La chica de los cabellos rojos

Desaparecer...

Isadora llegó a su pequeña cabaña que quedaba al lado sur del pueblo en una ladera que tenía una vista panorámica hermosa y casi irreal del paisaje que se iba cubriendo de blanco en las altas cumbres. Cerró su auto un fusca al cual consideraba un gran compañero pues jamás la había dejado a pie y era el más preciado obsequió que había recibido en sus 27 años. Entró he inmediatamente el ronroneo de Almendra su gata siamesa la recibió como cada día.

_Hola preciosa cómo has estado, mira lo que te he traído, glotona anda come._ Le colocó la comida en su copón y la acarició cual ritual diario. Luego de un merecido baño de inmersión de relajarse entre sales y aromas se colocó sus medias largas, su suéter rojo enorme y sus pantalones de piyamas a rayas negro. La sopa humeante en su taza con la cara de Frida Khalo, su cama y a disponerse a leer lo que sus nuevos alumnos había escrito sobre ellos mismos. Hubo uno en especial que le llamó la atención. “Minerva Ness”.

“Si pudiera sería invisible, no se de humo o tal vez vapor…mi vida no sería la historia que, algún escritor quisiera contar, no hay nada extraordinario en ella. Yo no quiero que me vean, no quiero que me hablen, yo simplemente quisiera desaparecer…”

Isadora se quitó sus lentes y se recordó a ella misma a esa edad…pero aquí había mucho más que soledad…había tristeza.

 

Miraba hacia el techo, en él había muchos dibujos y frases que fue colocando allí desde niña, uno muy especial que entre trazos de seis años representaban una familia feliz, solo por el detalle diferente que la madre tenía unas rayas de color amarillo que significaban alas. Alas esas alas que a ella le gustaría tener para escaparse para “desaparecer”: Minerva se sentó como un resorte en su cama y se tapó su rostro, qué estaba pensando para escribir todo aquello en el trabajo de la profesora nueva, pensaría que era una demente. Se calzó sus pantuflas y bajo hacia la cocina un vaso de leche la ayudaría está noche tampoco podía dormir.

Vi la luz encendida de la cocina y amago con regresar.

_Hay leche tibia y galletas de nuez, tus preferidas.

Minerva se volvió lentamente, en algún momento deberían hablar.

Pasaron minutos sin que la abuela Tita y ella dijeran palabra. Ese momento pareció eterno.

_Hija te he notado muy rara luego del accidente y no hemos podido charlar, no me has dicho porque te escapaste del hospital…

_Escuche todo…los escuche cuando hablaban con el doctor Argall.

Doña Tita sintió que su cuerpo se paralizaba, su mundo en aquel momento sin dudar se derrumbaba y la mirada llorosa de Minerva sin dudas la hundía en el infierno.

 

 



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Editado: 26.08.2018

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