Capítulo 1
“Ya había soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría”, así que esa misma noche puse en marcha mi plan.
Debía ser cuidadosa, ya que si alguien llegase a notarlo estaba más muerta que el mismísimo Fortunato a la mañana siguiente.
Lo primero que hice fue buscar un par de guantes. Tomé los primeros que ví en el cajón. Eran los que Fortunato me había regalado en nuestra luna de miel, eran blancos y aterciopelados. Cada vez que los usaba él decía que era “su chica de los guantes blancos”. Anhelaba esos recuerdos, esas épocas en las que todo estaba mas que bien y eramos felices, pero todo cambió, ahora era agresivo y alcohólico, también cada que podía volvía borracho del casino, perdiendo así nuestro dinero, el cual sería solo mio luego de esta noche.
Bajé las escaleras y me asomé para ver si seguía en la sala de estar, efectivamente ahí estaba, dormido en el sofá con una botella de vino vacía en su mano.
Era un hombre atractivo a pesar de ser mayor que yo, pero era una mala persona.
Decidida bajé las escaleras, pasé por la sala de estar para así llegar a la cocina. Una vez allí, tomé la cuchilla del cajón que se encontraba a mi izquierda.
Me encaminé decidida hacia él, pero algo me detuvo. Era un sentimiento extraño, como de nostalgia y odio a la vez, un odio muy grande, el cual tapó por completo la nostalgia.
Entonces sin más rodeos procedí a dar la primera puñalada en el estómago, y algo de felicidad creció en mi. Luego de esa siguieron muchas más, una por cada miseria que me había hecho pasar, hasta que perdí la cuenta.
Una vez satisfecha con mi cometido me dediqué a mirar a mi alrededor. La mayor parte del sofá estaba rojo gracias a la sangre de ese bastardo. Mis guantes estaban repletos de sangre, si, esos hermosos guantes blancos, ahora eran rojizos.
Luego de perderme en el momento por unos segundos tomé el cuerpo de Fortunato y lo lleve al jardín, una vez allí lo corte y lo enterré debajo de un hermoso “Haya”, el cual había comprado hace un año.
Mi plan había salido a la perfección. Limpié el sofá y subí al baño, miré mis guantes, el color era hermoso. Se habían vuelto rojos, eran brillantes y llamativos, como dije, hermosos.
Para el final de la noche del 4 de Julio de 1922, ya no era “su chica de los guantes blancos”, porque yo, ya no era su chica y los guantes tampoco eran blancos.
Ahora era “ la chica de los guantes rojos” y esa noche se transformó en mi secreto, mi pequeño y hermoso secreto.