El aire parecía detenerse. Diane había cerrado la puerta con fuerza, y en mi cabeza solo resonaba el eco del portazo. No podía quedarme ahí, no después de que me había visto en esa posición. Aunque no había hecho nada malo, lo que ella había presenciado era suficiente para destruir todo lo que habíamos construido. Tenía que explicarle, detenerla antes de que su dolor creciera aún más.
Me tambaleé al salir de la habitación, con Savannah siguiéndome.
—¡Espera, Diane! —grité, pero mi voz se ahogó en el pasillo, donde el eco parecía burlarse de mi desesperación.
Savannah no se quedó atrás.
—¡Javon, no puedes dejarme así! —decía con una risita burlona mientras intentaba alcanzarme—. ¿Qué más da? Ella no entiende…
Me giré hacia ella, con la furia brotando en mi pecho.
—¡Cállate, Savannah! —rugí—. ¡Ya has hecho suficiente daño!
Su sonrisa vaciló por un instante, pero antes de que pudiera decir algo más, vi a Diane atravesando el patio hacia la piscina. Las luces brillaban con una intensidad casi surrealista, reflejándose en el agua como estrellas rotas. La seguí, ignorando la mirada curiosa de las pocas personas que aún estaban ahí.
Cuando llegué a la piscina, Diane estaba de pie, con la respiración agitada, y todos los ojos estaban puestos en ella. Se giró, y vi la ira en su rostro, una furia que nunca antes había presenciado.
Antes de que pudiera alcanzarla, se acercó a Savannah con pasos firmes. Todo en su postura gritaba peligro.
—¡Diane, espera! —grité, pero mi voz se perdió en el aire.
Sin previo aviso, Diane le agarró el cabello con una fuerza que hizo que Savannah gritara. La arrastró hacia el borde de la piscina, inclinándola hasta que su rostro casi tocó el agua.
—¿Te divierte esto? —espetó Diane con una voz baja, llena de veneno.
La multitud guardó silencio, y yo sentí que el mundo entero se ralentizaba. Savannah dejó de reírse, su cuerpo rígido ante la determinación de Diane.
—¿Es divertido meterte con alguien que no conoces? —continuó Diane, inclinándola un poco más. Savannah intentó zafarse, pero la fuerza de Diane era implacable—. ¿O simplemente no te alcanzaba el autoestima para conseguir tu propio hombre?
La chica no respondió, pero su rostro reflejaba una mezcla de miedo y humillación. Diane, sin soltarla, le tiró un poco más del cabello, obligándola a mirar su reflejo en el agua.
—Míralo bien —susurró, con los dientes apretados—. Porque te juro que, si vuelves a cruzarte en mi camino, meteré tu cara en esta piscina hasta que ni tú misma recuerdes cómo te llamas.
Un murmullo recorrió a los espectadores, pero nadie se atrevió a intervenir. Mi corazón latía con fuerza, y aunque sabía que debía hacer algo, estaba congelado. Esta no era la Diane que conocía; esta era una versión de ella que había sido llevada al límite.
Finalmente, Diane la soltó, dejando caer a Savannah al suelo como una muñeca rota. La chica gimió, tocándose el cuero cabelludo, mientras Diane se giraba hacia mí.
—Y tú… —me señaló con el dedo, sus ojos encendidos como si quisieran atravesarme—. Si esta es tu idea de un malentendido, entonces quédate con ella. Es lo único que te mereces.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una avalancha. Quise hablar, explicarle, pero mi garganta estaba seca y mi mente, un caos. Diane no esperó mi respuesta. Dio media vuelta y se alejó con pasos firmes, dejando atrás un silencio que solo era interrumpido por el suave chapoteo del agua.
Me quedé ahí, inmóvil, viendo cómo desaparecía en la distancia. Savannah seguía en el suelo, gimiendo suavemente, mientras las personas alrededor comenzaban a murmurar. Algunos sacaban sus teléfonos, probablemente grabando todo.
Mi corazón estaba destrozado. Había fallado en proteger a Diane, no solo de Savannah, sino también de mi propia imprudencia. Me sentía vacío, como si algo vital se hubiera ido con ella.
Finalmente, me arrodillé al lado de Savannah, más por desesperación que por otra cosa.
—¿Por qué hiciste esto? —le pregunté con la voz rota.
Ella no respondió, solo me miró con una mezcla de lágrimas y enojo.
Me levanté, alejándome de ella y de todos los demás. Diane estaba en lo cierto: si no podía protegerla ni darle la seguridad que merecía, entonces tal vez yo no era lo que ella necesitaba. Pero aún no estaba listo para rendirme. Tenía que encontrarla. Tenía que arreglar esto, aunque me costara todo.
El silencio del teléfono era ensordecedor. Llamé a Diane una, dos, tres veces... perdí la cuenta de cuántas. Cada tono que sonaba sin respuesta era como una daga que se clavaba más profundamente en mi pecho. Había arruinado todo, y lo peor era que ni siquiera tenía forma de explicarle lo que realmente pasó. Mi mente seguía regresando a la escena en la piscina, a su rostro lleno de ira y dolor, y al sonido del portazo que aún resonaba en mi cabeza.
De repente, recordé el vuelo. Saldría en dos horas. Si no contestaba mis llamadas, entonces tal vez estaría en el aeropuerto. Me aferré a esa idea como un náufrago a un pedazo de madera. Salí corriendo de la casa sin mirar atrás, ignorando a Savannah y cualquier otra cosa. Solo tenía una misión: encontrar a Diane y arreglar esto, como fuera.
Llegué al aeropuerto con el corazón en la garganta, buscando desesperadamente entre la multitud. Los pasillos estaban llenos de rostros desconocidos, ninguno de ellos era el de Diane. Mis ojos recorrieron cada rincón, pero ella no estaba a la vista.
Decidí esperar. Sabía que nuestros asientos estaban juntos en el vuelo. Si no la encontraba antes, al menos tendría la oportunidad de hablar con ella cuando estuviéramos cara a cara. Pasaron los minutos, que se sintieron como horas, hasta que finalmente llamaron a abordar. Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba hacia el avión, preguntándome si realmente estaría allí.
Cuando llegué a mi asiento, la vi. Diane estaba sentada junto a la ventana, mirando hacia afuera con los auriculares puestos. Su postura era tensa, y su expresión lo decía todo: "No me hables". Pero no podía dejarlo así. Me senté a su lado y tomé aire, reuniendo el valor para intentar hablarle.