Eric Zachary toda su vida se había caracterizado por demostrarse ante el mundo que lo conocía que era un hombre bastante frío e intimidante. Aunque hubo una vez que sí era afable y encantador cuando el amor de su vida estaba vivo, pero eso fue hace veinte años. Ahora con setenta y dos años, el tiempo lo atormentó por años por esa ausencia de alguien a quien añoraba volver a ver. O lo hacía hasta cierto día en el que todo empezó.
Nunca supo cuándo sucedió.
Fue como si una nube —o una tormenta— se posara en su cabeza, cambiando así toda su rutina. Comenzó al principio en circunstancias en las que a Eric se le hacía difícil pensar qué debía hacer para resolver un problema sencillo. Pensó que por la edad solo se estaba volviendo un poco torpe, mas ese comportamiento inusual se había repetido en varias ocasiones que no debería de pasar.
Muchas veces olvidaba que había dejado el agua del café montada, repetía una y otra vez la misma página del libro que estaba leyendo, se ausentaba en los compromisos importantes que tenía y también se olvidaba de sus hijas. Eso encendió sus alarmas, pues ellas notaban que esa actitud en su progenitor no era habitual. Él actuaba raro, por no decir que muy diferente al padre que los había criado toda la vida. Olivia no estaba peleando con él por cualquier tontería, ni Emma le escuchaba contar lo que hacía en su día a día.
Era extraño.
Pensaron que pudo haber sido un despiste por melancolía. Como sería el vigésimo aniversario de la muerte de Emily —su madre—, ocasionalmente a ese hombre se le venía todo encima durante esas fechas y se volvía una persona más reservada de lo usual y también perfeccionista, que hasta revisaba una y otra vez sus pasos de lo que debía tener preparado para ese día, que se olvidaba y aislaba del mundo.
Emma y Olivia sabían lo difícil que fue para su padre perder en pocos meses a su madre por culpa de ese mortal cáncer de ovario cuando apenas aún tenían tanto tiempo para disfrutar de la vida. Desde ese golpe tan duro, para su familia nada había sido fácil, mas intentaron ser unidos pese a todo lo que pasó en ese momento.
Creyeron que tal vez era eso, pero algo en la manera de actuar y en hacer sus cosas habituales de su progenitor las dejaba pensando.
Y con la fecha de la conmemoración cerca, no era tan normal que su padre no se los recordara —aunque nunca lo olvidaban— como solía hacerlo con esa larga charla de: “Recuerden que a su madre le gusta esto, recuerden que deben hablarle a su madre de lo bueno y lo malo que les ha pasado porque siempre le gustaba escucharlas, recuerden que su madre…”. Las dos ya se sabían ese largo discurso, pero de tan poca charla que habían tenido en ese día de visita, cuando hicieron memoria, se percataron de que él no se los había dado.
Ambas se miraron fijamente, como si hubieran tenido el mismo pensamiento con respecto al tema sin decirlo en voz alta, pero de nuevo lo dejaron pasar cuando Eric mencionó el tema durante la cena, como si nada hubiera pasado.
Los días siguieron así, hasta que el día del recuerdo llegó. Emma y Olivia fueron juntas a buscar a su padre para ir juntos al cementerio a llevarle los ramos de tulipanes a su madre para hacer que la visita a la tumba fuera más alegre que de costumbre. Querían que fuera especial.
A pesar de que eran veinte años sin ella, aún sentían que estaba ahí.
Las hermanas Zachary Blair, durante el trayecto en coche hacia su viejo hogar, estaban teniendo una charla amena, rememorando entre risas las anécdotas que más les habría gustado vivir con su madre. Esperaban que su padre se les uniera de la misma manera cuando se vieran; siempre les gustó que les contara su extraña, peculiar y mágica historia de amor.
Pero la alegría con que venían pensando en ese recuerdo se desvaneció al llegar a la puerta, donde encontraron a su padre afuera de la casa, en pijama y con un ramo en las manos. Intuyeron que pudo salir temprano a buscarlo, pero verlo allí, en el pórtico, con esas fachas y una mirada perdida —como si intentara asimilar lo que hacía— las preocupó, porque él nunca permitiría que lo vieran en ese aspecto descuidado.
Lo llamaron, mas no las escuchaba, así que no les quedó de otra que tocar su hombro para tener su atención, pero no reaccionó como esperaban.
Eric se sobresaltó. Ver a sus hijas se les hacía confuso, como si fueran unas desconocidas que no esperaba ver. Con duda, no tuvo más remedio que interrogarles para saber quiénes eran ellas.
Ambas se quedaron perplejas con la pregunta. Se lo tomaron como un chiste con el que las quiso recibir para aliviar la tensión del ambiente, aunque no lo creían oportuno.
Sin embargo, no fue solo eso con lo que tuvieron que lidiar. A medida que le hablaban, diciéndole papá, su padre las miró de una forma extraña y, de repente, empezó a actuar como un adolescente, como si volviera a tener dieciocho años. Les decía que no tenía ese tipo de responsabilidades y que no tenían por qué hablarle así, como si intentaran atarlo a una vida que no quería vivir.
Menos aun cuando —según él— ya tenía a alguien que lo esperaba. Eso le hizo caer en un dilema en el que se quedó callado. Eric, sin poder expresarlo del todo, se puso a divagar en sus recuerdos, tanto los distantes como los más recientes.
Sus hijas no entendían lo que pasaba. Sobre todo, Olivia, que se quedó pensando en su comportamiento. Estaba a punto de provocarlo para que dejara de jugar así en un día tan importante.
—Papá, venga, tenemos que visitar la tumba de mamá —ordenó la más joven de las hermanas Zachary Blair.
—¿A mi mamá? —preguntó confundido—. Que extraño. No recuerdo haber tenido hermanas, ni que mi mamá…
—Papá, basta de bromas, somos tus hijas. Hoy mamá está cumpliendo veinte años desde que se fue y nosotros… —tomó la palabra esta vez Emma, sin estar muy segura de que decir—. Nuestra madre, tu esposa Emily, hoy…