Aquella noche se sentía cargada incluso antes de que las palabras empezaran a fluir. Jayla, parada frente a Savannah, tenía una expresión que rara vez le había visto: fría y calculadora, como si estuviera analizando cada movimiento antes de decidir cuál sería su próximo paso. Diane, por otro lado, mantenía los brazos cruzados, su rostro un muro de emociones reprimidas. Yo estaba ahí, atrapado en el medio, con el estómago hecho un nudo mientras observaba cómo la escena se desplegaba frente a mí.
—Habla —ordenó Jayla, con una firmeza que no admitía discusión.
Savannah, sentada en el sofá como si quisiera desaparecer en el tapiz, levantó la mirada hacia Jayla y luego la desvió hacia mí. Sus labios se movieron como si quisiera decir algo, pero no salió nada. Solo apretó las manos sobre su regazo, incómoda bajo la presión.
—Savannah, no te traje hasta aquí para verte jugar a la muda. Habla o te juro que te hago regresar caminando a tu casa —espetó Jayla, cruzándose de brazos.
—Está bien... —murmuró finalmente Savannah, aunque su voz era apenas audible. Miró hacia el suelo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para levantarlas—. Está bien, voy a hablar.
—Yo... yo no quería que esto llegara tan lejos, ¿okey? —empezó, todavía sin levantar la mirada. Su voz temblaba ligeramente, pero había algo en su tono que me puso a la defensiva—. Solo quería divertirme en la fiesta. Vi a Javon y pensé... pensé que podía hablar con él.
—¿Hablar con él? —interrumpió Diane, su tono cargado de sarcasmo. Las palabras salieron disparadas como dardos venenosos—. Porque "hablar" siempre incluye meterle mano a alguien en una cama, ¿no?
Savannah levantó la mirada esta vez, sorprendida por la agresividad de Diane, pero no dijo nada.
—Diane... —intenté intervenir, pero el frío de su mirada me dejó congelado.
—No me interrumpas, Javon. Estoy escuchando cómo esta... —se detuvo un segundo, como si buscara una palabra suficientemente fuerte—. Cómo esta chica trata de justificar lo que hizo.
Savannah respiró hondo y continuó.
—Yo estaba celosa, ¿de acuerdo? —soltó de golpe, como si las palabras le quemaran la garganta—. Celosa de lo que tienen ustedes dos. Lo vi desde el primer momento en que llegaron a la fiesta. La forma en que se miran, cómo todo el mundo sabe que están juntos y... y yo no tengo eso. Nunca lo he tenido.
Diane soltó una risa amarga, inclinándose hacia Savannah como si estuviera disfrutando ver cómo ella se desmoronaba.
—¿Y eso justifica lo que hiciste? —preguntó, con la voz baja pero llena de veneno—. Porque no tener lo que quieres te da el derecho de arruinar lo que tienen los demás, ¿verdad?
Savannah sacudió la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡No quería arruinar nada! —gritó, finalmente alzando la voz—. Solo... solo quería sentir que alguien me veía, aunque fuera por un momento.
—¿Y tu solución fue ir tras mi novio? —respondió Diane, su tono cortante como un cuchillo.
—¡No lo planeé! —replicó Savannah, mirando ahora directamente a Diane—. Estaba borracha, él estaba borracho... las cosas se salieron de control. Pero juro que no significó nada.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una losa. No podía quedarme callado.
—Diane, por favor, escúchame —dije, dirigiéndome a ella directamente—. Nada pasó, te lo juro. Yo no quería que Savannah estuviera cerca de mí. Traté de alejarla.
—¿Y cómo lo hiciste, Javon? —preguntó Diane, girándose hacia mí con los ojos llenos de furia—. Porque desde donde yo estaba, no parecías estar muy incómodo.
Sus palabras me atravesaron como un golpe directo al pecho.
—Estaba borracho, Diane. Apenas podía pensar con claridad, pero incluso en ese estado, lo único que tenía en mente eras tú. Traté de detenerla. No dejé que pasara nada porque tú eres lo único que me importa.
Diane me miró, y por un momento creí ver algo más allá de su enojo, algo parecido a dolor o duda.
Jayla dio un paso al frente, colocando una mano en el hombro de Diane.
—Mira, sé que estás herida, Diane, y tienes todo el derecho de estarlo —dijo, con un tono más suave del que había usado hasta ahora—. Pero también sé lo mucho que Javon te ama. Lo conozco mejor que nadie, y sé que nunca haría algo así intencionalmente.
Diane no respondió de inmediato. En cambio, volvió a mirar a Savannah, quien seguía en silencio, con las lágrimas corriendo por su rostro.
—¿Sabes qué, Savannah? —dijo finalmente Diane, su voz firme pero controlada—. Espero que encuentres lo que estás buscando. Pero te advierto una cosa: si vuelves a acercarte a Javon, no habrá nadie que te salve de mí.
Savannah asintió rápidamente, como si las palabras de Diane fueran una sentencia final.
Diane salió de la sala sin decir nada más, dejando un silencio pesado en su lugar. Jayla miró a Savannah con desprecio y luego me miró a mí, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que había pasado.
Cuando finalmente Jayla acompañó a Savannah a la puerta, regresó y se quedó frente a mí con los brazos cruzados.
—No arruines esto, Javon. Si Diane decide darte otra oportunidad, será porque te la ganaste, no porque se lo pediste.
Asentí, incapaz de responder. Todo lo que podía pensar era en el peso de sus palabras y en la mirada de Diane, que seguía grabada en mi mente.
El eco de la puerta al cerrarse detrás de Savannah aún resonaba en mi mente cuando me dejé caer en el sofá. La adrenalina de la confrontación empezaba a disiparse, y con ella, el cansancio emocional que parecía aplastarme como una losa. Jayla entró en la sala unos minutos después, con una expresión de satisfacción que contrastaba con mi agotamiento.
—¿Así que le pagaste todo? —pregunté, rompiendo el silencio.
Jayla arqueó una ceja.
—Claro que sí. ¿Qué te creías, Javon? Esa chica no iba a regresarse por su cuenta. Le compré un vuelo para que regresara a Mount Dora y un taxi directo al aeropuerto.