Quiero volver atrás y jamás haber abierto esa puerta. Tal vez podría haberme detenido a admirar un par de negocios, al menos así él se habría ido.
Pero no, jamás se habría marchado sin antes verme.
—¿Qué haces aquí, August? —pregunto, con un deje de molestia.
Se incorpora, aun sonriente. Me observa por un rato y luego deja escapar un silbido que me pone la piel de gallina.
—Vaya, sí que estas… distinta—es su tonta respuesta—¿Te la has pasado bien en el reformatorio-psiquiátrico?
Está intentando molestarme, y lo peor es que lo está logrando.
—Fue lindo no tener que verte—murmuro entre dientes— ¿Qué haces aquí, August?
Aprieto la mandíbula, los dientes me duelen, pero no me importa. Lo quiero fuera y hare todo lo que este a mi alcance para sacarlo.
—Quería verte—dice al fin—, te he extrañado.
Su confesión hace que la bilis suba por mi garganta. Maldito enfermo.
—Pues yo no, así que vete.
Ladea su cabeza, y sus azules ojos, idénticos a los míos, me observan con un brillo que reconozco bien.
Me aparto al tiempo que salta sobre mí, caigo encima del colchón y ruedo terminando de pie, lejos de él, algo dentro de la mochila produce un crujido, pero no me detengo. Aunque si es difícil movilizarse con ella, no me la quitare.
—Deberías darme las gracias—me dice desde el otro lado, un simple colchón separándonos— ¿Quién diablos crees que te saco de ahí?
Lo supuse, pero no quería saber que habia hecho para yo obtener mi libertad.
—¿Cómo supiste que estaría aquí?
Se encoje de hombros antes de hablar, se moviliza hacia la izquierda y yo hacia la derecha.
Agradezco de que en ese psiquiátrico me hayan dejado entrenarme, aunque normalmente estaba sedada y no podía hacer muchos movimientos.
—Siempre quisiste venir a esta isla—responde—, conseguí que los policías me dijeran tu paradero y pues, aquí estoy.
Con un rápido movimiento se abalanza hacia mí, esta vez no soy lo suficientemente rápida, por lo que me atrapa y aprieta mi cuello con el brazo, siento su aliento en el oído.
—Eres un maldito cerdo—murmuro forcejeando para que me suelte.
Pienso en gritar, pero el parece leer mi mente porque habla antes de que siquiera pueda abrir la boca.
—Nadie te ayudara, pastelito—susurra, su aliento huele a cocaína.
Quiero vomitar. Sé que está en lo cierto, después de todo ¿Por qué alguien me ayudaría? Aun cuando nadie sabe mi… pasado, las personas no ayudan a gente que no conocen, fingen no verles y siguen de largo. Odio por eso a esta sociedad.
—Tienes razón—digo, dejando de forcejear—tampoco es como si lo necesitara.
Sé que no entiende lo que quiero decir, pues el cabezazo que le propino lo toma desprevenido. Cuando giro para enfrentarle, su nariz sangra, pero tiene algo en la mano que llama mi atención.
Un cuchillo.
Ahí es cuando recuerdo la mochila, pero quiero reír (para no llorar), cuando pienso en que jamás me dejarían algo que pueda usar.
Pero recuerdo un detalle que mi hermano no. Y por eso sonrió, la sonrisa del demonio no, como decían todos en el psiquiátrico.
A paso lento me aproxime a la puerta, mientras iba forzando a mi cuerpo, a mi rostro a derramar algunas lágrimas, necesitaba el delineador corrido, como si hubiese llorado.
A este paso, no entendía como esos idiotas no habían entrado.
Cuando al fin lo logre, toque tres veces la puerta, mi hermano seguía intentando controlar su hemorragia nasal.
Era un viejo truco, el de golpear tres veces la puerta, significaba auxilio.
Me aparte al tiempo que esta se abría y un hombre armado, con protector anti bala, de pies a cabeza.
—¡Las manos donde pueda verlas! —le grito a mi hermano
Luego me hecho un vistazo, y fingí soltar un sollozo.
—Quiquis matarme—exagero.
Pero mi plan tiene una falla, el golpeado es August, no yo.
Pero el policía no parece notarlo, pues esposa sus brazos y se lo lleva.
—¡Pagaras por esto Summer! —grita mi hermano mientras lo sacan de aquí.
—Dios no—murmuro—el dinero no me va a alcanzar…
Sé que me escucha.
▼▼▼
Rasco mi nuca mientras veo el letrero “se necesita mesera”
Lo arranco, tal como hice con los otros tres y los meto en el bolsillo de la chaqueta.
Miro hacia ambos lados antes de cruzar a la plaza y sentarme en un banco. Hay familias con sus hijos, algunos me observan y les susurran algo en el oído.
Aunque ellos no lo sepan, parece como que sí. La forma en que me miran y les dicen a sus niños que no deben acercarse.
¿¡Por qué siempre juzgan por la apariencia!?
Digo, podría ser alguien normal, con un afán por los tatuajes que solo quiere ser feliz.
Pero no lo soy, y si fuera ellos, inclusive haría que me maten.
Sacudo la cabeza y saco los papeles del bolsillo.
Dos son en busca de mesera nocturna, una de tatuado, otra de cocinera y una última de cajera.
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Editado: 07.09.2020