Castillo de Tintagel, Inglaterra 1615
Caminando por los pasillos no puede evitar la sensación de que cientos de personas antes de que ella ya lo habían hecho; sin importar si eran hombres, mujeres o niños. Convencidos por un legado atroz, por una misión infame, cegados por su fuerza destruyéndose a sí mismos.
Una parte de ella desea no haber conocido su destino jamás; pero reconsidera, sabía que no escapa a su destino estuviera donde estuviera; después de su primera visita a ese lugar tuvo la sensación de que se llevaba a casa algo más; no un recuerdo o una buena experiencia. No, se lleva algo más; algo que le pertenecía hacía ya mucho tiempo y que por fin encontró: se llevaba su destino.
Escucho de pronto el sonido de sus alas que tocaban el suelo; habían aparecido unos meses atrás, después de su vista al castillo; más sorprendida que ella misma estaba su familia la consideró un monstruo, la sacaron de su casa y lo único que le dieron fue una capa negra para que cubriera lo que podía ser motivo para que la mataran, anduvo semanas sin rumbo bajado sin destino. Eso, creía ella era la razón de su repentino odio hacia todo lo que su pasado alguna vez represento, amor, amistad, unión, felicidad y sobre todo la bondad.
¡Que equivocada estaba!
Por fuerzas mayores llego al lugar donde todo comenzó; fue recibida como si fuera algún familiar que regresa de un viaje largo y muy extenso.
Le enseñaron que sus alas eran parte de ella, que marcaban su diferencia y eran la herencia de un pasado remoto que le partencia solo a ella, le enseñaron que poseía una magia extraordinaria. Dominarla fue su prioridad por semanas, mientras más crecía su magia más pequeña se volvía su alma, los recuerdos de su vida pasada fueron distantes como si perecieran a otra persona y fueron remplazados por anhelos de llegar a completar su destino.
Al llegar al final del pasillo se encontró de frente con dos grandes puertas de oro macizo, era su habitación permanente en ese lugar pidió a las personas que la acompañaban cual perro guardián que se retiraran, diligentemente se marcharon espetó alguien: Aarón.
–No os he dicho que os marcharas.
–Su majestad, solo os quiero decir que descanse bien mañana es un día de suma importancia –Respondió Aarón
Ella lo miro a los ojos, él tenía unos ojos de un color verde azulados penetrantes. Siempre lo fueron; cómo el mismo mar que observa a través del balcón demasiados benévolos para pertenecer a ese lugar.
–Desea pasar –dijo al fin.
–Como ordene.
Aarón entro primero y ella después cerrando la puerta y recostándose sobre ella.
Dirigió la mirada hacia Aarón que caminaba lentamente hacia ella, tomo su rostro entre sus manos y acercándolo sutilmente al suyo intercambio la mirada entre sus ojos y sus labios; sintiendo de pronto como sus respiraciones se agitaban. La besó como si fuera la última vez que la vería (y pensándolo bien: Así era). El beso fue eterno cuando termino los dos se miraron directamente a los ojos y él dijo.
–¿Estás segura de lo que piensas hacer?
–Claro, tú me enseñaste la verdad y que mi destino me pertenecía y no a ellos.
–¿No podríamos tan solo huir?
–Tú sabes mejor que yo que, aunque lo hagamos, nos atraparan y me obligaran hacer... eso tan macabro.
–Sí, lo se: solo que es muy difícil pensar en que no te volveré a ver en esta vida.
Y fue ella esta vez quien lo beso lentamente saboreando cada respiro; él la tomo por la cintura y caminaron lentamente hacia la cama de la cama de la habitación. Cundo se dispuso a quitarle el vestido dijo.
–Ustedes las mujeres y esos incómodos vestidos que daría porque usar algo que no fueran esos vestidos.
–Que impertinencias dices.
Esa noche disfrutaron de la mutua compañía; ella necesitaba sentir que nunca estuvo sola en ese lugar y él necesitaba una prueba más que lo terminara de convencer de lo que había hecho antes no está bien y que nunca lo estaría al menos que hiciera algo. Era increíble que hubiera dejado todo para pertenecer a ellos que lo único que querían era revivir a ser más despreciable del mundo a la misma Morgana. Cinco muertes se requerían a mano de la mujer que llevara su legado.
Cerca de media noche cuando el Efriere canta; ella despertó y luego a él. Tomó un pergamino y le dijo mientras se vestía.
–Necesito que digas estas palabras al salir: sellaran la puerta y solo se abrirán con alba para ese entonces ya no podrán hacer nada –Una pequeña lagrima solitaria se resbalo por su mejilla entonces él la abrazo y se refugió en su cuello; lloraron juntos como tratando de detener la luna en la mitad del cielo para que el destino no los alcanzara. Secándose sus lágrimas ella se acercó al cofre que había a los pies de la cama y sacando un pequeño trapo café lo desenrollo y dejo ver un pequeño dije de plata en forma de espada.
–Era de mi padre, me dijo que me lo dio cundo era muy pequeña poco después de que sane de una extraña enfermedad que casi acaba con mi vida; Es un signo de mi fortaleza. Quiero que lo tengas sé que eres fuerte y esto lo representara.