Siempre me pregunte por qué el famoso dicho, dice así: “Los niños, los ancianos y los borrachos, son los únicos que dicen la verdad”
Lo he cuestionado por el simple motivo de que mi abuelo siempre mentía, jamás dijo la verdad, y se de ante mano, que hay muchas personas adultas que siguen su ejemplo.
¿Los niños? Vamos, que inclusive yo mentía cuando apenas y tenía cuatro años.
Los borrachos, de ellos sí que lo creo. Normalmente estando bajo el efecto del alcohol, las personas actúan de maneras distintas, llegando así a confesar sus más oscuros secretos a la gente, o hacer algo totalmente estúpido.
Como Amelí en este momento, ella estuvo bebiendo tras la barra un poco de tequila, parece ser la chica no es de las que toman, lo demuestra tu poca tolerancia; pero la pobre quería de acaparar la atención de un joven turista.
Me he reído de ella en un principio, le advertí que tuviera cuidado con la cantidad que ingería, pero ya veo que sea ha pasado mi advertencia por el trasero.
—Arriba las manooos—grita una muy ebria Amelí. Intento llegar hasta ella, pero se me hace imposible, varios hombres la rodean, alguna que otra mujer. Mi pobre amiga esta parada sobre una mesa que se tambalea, sosteniendo en alto lo que creo que es una botella de whiskey, y cantando canciones de Hanna Montana — i make wishes, i have a dreams. And i still want to believe. Anything can happen in this world. For an ordinary girl. —canta de manera desafinada.
—Ames, ¡Baja ya! —grito cuando estoy lo suficientemente cerca. No me oye, o finge no hacerlo— ¡Van a despedirte en cuanto no te bajes de allí! —chillo. El comentario parece llegar a la rubia que me mira, sus grandes ojos verdes están algo rojizos a causa del alcohol.
—Mi padre no se atrevería a despedirme. —arrastra las palabras al momento de hablar.
Quiero golpearla con la botella hasta hacerla entrar en razón, con tan solo imaginarlo, ese viejo cosquilleo aparece en mis manos, despertando después de tanto tiempo.
Por primera vez en años, mis manos son libres, los movimientos que hago no están siendo controlados al cien por ciento, tal vez haya algún policía, pero he estado intentando actuar normal, pueden llegar a hacer la vista gorda.
Me imagino rompiendo la botella en la cabeza de Amelí, su claro cabello tiñéndose de rojo a causa de la sangre que emana a borbotones, la blusa rosa que lleva se salpicaría y sus ojos se pondrían blancos; caería de esa mesa, su cabeza estallaría por dentro, mientras que por fuera solo estaría la sangre provocada por el vidrio de la botella.
Aparto el pensamiento de la mente cuando este comienza a hacer fuerza en mí. No quiero volver a ese lugar, por lo cual, hacer algo así no debe de ser considerado.
Pronto noto que la chica aún sigue mirándome, ya no está la música de fondo que ella usaba como referencia, y las personas se han quedado calladas de la nada.
Borro la sonrisa de demonio que se habia formado en mi rostro sin darme cuenta, al igual que deshago el agarre de mis puños sobre la blusa. Cuando mi mirada se centra ahí, noto las manchas de sangre.
Mi sangre.
Me he lastimado sin darme cuenta, debo de recortarme las uñas si no quiero que esto vuelva a suceder.
—¿Hugguie? —vuelvo mi vista a la rubia, que intenta bajar de la mesa sin caerse o soltar la botella.
Me encuentro ayudándola, sosteniendo uno de sus brazos y dejando la botella totalmente vacía sobre una de las mesas.
—¿Estas bien? —pregunto. Ella asiente, mirando con los ojos muy abiertos sobre mi hombro.
Volteo solo un poco para notar el porqué de su reacción.
—Maldición, Amelí—murmuro, solo ella es capaz de escucharme.
Su padre nos observa a ambas con el ceño muy fruncido.
Debí de haberle roto la botella en la cabeza a la rubia.
♠♠♠
—Vaya, tu ceño está más fruncido de lo usual.
Ruedo los ojos, Juliane me observa tras unos lentes de lectura.
—Casi me corren de mi otro trabajo por culpa de la hija del jefe. —comento mientras limpio la tinta que he derramado en el suelo— ¿Sabes?, esa chica es peor de lo que parece.
Juliane suelta una carcajada y se incorpora cuando la campanilla de la puerta suena, dejando los lentes sobre una pequeña mesilla.
—Nunca juzgues a un libro por su portada—me dice mientras sale de la habitación de tatuajes.
Vuelvo a rodar los ojos, la maldita mancha no sale.
Es cierto que culpa de Amelí me reprendieron como si tuviera siete años, intente explicarle lo que sucedió a su padre, pero él solo quería que hablara su hija. Menudo idiota, debería de reventarle una botella a él también, al menos ahí sus canas serian rojas.
Basta, debo de detener esos pensamientos o terminare haciendo una estupidez.
—Hugguie, tatuaje en la espalda, ¿te apetece o se lo paso a Phineas? —pregunta Juliane a mi espalda, volteo apenas para ver a una chica sonreír con timidez.
Niña pija, seguro que es su primer tatuaje. Aun lleva el uniforme del colegio, es de un azul Francia que resalta con su tono pálido de piel.
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Editado: 07.09.2020