Me detuviste en medio pasillo.
Tomaste mi mano y me llevaste a tu habitación.
No sabia que había llorado.
Me sentaste en tu cama y limpiaste mis lágrimas.
Me abrazaste sentandote en mi regaso.
Esas fueron tus disculpas.
Te mire y empecé a besar tu rostro.
Tus párpados.
Tu frente.
Tus mejillas.
Tu barbilla.
Tu nariz y por último tu boca.
Escuche tu risa.
Lleno mi ser y mi corazón.
Tus pequeñas manos tocaron mi cabello y sentí que era como un teléfono.
Vibraron hasta mis huesos.