Tulum, México.
El viaje ha sido cansado, al menos para mí. Hemos llegado casi para caer la noche al Caribe mexicano, muy segura de que acabaría maravillada, no quiero nada que no sea dormir o comer, las dos cosas más importantes justo ahora. Lo primero que hago es lanzarme a la cama, es muy suavecita, él se sienta y coloca mi cabeza en sus piernas, lo amo tanto. Le digo que tengo hambre, entonces de decide a pedir la cena con servicio a la habitación, mientras tanto, me encierro en el cuarto de baño para hacer mis necesidades y de paso ponerme la pijama, me mojo la cara antes de salir. Paul se ha encargado de arreglar todo lo que traemos en la maleta, guapo, muy sexy, varonil y servicial. Trae un short veraniego y una camiseta azul, hermoso. El sonido de la puerta distrae a mi pillina observadora, tengo derecho a ver y repasar cuantas veces se me apetezca a mi marido, un carrito con nuestra cena a llegado, destapo todo para observar que quiero comer, no habrá excepción. Nos sentamos para deleitarnos de la buena cuchara de la cocina del hotel, hay cosas que no tengo la menor idea de lo que son, pero igual lo como, ¿Mi parte favorita? El postre, el dulzor inunda mi paladar llenándole de gozo, toda una fiesta para mí.
Observo atentamente lo que ha quedado vacío, no me he dejado nada. Sin embargo, Paul tiene ciertas porciones en su plato, me entra el sentimiento de culpa, soy un animal comiendo sin parar.
—Tengo que controlar mi apetito. Madre santa, ¿Has visto lo que como? A partir de ahora, mediré lo que llevo a mi boca. —Refunfuño.
—Cariño, estás embarazada. Tu apetito es creciente, puedes comer todo lo que desees, claro, menos aquello que te han prohibido. Y sin sobrepasar los límites para mantener el control del peso de la criatura. —Lo miro con la ceja alzada. —Lo haces bien, mi madre en tu tiempo de embarazo ya había cogido kilos extras, tú continúas igual. ¿Adivina quién sí ha subido de peso. —Se señala divertido. —Come lo que quieras.
—No entiendes, Paul —Continúo en mi posición de víctima, como que si me obligasen a tragar. Me levanto de la silla. —Lo peor es que ni siquiera puedo arrepentirme de comer, porque me encanta.
—Ven aquí. —Señala sus piernas, yo ni corta y menos perezosa, lo hago. Enrollo mis brazos en su cuello. —No pienses locuritas. Me enamoro de tí cada día un poco más, preciosa. Me encantas toda tú.
—Zalamero. —Me mofo usando la palabra que Lucia utilizaba con él cuando quería molestarle por pasarse de cortejador. — ¿Podemos tomar una ducha... Juntos?
—Si. Sólo déjame sacar esto y en un minuto te alcanzo.
Le dejo un beso y abandono sus piernas para encaminarme al cuarto de baño. Lleno la tina para empezar a desvestirme, me amarro el cabello en un moño para que no se moje. Miro a través del espejo cuando entra, se quita la ropa de espaldas a mí. Me espera a un lado de la bañera y me sujeta hasta que estoy sentada. Me hago un poco hacia delante para dejarle espacio, el agua se mueve tras de mí cuando ha entrado, pronto sus piernas de deslizan rozando las mías. Me agarro de la bañera para empujarme hacia atrás, pero es él quien tira de mi. Descanso mi cabeza sobre su hombro mientras el agua cristalina nos abraza. El olor a lavanda inunda mis fosas nasales cuando deja caer aceite esencial en el agua. Cierro los ojos y me relajo con su calidez, el agua está deliciosa, me cercioro de ello cuando con sus manos lleva un poco a mis hombros deslizándolas por los mismos.
Dentro de la bañera, con su pecho rozando mi espalda, siento un cosquilleo que se apodera de mí. Su respiración se acelera cuando me muevo un poco para acomodarme mejor. Esto es cosa de dos, tiene sus necesidades y yo tengo las mías. De reojo me encuentro con su azulada y penetrante mirada. La sensación de tenerle tan cerca me pone a cien, su mirada es de deseo y comprendo que sea así luego de tantos meses, noto que está controlándose.
Es nuestra noche de bodas, solo hay una forma de consumarla y que este día maravilloso día quede en nuestra memoria por siempre. Envalentonada y por demás llevada por la locura que por la cordura misma, digo:
—Tócame. —Atrevida, desesperada y hormonal. Me ha escuchado, pero no hace nada.
Me levanto lo suficiente para conseguir girar. Habilidosa como nunca. Sentada a horcadas sobre mi amor, sus labios se entreabren. Entonces, insisto con mi petición.
—Por favor, tócame.
No dice nada, parece perturbado. No es de piedra, y eso que está entre sus piernas me lo hace saber.
-—Phoebe, no... — ¡Maldita mierda! ¿No comprende que lo necesito acaso?
Confesiones, confesiones, confesiones.
Mi llamada de ayer.
—Si no quieres hacer nada conmigo por lo del bebé... Yo llamé a la doctora. —Sus ojos se abren de par en par. —No me mires así, estoy embarazada y mis hormonas se descontrolan. No tienes una idea de lo irresistible y apetecible que eres para mí justo ahora, es por eso que le he llamado para preguntar. Ella dijo que no pasaría nada, todo está normal. El bebé está fuera de peligro, mi amor.
— ¡Vaya, Phoebe! —Exclama alucinado, lo noto. Mimosa lo miro, el temor lo invade. —No quiero hacerle daño al bebé.
—No va a pasar nada, métete eso en esa cabezota que tienes. Necesito mucho de ti. —Trato de persuadirlo con una sonrisa, no funciona. Si las palabras no lo consiguen, tendré que apelar a los hechos.
Sin el menor pudor hago que mis brazos viajen a su cuello, mientras voy realizando pequeños círculos con mis caderas. Cierra los ojos y jadea. Me inclino sobre él para besarle, sus labios no se resisten y juegan con los míos. Sumido en el juego, gruñe. Siento el calor de sus manos subiendo por mí espalda. Rompe nuestro beso deslizando los labios por la mandíbula, avanzando por el cuello, está perdido.