La Chica de Jesse

Capítulo 5

Vera no me llamó el domingo, y pese a que su silencio me tuvo algo preocupada en un principio, acabé decidiendo no darle tantas vueltas al asunto. Después de todo, quizás ella también se estaba preguntando por qué yo no la llamaba para brindarle todos los detalles jugosos acerca de mi noche con Kevin, pero lo cierto era que mi intención consistía en retrasar lo más que pudiera el momento de tener que escuchar su resumen acerca del fin de semana. Por lo general, me moría por saberlo todo. No obstante, esta vez, mientras menos supiera, mejor; si bien comprendía que muy pronto me iba a ser imposible continuar ignorante respecto a lo que había ocurrido (o no, quizás) en «La Gran Manzana».

Lo importante y bueno fue que el domingo me sirvió de día de descanso. Además de pasar tiempo con mis amigos, reviví una y otra vez dentro de mi cabeza las escenas del (según yo) exitoso baile de San Valentín, y el lunes desperté tan entusiasmada que me costó tomar el desayuno antes de salir de mi casa hecha una flecha, casi corriendo hasta la parada del autobús, donde me senté con las piernas temblando. La idea de ver a Kevin, por un lado, me aterrorizaba y me avergonzaba; mientras que, por el otro, me carcomía la curiosidad de saber cómo marcharían las cosas a partir de ahora.

Pero el hilo placentero de mis pensamientos se vio interrumpido violentamente cuando alguien se sentó a mi lado y descubrí que se trataba Jesse, quien se veía tan sonriente y radiante como siempre. Fue un alivio que Sarah y Bryan llegaran casi de inmediato, justo cuando más los necesitaba, después de no haber podido corresponder de la misma manera al saludo efusivo de Jesse y contestar sus preguntas acerca de mi fin de semana, especialmente sobre el baile. Me limité a decirle que todo había ido bien y agradecí que Bryan mencionara el partido de lacrosse que se jugaría el sábado en la escuela, y que eso bastara para distraerlo y salvarme de preguntarle acerca de su fin de semana, el cual, a juzgar por su estado de ánimo, no había marchado nada mal.

Vera se solidificó a mi lado ni bien llegué a mi casillero (a veces me preguntaba cómo hacía para aparecer de la nada) y me miró de una forma extraña, como debatiéndose entre una sonrisa y un ceño fruncido.

—¿Por qué no me llamaste ayer? —preguntó al fin—. ¡Pensé que te interesaría saber cómo me fue en el desfile!

¡El desfile, claro! Había estado tan ocupada evitando pensar en todo lo demás que podía haber hecho Vera en Nueva York que había olvidado el principal motivo por el que había estado allí en primer lugar: aquel desfile tan importante para ella. Me sentí terrible.

—¡Ay, Vera! ¡Lo lamento mucho! ¡No sé cómo se me pudo olvidar llamarte! —Y lo que comenzó como una mentira piadosa para salir del apuro, terminó siendo la verdad—. Quizás estaba algo... aturdida.

Vera alzó sus cejas rubias y, tras atar cabos con rapidez, apretó los labios para disimular su sonrisa.

—Así que... Kevin —comentó como con indiferencia, apoyándose en el casillero de al lado.

Sabía que la única y principal razón por la que Vera no se encontraba dando saltitos y pidiéndome entre risitas que le contara todo era que detestaba a Kevin.

—Kevin —asentí mirándola.

Vera suspiró dramáticamente.

—Mira, Mel: tú sabes cómo me siento respecto a Kevin. Pero eres mi mejor amiga, y tengo que aprender a aceptar lo que te hace feliz y ser feliz por eso también. —La miré con los ojos como platos. Un razonamiento tan «profundo» por parte de Vera no era algo que pudiera apreciarse muy a menudo—. Así que, te prometo que daré lo mejor de mí para intentar —Enfatizó la palabra— hacer que Kevin me caiga bien. O, al menos, para no desear cortarle el cabello y estrangularlo cada vez que lo veo. —Otro suspiro dramático—. Entonces, dime... ¿Cómo te fue en el baile?

Para ser sincera, me alegraba mucho tener la oportunidad de contar mi experiencia primero, ya que dudaba que fueran a quedarme muchas ganas de hablar después de que Vera me contara la suya...

«¡Pero basta!», me grité a mí misma en mis adentros. Primero y principal, ni siquiera debería haber estado pensando en eso, sino en cuánto me entusiasmaba contarle a Vera todo lo que había ocurrido en el baile, más todavía después de lo que ella me había dicho acerca de intentar hacer que le cayera bien Kevin.

Le di la mayor cantidad de detalles posibles mientras sacaba mis libros del casillero y la acompañaba al de ella a buscar los suyos. Lo único que ni pensé en mencionar fue cómo me había sentido en cierto momento de la noche; para ser más exacta, justo antes de que los amigos de Kevin nos interrumpieran. Ese se había convertido en un recuerdo borroso y confuso dentro de mi cabeza, algo que ni Vera ni nadie más necesitaba saber, algo en lo que no era conveniente pensar y, definitivamente, no iba a arriesgarme a hacerlo.

—Oh, por Dios... Melanie Thompson, estoy perdiendo todo el respeto por ti —exclamó Vera, colocando los libros sobre nuestra mesa—. No puedo creer que hayas hecho todo eso. Eres una cualquiera.

Me reí con ganas.

—¡Cómo si fuera la primera vez que lo hago! Aunque estoy decidida a borrar a los demás de mis recuerdos y considerar a Kevin como el primero con quien hago esto. ¡Y mira quién habla! —agregué golpeándole el brazo—. La más santa de las monjas.

Vera también se echó a reír.

—¡Ay...! ¡Sí, bueno, no tienes por qué golpearme! —protestó frotándose el brazo, y entonces su sonrisa flaqueó—. Y con respecto a lo que dijiste, ojalá fuera tan fácil borrar los recuerdos. Creo que te va a costar muchísimo y quizá nunca lo logres, así que no te ilusiones.

Fruncí los labios. Sí, yo sabía muy bien que el pasado era imborrable y, lo peor, inolvidable. Pero no quería pensar en eso. Hacía ya cuatro años que había prometido que no pensaría en eso...

Y ahora venía la parte difícil. Le rogué a mi corazón que se comportara, y me volví otra vez hacia Vera.




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