MARATÓN PARTE 3
ÚLTIMA
Cuando llegamos a Seattle, luego de tantas horas de viaje, el cansancio se apodera de mí. Dormí durante gran parte del viaje, aún así, no ha sido suficiente. Es de madrugada, la ciudad duerme, solo los autos recorren todas sus calles, y algunos negocios permanecen abiertos. He llamado a Sawyer para que me espere en casa, en cuanto recibió mi llamada no dudó en responder con un sí. El auto que hemos alquilado se detiene en la entrada de mi casa, me despido de Flynn y Luz para bajarme del mismo, mi amor me acompaña hasta la entrada, donde mi guardaespaldas personal simplemente abre la puerta y espera dentro.
—Nos vemos por la noche. —Susurra Paul. —Mi futura esposa.
—Me da cositas que me llames así. —Un calor extraño se apodera de mis mejillas. —Pero me encanta que lo hagas. Iré a dormir un poco más.
—Eres como una osita perezosa, has dormido todo el viaje. Pero ve, y duerme mucho. —Me besa en los labios. —Descansen los dos.
— ¿Me llamarás después?
—Si, después de la comida. Así podrás dormir todo lo que desees, entra.
Sonriente.
Ilusionada.
Con la esperanza puesta en muchas cosas, esa soy yo, justo ahora.
Sawyer me recibe con un asentimiento, se encarga de llevar mi maleta a la habitación, luego de eso se va. Me tiro a la cama, entonces la melancolía por saber que pronto he de dejar esto que me ha acompañado toda la vida me embarga. Pero debo crecer, crecer que es de lo que va la vida, apago la luz de la lámpara y me dejo envolver por la comodidad de mi cama, para perderme en un profundo sueño.
Náuseas, náuseas una vez más.
Salgo de mis sábanas para ir directo al cuarto de baño, no puedo creer que hayan vuelto. Malditas náuseas. Bajo la palanca y regreso a refugiarme en la cama, abrazo mi almohada, en La Morenita tenía a Paul para hacerme sentir mejor, aquí estoy sola. Está algo entrada la mañana, alcanzo a ver los rayos del sol filtrándose por la ventana
Un, dos, tres... Respira.
Un, dos, tres... Respira.
Tengo arcadas pero logro contenerlas. Necesito mi zumo con mucho hielo y el té especial de la mañana. Lucía, cuanto te extraño. Me cubro la cara cuando escucho toques en la puerta, ¡No estoy!
— ¿Phoebe? —La voz de mamá inunda la habitación. Instintivamente pongo los ojos en blanco. ¡No estoy! —Sabía que no estaba quedando loca cuando escuché el ruido de la descarga, ¿A qué hora has venido? —No me muevo, finjo seguir durmiendo, no estoy para hablar con nadie. Como toda una listilla que es, me retira la almohada. —Madre mía, pero que pálida estás, mi vida
—Mamá, estoy bien. He llegado de madrugada, Sawyer me ha recibido. Si es todo, puedes irte. —Quiero que se vaya, necesito ir al baño. Inhalo y exhalo con brusquedad.
— ¿Estás bien, mi cielo? —Asiento, pero inmediatamente niego.
¡A la mierda el autocontrol!
Salgo despavorida hacia el baño, apoyada en el váter dejo salir todo. En la vida vuelvo a comer maní, las pocas veces que conseguí mantener despierta en el avión me comía una bolsa entera. Lleva su mano a mi frente, mientras desliza la otra por mi espalda. Consigo sentarme en la tapadera, ella me mira, lo hace con esa mirada tierna y comprensiva que me rompe por dentro. Me sostengo la cabeza con mis manos, me deshago en lágrimas.
—Cariño, lo más seguro es que las horas de vuelo te hayan sentado mala. —No puede hacerme esto. — ¿Quieres que llame a Grace?
— ¡Nooooooo! —Exclamo de prisa. —No le llames, ¿Podrían dejarle tranquila por una vez? No es posible que cada vez que me sienta mal la molesten.
No voy a discutir, no quiero discutir.
Me levanto e ignoro el leve mareo que me produce la rapidez con que lo hago. Me siento en la cama, ella sale tras de mí.
— ¿Segura que es solo por eso? —Inquiere cruzada de brazos. Su mirada grita ¡Culpabilidad! No la miro, no puedo hacerlo. — ¿Y ese es otro bonito regalo de Paul?
Llevo mi mano tras la espalda, vaya, olvidé ese pequeño detalle. Gira sobre sus talones y va a una de las gavetas de la cómoda, saca un sobre; el mundo se desmorona a mis pies. No puede ser.
—Sabes que nunca he sido una madre que fisgonea entre las cosas de sus hijos. —Me lo tiende, el sobre tiene el diseño del laboratorio de la clínica de la abuela. —Pero Gail ha querido hacer orden en el cuarto y lo encontró en el suelo, se te habrá caído por las prisas del viaje. —Traga saliva, se me forma un nudo en la garganta. —Ella me lo dió, sabes que siempre me he preocupado por ustedes, entonces lo abrí, solo que no esperaba encontrarme eso... Solo dime una cosa, ¿Tan mala madre soy para que no confíes en mí?
—Mamá. —Susurro. Qué descuido el mío. —Sabes que eres la mejor y lo mucho que te quiero. Pero debes comprender que no podía decírtelo, no sin correr el riesgo de que papá se enterara antes de que pudiese hablar con Paul.
—Te ayudé, yo mentí para que viajaras a solucionar sus problemas, he pasado inventado excusas a tu padre del porqué no le llamabas, ¿Y no confiaste algo tan importante en mí? ¿Qué clase de bruja cruel crees que soy?
—Lo siento, mamá. Tomé una decisión y ya no puedo cambiarla. De verdad, siento mucho si con ello te lastimé, pero hice lo que consideré lo mejor no solo para mí, sino, para el bebé que ahora espero. Y esto —alzo mi mano señalando el anillo—, es una prueba del compromiso, Paul me ha pedido matrimonio y no dudé en aceptar, pronto nos iremos a vivir juntos. Ahora, si quieres dejar de sentirte una mentirosa, puedes decírselo a papá, me atendré a las consecuencias de mis actos, más no daré marcha atrás.
—Me duele mucho saber que lo ocultaste, comprendo tus razones; de verdad, las comprendo... —las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas, me resulta insoportable verle así. —Pero eso no hace que deje de doler. ¿Pensabas decirlo o ibas a esperar hasta que fuese imposible ocultarlo?