La Chica de Jesse

Capítulo 8

Desperté a media mañana de un humor muy raro. La humillación había sido desplazada por la decepción, el enfado se había desvanecido. Ya no me sentía estúpida, más bien... ilusa; igual que si hubiese sido la última en ver algo que todo el mundo parecía haber visto mucho antes.

Llorar me había ayudado, aunque la vergüenza que logré sacudirme de encima por la escena que había presenciado la noche anterior antes de regresar al pueblo, ahora me caía encima por la que yo misma había protagonizado frente a Jesse, sentada en los escalones del porche de mi casa. Me hubiera gustado haber encontrado otra manera de desahogarme que no lo incluyera a él. Me sentía culpable por haberlo hecho partícipe de todo este desastre, en cierta manera. Pero tenía que aceptar que me había dejado ganar por la desesperación, y ahora tenía que pagar las consecuencias, fueran cuales fueran.

Ocupé mi tiempo en ordenar mi habitación mientras mamá iba a hacer unas compras al supermercado. Por lo menos frente a ella pude fingir que todo marchaba perfectamente.

Acabábamos de empezar a almorzar cuando llamaron a la puerta. Ni por un segundo consideré la posibilidad de encontrarme con quien me sonrió desde el porche tras tirar del picaporte. Lo miré como si fuera algo irreal.

—Hola, Mel —dijo Jesse—. Solo pasaba a ver cómo estabas. Iba a llamarte, pero vivimos a dos cuadras y me pareció un poco... innecesario, y, bueno... —Sus mejillas se colorearon un poco y me miró expectante.

No podía creer que estuviera allí. Bueno, tal vez sí, tratándose de Jesse. Lo que alejaba a los demás, a él parecía acercarlo más.

—Está bien —dije atropelladamente—. Gracias por acercarte. Y como respuesta a tu pregunta, estoy mucho mejor que anoche.

Jesse se mostró aliviado.

—No sabes cuánto me alegra oír eso. Estaba preocupado. No dejé de pensar en ti en toda la noche.

Elegí morderme la lengua en lugar de contestar lo que estaba pensando: yo tampoco había dejado de pensar en él hasta que me quedé dormida, pero también lo pensé en mis sueños, y desde que había despertado aquella mañana.

—Mel —llamó mamá. La oí acercarse—. ¿Quién es? —Se detuvo detrás de mí y miró a Jesse con curiosidad.

—Mamá, este es Jesse...

—Ah, el famoso Jesse —me interrumpió ella emocionada—. Tu nombre siempre termina metido en nuestras conversaciones desde que llegaste a este pueblo. —Deseé que me tragara la tierra. Jesse alzó las cejas y me miró con una sonrisita divertida—. Ya estaba ansiosa por conocerte. ¿Pero qué haces en la puerta? Pasa, ven a comer con nosotras, apenas comenzamos.

—No quiero molestar...

—¿Molestar? Vamos, los amigos de Mel son siempre bienvenidos y yo tengo el talento de cocinar para una familia de cinco.

Jesse me miró dubitativo.

—Ven adentro —le sonreí—. La comida se enfría.

Él me devolvió el gesto y se unió a mamá y a mí en el almuerzo.

Mamá quedó fascinada con él. Lo acosó con preguntas de todo tipo y se carcajeó con sus chistes. Pero aquello no era nada sorprendente ni exagerado, así era ella: un mundo de sonrisas, aun después de todo lo que había vivido desde tan corta edad, y pude ver que Jesse también había quedado encantado con ella. Ni siquiera me molestó sentirme «excluida» de a momentos.

—Tu mamá es increíble —dijo Jesse mientras nos sentábamos en la sala después de que mamá decidiera ir a tomar una siesta—. Me gustaría que la mía fuera al menos la mitad de divertida. No es mala, al contrario, es una de las personas más bondadosas que conozco (y no lo digo porque sea mi mamá), pero puede ponerse demasiado seria. —Su sonrisa flaqueó al encontrarse con mi semblante acongojado—. ¿Qué pasa?

—Jesse, lamento lo de anoche. No debería haberte molestado...

—No me molestaste —dijo él inmediatamente—. No fue solo para quedar bien, hablaba en serio cuando te dije que podías llamarme cualquier día, a cualquier hora. Y me alegro de que lo hayas hecho. —Me mordí el labio inferior y aparté la mirada. Jesse siguió buscándola—. Me importas mucho, Mel. Ya deberías saberlo a estas alturas. Verte así anoche, fue terrible para mí; y no saber la razón...

—Te contaré lo que pasó —le aseguré—, pero hoy no. Aún no estoy lista para hablar de eso.

—¿Alguien te lastimó? —preguntó Jesse sin poder contenerse.

—No físicamente —respondí alzando un hombro—. Así que no te preocupes.

—A veces las heridas emocionales duelen más que las físicas.

«Sí, lo sé muy bien», pensé en contestar, pero eso me habría llevado a meterme en un terreno rocoso y peligroso que deseaba evitar.

—Pero está bien —continuó Jesse—. Esperaré hasta que estés lista para contármelo. Con una condición.

—¿Cuál?

—Ven a cenar a mi casa el próximo sábado. Tú necesitas distraerte y mis padres quieren conocerte. No eres la única que habla mucho sobre sus amigos en casa, ¿sabes?

No lo pensé demasiado. Era una persona demasiado curiosa como para rechazar esa invitación, y la verdad era que me había preguntado muchas veces cómo serían los padres de Jesse. No podían ser muy diferentes a él, ¿cierto?

—De acuerdo, iré.

Su sonrisa fue deslumbrante, y algo explotó en mi interior; algo cálido que me brindó una enorme sensación de bienestar.

Comenzó a llover mientras preparaba algo para beber. El panorama no podría haber sido más alentador: el fuego en la chimenea, el aguacero afuera, chocolate caliente y una de nuestras películas favoritas en la televisión.

Creí que finalmente había llegado el momento de nuestros planes a solas, esos que, de hecho, habíamos acordado dejar para ese día, pero al rato volvieron a llamar a la puerta y Sarah y Bryan entraron corriendo entre risas y palabrotas. Bryan batallaba con su paraguas, maldiciendo a diestra y siniestra mientras intentaba cerrarlo, Sarah se burlaba de él, y el día se puso mejor. No me importó demasiado que los planes con Jesse volvieran a quedar pendientes. Había tenido unas semanas muy locas, acababa de perder a dos de las personas a las que más había querido, y pasar tiempo con los que me quedaban, con los que a pesar de todo seguían allí, a mi lado, sin que ni siquiera la lluvia torrencial los acobardara, hizo que mi alma experimentara tanta calma que no pude más que sentirme agradecida. Fue un fin de semana sanador.




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