Narra Amelí
—Hay algo raro en ella—le digo a mi mejor amiga. Ambas observamos a Huguette atendiendo a un cliente.
Desde el primer momento que la vi, fue como haber conocido al Diablo hecho mujer; sus ojos azules cargan una malicia traviesa, el tatuaje de lagrima bajo uno de estos es lo más llamativo, y su cabello azabache, porta la mismísima oscuridad del infierno. Hugguie es la clase de persona que provoca misterio a su paso, todo en ella parece fríamente calculado.
La primera impresión que tuve de ella fue un “ella viene a matarme”, pues el primer día entro con paso decidido, camino hacia mí, mientras que yo no podía dejar de observar, atraída, sus tatuajes. Cubren toda clase de piel visible, sus brazos, cuello, piernas y cara; aunque en esta última solo tiene dos.
Puedo jurar que en el preciso momento en que embozó una forzada sonrisa hacía mi dirección, se desato ante mí el misterio en persona.
—No lo creo —la voz de Juliane, mi mejor amiga, hace que vuelva a la realidad—, aun así, no voy a negar que causa cierto… miedo de solo verla.
—No es muy buena con las personas—ironizo cuando la pelinegra pasa cerca de un padre con su hijo y hace una mueca.
—Lo noté, pero es buena en el trabajo.
Dirijo una vez más, mi mirada a la chica tatuada, la cual está viniendo hacia mí con ese gesto sombrío que siempre lleva.
—Dos sándwiches de pavo y una malteada de chocolate. —murmura leyendo la orden en la mini libreta.
Preparo lo que pidió. Siempre he dicho que tengo un amor hacia la cocina, fue ese el motivo que me incentivo a decirle a papá que yo me haría cargo de todo.
A pesar de que a veces las cosas suelen salirse de control. Como mi borrachera de la semana pasada.
Y respecto a eso, aún tengo pesadillas con los ojos de la pelinegra, en su mirada habia un brillo especial, como de deseo por algo no bueno. Todavía recuerdo como sus manos temblaban apretadas en puños, y el pequeño hilo de sangre que corrió por lo fuerte que apretó.
Una idea algo loca cruza por mi mente ¿Y si…?
—Oye Hugguie…—la llamo entregándole lo que pidió. Me observa con una ceja enarcada, un escalofrió recorre mi espina dorsal— ¿Qué harás esta noche?
Noto cierta sorpresa en su expresión a causa de la pregunta, segura de que no se la esperaba. Le sonrío, pero ella no me devuelve el gesto, pues parece estar sopesando su respuesta.
Al final, se encoje de hombros.
—Nada interesante, solo alimentar a un perro callejero.
Mis ojos se agrandan como platos ¡ella tiene un perrito!
Parece notar mi emoción porque sus labios hacen una mueca que intenta disimular con una pequeña sonrisa.
—¿Por qué no vienen ambas a mi casa? —Propongo. Juliane, quien se habia mantenido al margen de todo, enfocada en su celular, sonríe en mi dirección.
Sé que es un “si´”.
—Está bien. —Me sorprende que haya accedido tan rápido, aun así, esta vez intento disimularlo.
♥♥♥
Tres botellas y media de tequila después, Juliane ha caído rendida en un profundo sueño junto al inodoro, mientras que yo sigo tirada en suelo con una gran borrachera encima. Por el contrario, Hugguie no ha bebido mucho, simplemente está allí, con uno de mis libros en sus manos. Es como si estuviese ausente, pero físicamente, aquí esta.
—Cuéntame Hugguie, —arrastro las palabras al hablar—, ¿cómo se llama tu mascota? —quito unos mechones rubios que se me pegan en la frente en lo que ella tarda de responder.
—No tiene nombre. —Responde tajante.
—¿Por qué no?
—Porque eso significaría que le tengo algún tipo de cariño, y no puedo hacerle eso cuando ya tengo su final decidido.
La cabeza me pesa y el mareo se identifica a horrores cuando la inclino tan solo poco. La chica frente a mí, no tiene expresiones en su rostro, ni se inmuta en ningún momento.
—¿Y cuál es su final?
La primera vez que escucho una risa proveniente de ella, es sarcástica.
—La muerte, pues claro.
Soy consciente de que mi cerebro no procesa toda la información, porque comienzo a reírme, como si Hugguie me hubiese contado el chiste más gracioso del mundo.
Continúo observándola, luce tranquila mientras lee Orgullo y Prejuicio, en ciertos momentos su ceño se frunce, me rio de lo rara que queda su cara.
Cuando sus azules ojos me observan, cierro la boca de golpe. Hay algo en su mirada que asusta.
—¿Le temes a la muerte, Amelí? —Pregunta.
Esa es una pregunta que siempre me hice a mí misma. ¿Le temó a la muerte? Sé que muchas personas le temen por el simple hecho de no saber qué pasa, si realmente existe el cielo o el infierno.
No le temo a la muerte, más bien al hecho de ser olvidada a causa de ello.
—No, Hugguie.
La sonrisa endemoniada con la que me observa hace que un escalofrió recorra mi espina dorsal.
—Fantástico.
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Editado: 07.09.2020