La Chica De Las Nubes

Capítulo 21: Ser como las nubes.

 

Ser como las nubes

Habían pasado aproximadamente dos semanas, ¡dos malditas semanas!, y Spencer y yo seguíamos en plan de amigos, y si, lo digo con mucha rabia, ¡amigos!

Y en parte era culpa mía, porque seguía sin atreverme a hablar sobre mis sentimientos con él, y explicarle todo lo ocurrido anteriormente. Cuando lo intentaba, simplemente mi lengua deja de funcionar y terminaba sonriendo de forma ansiosa. A este punto no sabía si don imbécil se daba cuenta de eso y lo ignoraba, o estaba tan ciego que ni lo notaba.

Otra cosa que tenía que admitir era que, era bastante cansado tener que escuchar a Spencer llamarme su mejor amiga, siempre que preguntaban acerca de nuestra relación. Rose solo se ría cuando eso pasaba. Así que más o menos me había echado atrás con respecto a nosotros, en una forma amorosa, ya casi lo veía imposible.

Lo que si había sucedido durante todo este tiempo era que ambos nos habíamos conocido más, mutuamente. Era algo extraño porque si alguien me hubiera dicho hace un tiempo que Spencer y yo terminaríamos de esta forma, probablemente me hubiera reído en su cara. Y es que aún me parecía irreal que todo estuviera tan bien, tan tranquilo y tan en paz, que no me fiaba del todo con que las cosas seguirían por mucho tiempo en ese rumbo.

Y no lo exagero, porque hasta mi relación con Marissa había mejorado tanto, que ni yo lo creía. Había veces en las que había ido a casa de Spencer a hacer algún trabajo del colegio juntos, o simplemente a pasar el rato y me había cruzado directamente con ella y no había lanzado ningún insulto. Hasta en el colegio cuando me veía me saludaba y ya, no me molestaba, no se burlaba, solo sonreía de forma amigable y seguía con sus cosas.

Para ser exactos no había pasado nada tan interesante ni tan controversial hasta este día. Como ya era costumbre, había llegado a casa de Spencer por petición de él y me encontraba sentada en una banquita de la florería conversando con su abuela, mientras esperaba a que saliera.

—¡Listo! —exclamo acomodándose su mochila en la espalda y acercándose a nosotras.

—Vale ¿A dónde se supone que vamos?

—A un lugar... —lo medito un momento—... ¿Tranquilo? Ajan.

—¿Tranquilo? ¿Me vas a llevar al cementerio o una cosa así de tétrica?

—¿Qué? No, aunque no suena tan mala la idea —lo pensó un momento y yo puse una mueca.

—¿A dónde vamos? —volví a preguntar.

—No te lo puedo decir, solo vamos —me tomo de la mano, se despidió rápidamente de su abuela y me jalo, para sacarme lo más rápido posible de ahí.

Lo seguí, sin dejar de insistir para que me dijiera el lugar a donde íbamos, pero Spencer seguía sin querer decirme nada, se negaba todas las veces que preguntaba.

Después de un bus y una caminata de 7 minutos llegamos a un pequeño edificio de dos pisos a casi las afueras del centro de la ciudad.

—¿Qué es esto? —pregunte siguiéndolo en dirección a la entrada.

—Un consultorio psicológico —dijo casualmente desviando la mirada lejos de mí, como si le diera vergüenza comentar algo así.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Y qué hacemos aquí? —Murmure mirando hacia todos lados—. ¿Estás insinuando que estoy loca o algo por el estilo?

—Un psicólogo no es para locos, es para todos —aclaro un poco a la defensiva—, además, te traje porque era parte de mi tarea —sonrió inocentemente.

Por un segundo se me había olvidado que Spencer asistía a psicología dos veces a la semana, me la había contado hace poco tiempo.

—¿Tu tarea? — pregunté sin entender nada, pero antes de que pudiese seguir preguntando, la voz de un señor me interrumpió.

—Nombre —pidió con la voz amarga y gruesa.

—Spencer Rochht.

—¿Y ella? —movió al cabeza en mi dirección, me miro de forma fulminante, con toda la palabra fastidio tatuada en su cara.

—La doctora dijo que estaba bien si la traía. La doctora Hanna Hoffman me lo dijo —contesto muy seguro de sus palabras y la careta amarga del guardia tambaleo.

—Sí, sí, pasen —abrió la puerta y nos dejó entrar a una habitación de espera, donde se encontraba una recepcionista, que nos sonrió amablemente y nos hizo sentar en un silloncito.

—¿Para qué me has traído? —volví a preguntar, cuando me acomode en el mueble acolchado.

—Es parte de mi tarea.

—Aunque lo repitas mil veces, yo sigo sin captarlo, explícate bien.

—Ya lo sabrás, paciencia —colocó una mano en mi pierna que vibraba de arriba a abajo, nerviosa e intento tranquilizarme.

—No, nada de paciencia, sabes que escaseo de esa virtud.

—Titi —me tomo de las manos, desprevenida—. Cálmate, no es nada malo. Apuesto que hasta te gustara.

—Spencer —lo llamo la chica joven de recepción—, ya puedes pasar.

Spencer se puso de pie y me ofreció una mano para ponerme de pie junto a él. Lo dudé un momento. Era ir con él o quedarme, y quedarme sola no era una opción. Tome su mano y lo acompañe.

—Muy bien, Spencer, espero que hayas traído lo que te pedí —murmuró una señora sentada en una silla tras un escritorio, sin levantar la vista.

—Sí, Hannita, traje lo que pediste —afirmo Spencer, sentándose frente a ella.

La señora se retiró los lentes de los ojos, colocándolos por encima de su cabeza. Levanto la vista tortuosamente lenta y por la expresión que puso, supe al instante que no era lo que esperaba—. Te dije que trajeras algo muy importante para ti —le recordó con la vista fija en mi rostro, que apuesto estaba color rojo intenso. ¡Muy intenso!

En realidad no procese del todo las palabras de la doctora cuando las dijo. En ese momento mi mente entro en proceso de reinicio, como que todos los circuitos explotaron en sincronía. Aun así me negué a creer esa insinuación, hasta que escuché a Spencer confirmarlo, fue en ese instante que todo se hizo más real.



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En el texto hay: bullying, primer amor, amor inocente

Editado: 04.11.2021

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