Horas, horas y más horas.
Una hora después de la llamada, ya estábamos en el aeropuerto. Mi padre ha ofrecido su jet para hacer el viaje con mayor comodidad, pues pese a que intentaron convencerme de no viajar, al final lo he realizado, soy muuuuuy terca. Llegamos a Múnich siendo de mañana, por las diferencias horarias, simplemente envío un correo para avisar que hemos llegado perfectamente. Paul llama a su madre para anunciar que estamos aquí, su padre ha sido operado a tempranas horas, eso le molesta porque no le han avisado con antelación. Durante el trayecto del aeropuerto al hospital no para de lanzar improperios al aire, no entiendo muy bien lo que pasa, puesto que lo poco que sé es porque se lo he escuchado a modo de reclamo. Cuando llegamos al hospital, tiende su mano para ayudarme a bajar, lo miro sin saber que hacer, desearía ayudarle pero no sé cómo hacerlo y no quiero decir nada fuera de lugar que le altere aún más. Me dedico a guardar silencio y caminar tras de él. Las puertas del ascensor se abren el el piso seis, tras preguntar a una enfermera, ella nos lleva a través de un pasillo que sirve de conexión con una pequeña sala donde está su madre sentada en uno de los sillones.
—Mamá. —Dice él, de solo pisar la habitación.
—Paul. —Le responde. En su voz se nota la angustia. Él la recibe en sus brazos.
— ¿Por qué no han llamado antes para avisarme? Me parece muy injusto que lo hayan hecho solo porque te ha dado un ataque de pánico al no saber qué hacer. El hombre que está allí es mi padre, y tengo derecho a saber lo que le ocurre. ¿Cómo está él?
—Lo siento. —Se disculpa. —Fue él quien dijo que no te molestarán. Ya sabes cómo es de cabeza dura, y cuando se pone una, no hay quien se la quite.
— ¿Molestia? En serio crees que cualquier cosa que les suceda, fuese lo que fuese, ¿Serio una molestia para mí? Claro, como que si alguna vez lo ha sido. —Murmura con ironía.
—Ha salido bien de la operación, pero esta vez... —Su voz se convierte en un susurro que acaba por terminar.
— ¿Esta vez qué?
—Su ceguera ha avanzado más, es terrible, pero no se ha podido hacer nada. — ¿Ceguera? ¿De qué hablan? Ella solloza. —Eric no nos dijo nada antes, pero ya tiene tiempo así. Y estoy muy molesta con él por ser un auténtico gilipollas insolente.
—Tranquila, mamá. —Besa su frente, lo que me parece muy tierno. —Ahora está mucho mejor, ya habrá tiempo para otras cosas, ahora lo importante es que está bien.
Me apoyo en el umbral. Estoy tremendamente cansada, y hambrienta, pese a que no es el momento adecuado, mi estómago pide a gritos que lo alimente, acaricio mi vientre, mi hambre alocada es por mi bebé. Al separarse, ella me saluda. Mis tripas emiten un ruido para nada discreto. Tres minutos después, estamos camino a la cafetería. Ahora somos dos las hambrientas, la pequeña Rose se mueve con brusquedad, «Lo sé, mi amor. Demasiado tiempo sin comida"». Paul mantiene mi mano unida a la suya, aún en el ascensor. Desde que emprendimos el vuelo a Múnich, hemos cruzado palabras escasas tres veces, tal vez esté molesto por mi insistencia de venir, o sólo sea por la situación. Me apoyo en la pared, la espalda empieza a dolerme, las horas de viaje pasan factura. Un piso antes de bajar, suben unas enfermeras conversando entre sí, pese a que lo hacen con algo de discreción, entiendo perfectamente que por medio de señas, las tres examinan al hombre que va a mi lado, ¿En serio debo aprender a vivir con esto? Pongo los ojos en blanco, que fastidio. Soy la primera en salir cuando las puertas se abren, siento náuseas, provocadas probablemente por pasar tanto tiempo sin probar bocado, cuando en un día normal paso picando todo el día. Inhalo para hacer que las náuseas se vayan, pero en su lugar, solo consigo tener arcadas y busco con el baño. Al entrar, no alcanzo a llegar a los retretes y acabo desocupandome en un lavamanos —Que asco— escupo todo y trato de dejarle limpio cuando me enjuago la boca.
— ¿Estás bien? —Doy un salto del susto cuando Paul habla. Su mano se desliza suavemente por mi espalda. — ¿Consigo un médico?
—Ha sido el ambientador del ascensor, el olor no me ha sentado bien. —Cierro el grifo y me recompongo. —Siento el estómago aislado, en cuanto consiga comer, voy a estar perfecta. —Busco en mi bolso la goma de mascar de menta, fue mi aliada los primeros meses.
—Bien. Vamos a la cafetería entonces. —Se limita a decir. No dejo que tome mi mano.
Era un buen momento para hablar.
Estar bien... Porque ahora mismo, solo quiero partirle la cabeza. Llegamos a la famosa cafetería y no se encuentra demasiado llena, lo que es perfecto, porque de haber mucha gente, acabo por abrumarme. Reconozco a una mujer entre todas las mesas, está sentada bebiendo algo, sin esperar a nadie, me dirijo hacia ella, pero Paul no tarda en seguirme. Ella levanta enseguida y sonríe, las arrugas que se forman en su rostro son evidentes, aún así es hermosa.
—¡Cielo! ─exclama dejando su silla. De inmediato está abrazándole. — ¿Ustedes por aquí?
—He venido con Paul para acompañarle.
—Abuela Sonia, aquí es dónde debo estar.
—Ya me decía yo, eres igual al cabezón de arriba. —Se ríe. —Hermosa señorita, está usted convertida en toda una lindura.
—Hola. —Le doy un beso en la mejilla. —Que alegría verle.
—Phoebe, siéntate con ella. Voy a buscar algo de comer, ¿Se te antoja algo en especial?
—Lo que sea que puedas conseguir me basta, no importa mucho. —Respondo secamente. Estoy molestisima con él.
Asiente, y se aleja a pasos rápidos para ir a comprar. Me siento, me arden los pies.
—Te ves lindísima, de verdad. —Empieza a hablar. —Te sienta de maravillas el embarazo, ya me ha dicho Eric que es una niña, ¡Está vuelto loco con la noticia! Las niñas son su debilidad. —Sonrío a medias. —Mis arrugas no son en vano, y basándome en la experiencia de tantos años, me huele a que algo no anda bien. Cuéntame, ¿Qué ha pasado?