —respondí, frustrado, mientras los gritos continuaban desde la casa de al lado. El sonido de algo rompiéndose me hizo temblar. Sabía que algo malo estaba pasando.
Justo en ese momento, alguien golpeó nuestra puerta, desesperadamente. Todos nos quedamos paralizados por un segundo. Papá se acercó rápidamente y abrió, revelando una figura que, en la penumbra, apenas podía reconocer. Era Diane.
Su rostro estaba cubierto de sangre, sus ojos hinchados por las lágrimas y su cuerpo lleno de moretones que apenas dejaban visible su piel. Temblaba descontroladamente, y solo lograba soltar pequeños sollozos entrecortados.
—¡Diane! —gritó mi madre mientras la ayudaba a entrar. La llevamos al sofá, mientras mi mente intentaba procesar lo que estaba viendo. Los gritos que habíamos escuchado... todo encajaba ahora.
—Javon... —murmuró Diane, apenas siendo capaz de pronunciar las palabras.
—¿Qué pasó? —le pregunté, tratando de mantener la calma aunque por dentro estaba en pánico.
—Él... él se enojó —sollozó, sus manos temblorosas agarrando las mangas de su chaqueta, tratando de cubrirse los moretones—. Cuando llegué, estaba furioso porque salí contigo. Me tiró al suelo... y empezó a patearme... no paraba.
Mi madre y Jayla estaban al borde de las lágrimas, y mi padre tenía el rostro endurecido por la furia contenida.
—Lina... —continuó Diane, su voz apenas un susurro—. Ella estaba ahí... solo me miraba mientras usaba su teléfono. No hizo nada.
Mi corazón se rompió al escucharla. No podía imaginar cómo alguien podía ser tan cruel, especialmente su propia familia.
—No podemos quedarnos así —dijo papá con voz firme—. Vamos a llamar a la policía.
—Sí, eso es lo que debemos hacer —añadió mamá, mientras sacaba su teléfono y comenzaba a marcar.
Diane comenzó a llorar de nuevo, sus sollozos cada vez más intensos. Me arrodillé frente a ella, tomando su mano con suavidad. —Vas a estar bien, Diane —le aseguré, aunque por dentro me sentía impotente.
—No quiero volver... no puedo volver a esa casa —dijo entre lágrimas, sus ojos llenos de miedo y desesperación.
—No lo harás —le dije con firmeza—. No vamos a dejar que te lastimen más.
Mientras esperábamos a que la policía llegara, el silencio en la sala solo era roto por los sollozos de Diane. Mi familia y yo nos miramos, sabiendo que esta era solo una pequeña parte de una batalla mucho más grande que estaba por comenzar.
Los minutos que pasaron esperando a la policía se sintieron eternos. Diane seguía temblando en el sofá, aferrándose a mi mano como si fuera lo único que la mantenía conectada con la realidad. Mi familia estaba en silencio, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo justo al lado de nuestra casa.