El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de mi cuarto cuando desperté. Me giré lentamente, sintiendo la tensión en mis músculos después de la noche anterior. Allí estaba Diane, dormida a mi lado. Su rostro, aunque marcado por los golpes y el cansancio, parecía más tranquilo en ese momento. Sus respiraciones eran suaves y constantes, como si, por fin, pudiera descansar en paz. Verla así me recordó la intensidad de todo lo que había ocurrido, y el peso de lo que venía después.
Me levanté con cuidado, intentando no hacer ruido. Sabía que mis padres estarían despiertos ya, preocupados por todo lo sucedido. Cuando salí de mi cuarto, encontré a mamá y papá en la cocina, hablando en voz baja.
—¿Cómo está? —preguntó mi madre apenas me vio entrar.
—Aún duerme —respondí, tomando asiento frente a ellos.
El silencio se instaló por un momento. Mis padres intercambiaron miradas, y supe que estaban tan preocupados como yo. No era solo lo que había pasado, sino lo que vendría. La situación con Diane no era sencilla. Sabíamos que no podía volver a su casa, pero tampoco estaba claro qué pasos debíamos seguir.
—Tenemos que hablar sobre lo que haremos ahora —dijo mi padre, rompiendo el silencio—. Si no puede regresar a su casa, ¿dónde va a ir?
—No puede quedarse sola —añadió mamá con una mirada cargada de preocupación—. Tendremos que ver si hay algún familiar que pueda hacerse cargo de ella o... —Su voz se apagó. Sabíamos lo que significaba. La idea de que pudiera terminar en el cuidado del estado no era fácil de aceptar.
—No sé si tiene otro lugar a dónde ir —dije, la frustración evidente en mi voz—. No ha mencionado a nadie más, y con lo que ha pasado, dudo que quiera volver a esa casa.
Mis padres asintieron, ambos con expresiones serias. Estaban dispuestos a ayudarla, pero sabíamos que las cosas no serían tan sencillas.
—Bueno, por ahora, puede quedarse aquí todo el tiempo que necesite —dijo mi padre decidido—. Vamos a asegurarnos de que esté a salvo. Pero también tenemos que pensar en el largo plazo. Lo importante es que ella se sienta segura.
Mamá se acercó a mí, poniendo una mano en mi hombro.
—Hiciste lo correcto al ayudarla, hijo —dijo con suavidad—. Estamos orgullosos de ti.
Sus palabras me dieron algo de alivio, pero la situación aún me pesaba. Sabía que esto no terminaría tan fácil, y me preocupaba lo que podría venir después.
Pasó un rato antes de que escuchara a Diane moverse en la habitación. Entré con cuidado, encontrándola sentada en el borde de la cama, un poco desorientada. Al verme, sus ojos se suavizaron, aunque seguía siendo evidente el dolor y la incomodidad en su rostro.
—¿Cómo te sientes? —pregunté, acercándome lentamente.
—Estoy... bien, supongo —murmuró, aunque era evidente que no era del todo cierto—. Gracias, Javon. No sé qué habría hecho si no hubieras estado allí.
Me senté junto a ella, dándole espacio pero mostrando que estaba allí para lo que necesitara. Hubo un momento de silencio, hasta que Diane finalmente habló, su voz temblando.
—No puedo volver a esa casa —dijo, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. No después de lo que pasó. Tengo miedo... miedo de lo que pueda hacerme si vuelvo.
La vi bajar la guardia, mostrando toda su vulnerabilidad. Nunca la había visto así, tan frágil, y eso me rompió por dentro. Quería decirle que todo estaría bien, que la protegería de todo lo malo, pero no tenía todas las respuestas. Lo único que podía hacer era prometerle que estaría allí.
—No tienes que volver —le aseguré—. Mis padres ya están pensando en cómo ayudarte, y no vamos a dejar que te pase nada más. Estás segura aquí, Diane.
Ella asintió, pero podía ver el miedo aún en su rostro. No era solo su padrastro. Era Lina. Era todo lo que había pasado. Y aunque intentaba ser fuerte, sabía que el trauma de todo esto no desaparecería tan fácilmente.
—Javon... no sé qué va a pasar ahora —dijo en voz baja—. Tengo miedo de que todo empeore. ¿Qué haré si... si tengo que irme a otro lugar? No quiero estar sola.
Sentí un nudo en el estómago al escucharla. La idea de que pudiera ser enviada lejos, o a algún lugar donde no estaríamos para protegerla, me llenaba de angustia.
—No estarás sola —le prometí—. Pase lo que pase, te ayudaré. No voy a dejarte enfrentarlo todo sola.
Por primera vez en mucho tiempo, Diane sonrió, aunque fuera una sonrisa pequeña y llena de dolor. Sentí que, de alguna manera, esa conexión entre nosotros se había vuelto más fuerte.
La mañana avanzaba lentamente, y aunque sabíamos que eventualmente tendríamos que enfrentarnos al mundo exterior de nuevo, ninguno de los dos quería moverse. El peso de todo lo que había pasado seguía colgando sobre nosotros. Sabíamos que regresar a la escuela no sería fácil, que habría preguntas, miradas, murmullos. Pero también sabíamos que no podíamos escapar de ello.
Mis hermanos estaban preocupados, intentando pensar en maneras de apoyarla. Jaden, en particular, parecía más decidido que nunca a no dejar que Diane enfrentara nada sola.
—Podemos hablar con los profesores, hacer que la dejen tranquila por un tiempo —sugirió Jayla—. Que sepan lo que ha pasado, para que no la presionen. Necesita espacio.
—Haremos todo lo que sea necesario —añadió Jaden, firme.
Diane los miró, visiblemente agradecida, pero también agotada. Era mucho para procesar, y todos lo sabíamos. Pero también sabíamos que, por primera vez en mucho tiempo, Diane no estaba sola.
La familia Walton había decidido estar allí para ella.
Pasaron unos días en los que la rutina de la casa se había transformado. Todos estaban volcados en proteger a Diane, intentando brindarle un espacio seguro donde pudiera recuperarse, aunque sabíamos que las heridas que llevaba no eran solo físicas. Sin embargo, la calma duró poco. Una mañana, mientras estábamos en la cocina, nos llegó la noticia que temíamos y esperábamos al mismo tiempo.