A la salida procuré retrasarme lo suficiente para que nadie me viera encontrarme con él.
En una esquina estaba un carro militar, me acerqué la puerta se abrió, salió y me dejó entrar luego entró él. Quien conducía era su escolta militar.
Nos agarramos de la mano y nos acercamos tanto que en medio de nosotros no cabría ni una aguja, hablamos de todo, nos conocíamos y nos involucrábamos mas.
Así empezó nuestro romance: me iba a buscar todas las tardes, hablábamos de todo y al final me daba un casto beso de despedida. Era todo muy inocente, muy romántico pero para nada infantil, sin embargo existía una sombra latente: mi edad, hacia frenar sus acciones.
Un cierto día escuché decir a Cabo que muy pronto estarían en misión y que tendrían que viajar al extranjero. Mi corazón dio un vuelco enorme, él no me había dicho nada y si a Cabo no se le hubiera ido la lengua no me hubiese enterado de nada.
Meditaba en esto y me asuste grandemente, ir a misión radica estar en combate y él podría salir herido o hasta muerto.
Disfrace mi agonía con rabia puesto que este sentimiento si sabía cómo controlarlo. No quería llorar y lamentarme como una esposa asustadiza, pues no era llorona, me consideraba valiente y mucho menos era la esposa de él.
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Editado: 14.08.2021