La chica de otra realidad I

Epílogo

Los amigos más cercanos de Evan se hicieron cargo de su funeral y entierro.

La policía inculpó a Evan Jones de todo lo ocurrido aquella noche terrible, de nada valió el testimonio del único policía sobreviviente, porque fue destituido de su cargo y enviado a psicoterapia. Larissa no pudo relatar su versión de los hechos debido a su precario estado mental.

 

Aquel día Margaret entró al centro psiquiátrico donde su hermana Larissa permanecía internada desde hace un mes, su rostro estaba muy preocupado, no podía disimularlo. Caminó a la sala de visitas que estaba casi vacía, excepto por dos personas. Se sentó en una silla frente a una mesa y esperó paciente.

 

Una enfermera llevó a Larissa hasta la sala de visitas, empujando su silla de ruedas la dejó justo frente a su hermana, quien agradeció a la mujer, que después se retiró.

Larissa lucía desaliñada, el cabello estaba sucio y esponjado, vestía ese pijama de rayas azules, tenía el rostro demacrado y un gesto ausente que se combinaba con sus ojos verdes, tan abiertos, como inexpresivos. Margaret se quedó silenciosa sin saber que decir

—Hola, Lara, ¿Cómo estás? —preguntó esperanzada a que su respuesta fuera tan buena como en la última visita, cuando por fin pudo hablar algunas palabras claras.

Larissa movió poco a poco sus hombros y brazos entre quejidos de dolor. Luego miró a los ojos de su hermana, parecía que comenzaría a hablar, pero le costaba trabajo, tragó saliva y esforzándose dijo:

—Has traído… Has traído lo que te pedí —dijo con debilidad

—Sí —dijo Margaret, mientras buscaba en su cartera, mostrándole una hoja de papel que dejó sobre la mesa.

Con un gran esfuerzo Larissa extendió su mano para tomar aquel papel, Margaret lo acercó, hasta que su hermana lo sostuvo con fuerza entre sus manos.

—Gracias —dijo Larissa hablando con mayor fluidez, Margaret desvió la mirada, con el mismo semblante atormentado que exhibió desde su llegada—. ¿Qué te sucede, Margaret?

—Nada. Deseo que te mejores pronto, Cariño.

Larissa la miró fijamente, sabía que mentía.

—Quiero irme de aquí.

—Pronto, apenas mejores te sacaré de aquí —dijo Margaret

—¿Hablaste con la policía?

—Sí, ¿Cómo…? ¿Cómo sabes? —dijo sorprendida de aquella pregunta

—¿Qué te dijeron?

—No pienses en eso, solo importa tu salud ahora.

—No me refiero a Evan Jones —dijo Larissa con la voz suave, pero clara—. ¿Qué te dijeron de nuestros padres? ¿Ya sabes quien viajaba con ellos?

Margaret tenía los ojos impactados, la mujer respiraba muy rápido, tenía el corazón empequeñecido y un puño en el estómago que la alertaba de que algo andaba muy mal.

—¿Qué?... ¿Qué crees que me han dicho? —dijo titubeante, sus ojos se habían nublado y su cara enrojeció—. Han equivocado las pruebas de ADN, van a repetirlas.

—No hay error. Debes ayudarme a salir de aquí, necesito irme, tú ya sabes por qué—dijo Larissa con claridad

Margaret frunció el ceño, confundida

—No sé de qué hablas.

—No pertenezco aquí. Necesito volver a mi realidad.

—Larissa, necesitas recuperarte…

—El cadáver que encontraron pertenece a tu hermana Larissa Hillings, lo sé —Margaret lanzó una suave risa, que hizo que algunas lágrimas corrieran por su rostro estupefacto—. Tu hermana murió junto a tus padres, ¿Sabes cómo lo sé? —preguntó Larissa con seriedad, haciendo que Margaret sintiera un miedo que la hizo estremecer, mientras negaba con la cabeza

—¿Cómo lo sabes?

—Porque mi hermana Margaret, la difunta, murió a los ocho años atropellada por un automovilista ebrio —dijo Larissa y Margaret rompió en llanto, sostenía su cabeza como si estuviera enloqueciendo

—¡Estás loca!, ¡Estás demente! —exclamó levantándose acercándose a Larissa, quien de pronto la sujetó de los brazos con una fuerza desconocida

—¡Sácame de aquí, ellos vienen por mí! ¡Ayúdame a volver a mi realidad! —Margaret gritó asustada y fue auxiliada por varios enfermeros que alejaban a Larissa de su lado—. ¡Sálvame, ellos vienen por mí! ¡Veo las luces cegadoras, vienen por mí las luces cegadoras!

Larissa fue llevada a su habitación, mientras le administraban tranquilizantes. Margaret abandonó el hospital, aturdida y desolada.

 

Durante la noche Larissa despertó, se levantó débilmente, pero terminó por caer al suelo, sus piernas temblaban, pero sentía que comenzaba a controlarlas otra vez, la chica se arrastró hasta la ventana fija, echó un pequeño vistazo cuando las distinguió a lo lejos; eran las luces blancas y cegadoras, tan imponentes, que Larissa sintió que había una fuerza omnipotente que la atraía hacia ellas.

La chica chilló de terror, pero luego comenzó a reír, ya tampoco tenía control de sus emociones que iban y venían como una montaña rusa.




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