Me entran los nervios.
No puede estar pasando esto, me niego a estar en trabajo de parto, no quiero.
—Llamaré a la doctora, cariño —dice mamá saliendo de la habitación.
¿Me quieren volver loca? No puedo parir a Rose, no ahora. Además, aún no está en tiempo, esto es dos semana menos de lo previsto. Me sostengo de la cama por miedo a resbalar en lo mojado, este pantalón me gusta mucho... Y ahora, está empapado. Miro a Paul, está sumido en su sueño, alejado de todo esto.
—Paul, abre los jodidos ojos. No me puedes dejar sola en esto, mira que tu hija insiste en ponernos en aprietos siempre —sostengo su mano. —Será mejor que despiertes, o te lo pierdes, y entonces voy a golpearte tan fuerte que no sabrás de donde vino.
Mis ojos van a la puerta, la doctora entra con una enfermera. Me mira como diciendo: Te dije que deseaba irme a casa para descansar. Ambas me sostienen para hacerme salir del rincón donde estaba, volteo hacia atrás con la esperanza de que al hombre se le ocurra dar la sorpresa, pero no, continúa en su mismo ser. Se arma el jaleo en la parte de afuera, los hombres parecen volverse locos cuando les mencionan la palabra "paritorio" los pone muy tontos. Al estar en la habitación, mi madre me ayuda a cambiarme y ponerme la bendita bata, que si no paro hoy, habremos hecho el bobo a lo bonito. La doctora Smith parece estar de lo más tranquila, mientras espera a que me acomode en la cama, para hacerme más ameno el momento, cuenta alguna anécdota de un parto donde le han tirado un pedo a la cara cuando estaba en pleno proceso de revisión, me hace reír pese a que yo no quiero, me niego. Es más, me declaro de mal humor.
—Aún quedan dos semanas para la fecha del parto previsto, puede que solo sea un susto, ¿Verdad? —Insisto en que yo no puedo parir ahora, no puedo. Me estoy muriendo de miedo porque sea tan adelantado, pero también me niego a que mi hija llegue al mundo sin que su padre lo presencie.
—Phoebe, ya has roto aguas. Esos son como... unas horas para que el alumbramiento se dé, olvida las semanas, porque es muy posible que esta noche tengas a la bebé en tus brazos. —Le hace una seña a su enfermera auxiliar y ella de inmediato se pone con la libreta. — ¿Has tenido contracciones seguidas últimamente? ¿La última hace cuánto fue?
—Si, pero creí que eran normales. Veinte minutos, creo, mi madre no tardó nada en aparecer después que me diera.
—Ujú, supongo que las has tenido el día entero. —Asiento. Ella se pone sus guantes. —Vamos a revisar qué tal va el asunto por aquí, por favor, abre las piernas. Y, cuidado con un pedo.
— ¿Puede dejar de hacerme reír? Estoy muy molesta, de verdad —ella parece divertirse, pero yo, además de estar enojada, no quiero que se me escape un gas, ¡Que vergüenza! Hago lo que ella me dice.
Aprieto las sabanas al sentir una nueva contracción, que me duele, ¡Joder! Siento sus dedos haciendo contacto. El dolor desaparece.
—Estás en tres centímetros de dilatación. Así que, Phoebe, las contracciones irán aumentando conforme pase el tiempo. El parto puede darse en un par de horas o un poco más que eso, eres madre primeriza y por lo normal, cuesta un poco más. —Se saca los guantes. —Vendré luego para hacer revisión, si crees poder, te recomiendo que camines por la habitación, ¿Gustarias un poco de helado? —niego con la cabeza. —Bien, aquí Imelda estará para tí cuando la necesites, yo regresaré luego.
Ella se marcha, yo trato que calmar mi mala leche. ¿Por qué actúa con tanta tranquilidad? ¡Que me desespero! Parece ser una burla hacia mí. Mi madre sale de la habitación para ir en busca de los otros que se han quedado en la sala de espera.
—Señora, Zimmerman. Soy Imelda Rojas, y seré su compañía en este proceso —me dice ella muy atenta. —Vamos a tratar de sobrellevar las contracciones de la forma más tranquila, además de hacer lo posible por entrar en confianza para hacer más ameno el tiempo que estemos aquí.
—Dime Imelda, ¿Has estado en muchos partos?
—Tengo treinta años ejerciendo, y mi bienvenida fue un parto de trillizos, aquello fue una locura. Después de eso, el único parto que no atendí, fue el mío. —Deja mi carpeta en la bolsa que está colgada por mis pies. — ¿Quieres caminar, Phoebe?
—Creo que si. —Ella me ayuda a bajar de la cama. —Va a doler mucho, ¿Verdad?
—Reina, dolerá lo que deba, pero verás como lo olvidas cuando escuches llorar a tu bebé. Niña, ¿Verdad? —asiento. —Iré anotando la frecuencia en tus contracciones, poco a poco serán más seguidas.
—Y dolorosas, supongo.
—Un poco, si. Sé que lo has rechazado, pero, yo si te recomendaría un poco de helado o gelatina para pasar el rato. —De pronto, en mi habitación aparecen cinco personas. —Que no es fiesta, señores, no pueden estar todos aquí.
Pongo los ojos en blanco cuando todos empiezan a dar sus razones por las cuales deben quedarse. Imelda, no cede, consigue sacarlos de la habitación y hacer que pasen de dos en dos. Theodore se atreve a hacerlo solo, y al pobre le toca soportar el tremendo apretón de brazo que deja mi más reciente contracción. Cuando él se marcha, mis señores suegros hacen el cambio, me quejo, me quejo y me vuelvo a quejar, Paul tendría que estar aquí. La enfermera Imelda, ha conseguido gelatina de limón y una botella de agua, empiezo por dar un par de cucharadas a la gelatina. La señora Judith me dice que en su primer parto, pedía kilos y kilos de epidural, en cuanto le digo que no pienso hacer uso de ella, se va para atrás.
— ¿Ves, cariño? Tú eras la exagerada. Mira a esta valiente jovencita. —Dice él, solo para molestarla.
—Eric, tú no pariste a ninguno de los tres. Sólo participaste de la fiesta y te jodiste con el globo. —Le responde socarrona. Adoro a mi suegra, me río por su comentario. —Así que no opines, porque te parto la silla en la cabeza.
Son una pareja muy divertida. Del hombre serio con el que alguna vez estuve molesta, no queda nada. El señor Zimmerman, es cariñoso y muy entretenido cuando quiere. Y ni que decir de su mujer, ella trae la fiesta a cuestas. Cuando ellos se van, llega el momento de mis padres, aunque mamá gira sobre sus talones cuando al parecer recibe una llamada. Papá, con el rostro instaurado en la preocupación, camina hacia mí al cerrar la puerta. Le hago saber que todo está bien, eso sólo su nieta que parece estarse acostumbrando a darnos sorpresas todo el tiempo. Bromeo con él sobre la paciencia y abundantes energías que deberá tener cuando le toque corretearla por todo el jardín de la casa. Me abrazo a él cuando una contracción llega, él desliza su mano por mi espalda, mientras la otra realiza un masaje en mi cuero cabelludo. Siento que esta vez tarda un poco más en irse el malestar.