Después de lo que sentí como una eternidad, me di la vuelta sin hacer ruido, incapaz de seguir mirando. Cada paso que daba lejos de ellos se sentía pesado, como si el aire a mi alrededor se hubiera vuelto denso, casi sofocante. Mis manos temblaban, y trataba de apretar los puños para calmarme, pero la imagen de Diane y Mason besándose seguía repitiéndose en mi mente como una pesadilla.
No sabía qué sentir. ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Decepción? Todo se mezclaba en un revoltijo que no podía procesar. Lo único que sabía era que no quería estar cerca de ellos.
Al llegar al punto de encuentro, Jayla y Jaden estaban de pie, esperándome para dar un paseo por la cubierta del crucero. Jaden fue el primero en notarme.
—Ey, ¿y Diane? ¿Todo bien? —preguntó mientras se estiraba, relajado.
Intenté mantener una cara neutral, pero mi voz salió más fría de lo que pretendía.
—No sé. No la vi —dije, sin detenerme ni mirar a ninguno de los dos a los ojos—. Voy a dormir, estoy cansado.
Jayla me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¿Estás bien, Javon? ¿Por qué tan de repente?
—Solo estoy cansado, Jayla. No pasa nada —respondí con un tono cortante antes de darme la vuelta y dirigirme a mi habitación.
No esperé su respuesta. Sabía que Jayla podía intuir que algo no andaba bien, pero no podía hablar de eso. No quería hablar de eso. Cerré la puerta de mi habitación con fuerza, como si eso fuera a bloquear los pensamientos que me acosaban. Pero no lo hizo. Me tiré en la cama y miré al techo, tratando de ordenar mis ideas, pero la confusión y el dolor eran demasiado fuertes.
Esa noche apenas dormí. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Diane y Mason volvía a mi mente. No sabía qué me dolía más, si el hecho de que ella estuviera con él o el hecho de que, en algún momento, había creído que yo significaba algo más para ella. Por más que intentara, no podía dejar de pensar en lo que había visto, en cómo ese beso me había roto por dentro.
Al día siguiente, cuando finalmente salí de mi habitación para ir a desayunar, ya había tomado una decisión: si quería dejar de sentir esto por Diane, tendría que ignorarla. Era lo único que se me ocurría para protegerme.
Al llegar al restaurante, mis hermanos y Diane ya estaban sentados, riendo por algo que Jaden acababa de decir. Cuando me acerqué, sentí su mirada sobre mí, pero decidí no prestarle atención. Me senté en la mesa, justo frente a ella, pero no dije ni una palabra.
—Buenos días, Javon —dijo Diane con una sonrisa dulce, como si no hubiera pasado nada.
No levanté la vista.
—Sí, buenos días —respondí en un murmullo, concentrándome en mi plato, fingiendo que el cereal era lo más interesante del mundo.
El silencio incómodo que siguió me hizo sentir aún peor, pero me negué a ceder. Jaden, ajeno a todo, siguió con la conversación, hablando de las actividades que haríamos ese día. Yo solo asentía de vez en cuando, sin prestar mucha atención. No quería saber de nada.
Diane me miraba, lo sabía, pero no le devolvía la mirada. Sabía que si la miraba a los ojos, todo se derrumbaría. Por eso, hice lo posible por evitarla todo el día.
Más tarde, mientras caminábamos por el barco, Diane se acercó a mí, su expresión preocupada.
—Javon, ¿pasa algo? Has estado raro todo el día —preguntó, su voz llena de genuina preocupación.
No pude evitar que algo de mi frustración se filtrara en mi tono.
—No pasa nada, Diane. Solo... tengo cosas en la cabeza —dije secamente, alejándome un paso.
Ella frunció el ceño, claramente confusa.
—¿Seguro? Porque parece que estás molesto conmigo y no entiendo por qué.
Cerré los ojos un momento, intentando calmarme, pero las emociones estaban demasiado a flor de piel. Sin mirarla, le respondí de la forma más cortante que pude.
—De verdad, no es nada, Diane. Déjalo.
Se quedó quieta un segundo, sorprendida por mi respuesta. Sabía que mi actitud la estaba desconcertando, pero no podía evitarlo. Cada vez que la veía, solo podía pensar en ella besando a Mason.
Durante el resto del día, Diane intentó acercarse a mí en varias ocasiones, buscando entender lo que estaba pasando. Pero cada vez la empujaba más lejos, siendo más frío de lo que nunca había sido con ella. Mi corazón me dolía al hacerlo, pero no podía soportar la idea de enfrentar mis sentimientos. Si iba a olvidarla, tenía que distanciarme.
La noche llegó, y cuando nos reunimos de nuevo para cenar, me senté lo más lejos posible de Diane, fingiendo que estaba completamente absorto en cualquier cosa menos en ella. Jayla me lanzó varias miradas inquisitivas, pero no dijo nada. Sabía que algo andaba mal, pero tampoco quiso presionar.
Diane, por su parte, apenas habló durante la cena. Pude ver que estaba dolida por mi actitud, pero no podía ceder. No podía permitir que mis sentimientos por ella siguieran creciendo si lo único que me esperaba era más dolor. Decidí que, si la ignoraba lo suficiente, tal vez podría olvidarme de lo que sentía por ella.
Tal vez, algún día, podría dejar de pensar en lo que vi la noche anterior.
Los días siguientes se volvieron una rutina insoportable para mí. Cada vez que Diane se acercaba o intentaba hablarme, me alejaba sin mirarla a los ojos. Mis respuestas eran cortas, distantes, y aunque me dolía hacerle eso, era la única forma que conocía para lidiar con el dolor. Por dentro, una parte de mí esperaba que ella se diera cuenta de lo que había hecho, que entendiera por qué la estaba evitando, pero también sabía que probablemente no lo haría. No después de lo que vi.
En uno de esos días, cuando ya no soportaba más la tensión y la confusión, decidí que necesitaba hablar con alguien. Mi padre siempre había sido mi ancla en los momentos difíciles, y aunque no sabía cómo abordar el tema de Diane, al menos quería una distracción. Me acerqué a él después de la cena, cuando todos se habían dispersado por el barco.