La Chica de los Tatuajes

Capítulo 8

Hace 5 años

Mamá caminaba de un lado a otro, con sus tacones de diez centímetros y su perfecto cabello negro recogido en un moño. Todo en ella gritaba “elegancia”, desde su pantalón palazo blanco hasta sus grandes pestañas postizas.

Parecía que iba a una sesión de fotos para una revista sobre empresas, pero la verdad es que solo iba a una cena a la cual, yo tenía que asistir obligatoriamente.

—¡Summer! —Su grito hizo que volviera de golpe a la realidad. Deje de mirar el suelo para centrarme en sus ojos verdes cargados de enojo —¿Podrías bajar de la Luna de Valencia e ir a vestirte?

Rodé los ojos, pero no moví mi trasero de la escalera, eso provoco un chillido por parte de ella y un “iré a buscar a tu padre”.

No entendía porque ella insistía en que asistiera a una de esas reuniones, que se volvían tediosas y poco llevaderas para una adolescente de catorce años.  Lo peor de todo no era eso, si no las capaz de maquillaje que estaba obligada a usar para que no se notasen las obras de arte que llevaba grabadas a tinta negra en la piel. Observe el “funk you” en mi muñeca, lo habia hecho anoche y aún estaba roja.

Mi madre siempre decía que lo mejor de una mujer es su elegancia, cada movimiento que hiciésemos nos definiría, para bien o para mal.

—Mamá va a entrar en crisis, ¿tanto te cuesta ponerte un simple vestido y fingir una sonrisa?

No mire a mi hermano, August era irritante, su sola presencia despertaba una ira en mi interior, la cual no soy capaz de controlar.

—Vete al infierno, August. —murmuro.

Su risa hizo que le dedique una mirada, está detrás de mí, unos escalones más arriba. Luce sus tatuajes con orgullo, porque a él no le dicen nada, su blanca piel hace contraste con el traje negro que lleva.

—Sucede hermana, que no quiero quitarte el trono allí abajo —Pasa por mi lado, dándome una patada en la pierna.

—Pues mejor aún, así te encierro con Hitler. Mira, que hasta se llevarían bien.

Si me escucha, no da señales de ello. Camina en dirección a la biblioteca, seguramente a tomarse una foto pues lo más cercano que estará a leer algo son los mensajes de texto.

Me levanto del frio cerámico cuando veo a mi padre acercarse, sin ganas de escuchar sus riñas subo a mi habitación.

Sobre la cama descansan unos tacones azules y un vestido plateado, no pude evitar hacerle una mueca a todo el maquillaje que debo de usar en mis brazos, ¿por qué mamá insistía tanto en tapar mis tatuajes? ¿acaso ella no se daba cuenta de que eran mi manera de expresarme?

Ella no me entendía, a pesar de no admitirlo. Creía que lo que hice fue un acto de rebeldía, mas solo era mi manera de mostrarle que no soy una niña a la que puede manipular, se equivocó de cría.

Me pongo el vestido, notando que es manga larga, me llega hasta las rodillas y deja toda mi espalda descubierta. Con atención observo la estrella judía que me hice en la parte trasera del cuello, y en mi espina dorsal, todas las fases lunares.

En mi cargante descansan cadenas, dan la apariencia de estar ahorcándome, de no dejarme respirar. Así es como lo siento. No debería de estar vistiendo trajes de galas y altos zapatos, debería de estar leyendo un libro o estudiando para mi próximo examen. Solo quiero una vida normal y nadie parece querer escucharme.

Nadie está dispuesto a hacerlo.

♠♠♠

Actualidad

 

Verdes, como el musgo o el pasto húmedo, esos colores tienen sus ojos. No puedo dejar de observarle, parado frente a mí.

No me saca más de unos centímetros, pues siempre fui la más alta de la clase, tiene el cabello rubio alborotado y su respiración acelerada. Algo en mí se remueve cuando observo sus formados brazos, la camiseta negra que lleva ajustándose a sus músculos.

Ahí está, esa sensación de familiaridad aquella que nunca pensé volver a sentir.

—Tenemos que hablar —repite, como si no pudiese creer que estoy justo en frente de sus ojos. Me observa de arriba abajo, repasa con su mirada los tatuajes visibles, mi larga melena. No lo cree.

Ya me observo una vez así antes, aquella noche en que la lluvia era tan fuerte que apenas y podía ver algo más que los lejanos faroles, la lluvia habia empapado en su totalidad mi ropa, pero no me importaba, yo necesitaba a alguien y él fue ese alguien, eran las tres de la madrugada cuando los guardias le avisaron que yo estaba ahí. Su mirada de sorpresa, en ese entonces tierna, llena de deseo y amor. Pero ahora cambio, me mira con miedo y odio. Todo cambió.

Tardo unos minutos en recordar que estoy en ropa interior y que Amelí está del otro lado de la línea.

—Después arreglamos esto, Amelí. —Le digo antes de colgar.

Aparto la mirada, moviéndome hacia un lado para permitirle el paso al chico enfrente de mí. Controlo mi pose, los hombros rectos y el nerviosismo al ras. No debe notar como comienzo a perder el control.

—Te creía muerta —murmura entrando, Muerte comienza a lamerle las manos cuando Robert se inclina.




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