La Chica del Lazo Rosa

°Capítulo: 18 - «¿Qué pasó?».

—Sebastián... Sebastián...

La voz desesperada de alguien exclamando mi nombre, así como la sensación de este mismo moviéndome de un lado al otro suavemente mientras trata de despertarme, finalmente logra por hacerlo.

Un pequeño quejido se escapa de mis labios al mismo tiempo que abro lentamente los ojos.

— ¡Gracias Señor...! ¡Gracias Dios...! —Al escucharlo clamar sé que es la voz de mi hermano, por lo que intento aún más aclarar mi vista para confirmarlo, pero me es difícil, mis ojos se cierran solos, y por más que trato de abrirlos por completo no puedo—. ¡Vamos Sebas, tú puedes! Estás bien. Estoy bien. ¡Estamos bien! —Manifiesta al verme luchar, al momento de tomar mi rostro entre sus manos, y con suaves golpes intentar ayudarme a recuperarme.

Luego de unos minutos consigo abrir mis ojos, al recobrar mi visión no puedo evitar fruncir el ceño al encontrarme con el rostro de mi hermano completamente cubierto de sangre seca, sin embargo verlo sonreírme.

—Pensé que te había perdido —Confiesa, y puedo ver cómo sus ojos se cristalizan antes de que este me abrazará.

Me siento tan ofuscado y hasta cierto punto desorientado que no solamente no sé qué hacer o cómo reaccionar sino que me encuentro en una disputa mental sobre si esto es un sueño o no.

Mi cuerpo pesa. Pesa tanto que no puedo corresponderle el abrazo a mi hermano, sin embargo no siento ningún dolor, solo la sensación de pensar una tonelada. Samuel se separa lentamente y al hacerlo se me queda viendo por unos segundos para luego decir.

— ¿Puedes pararte? —Indaga, solo asiento.

Samuel se poner de pie para luego ayudarme a mí hacerlo, pero al notar que no puedo mantenerme por mi mismo, no me suelta.

— ¿Estás bien?

—Me pesa el cuerpo —Inicio—, pero no me duele nada, más que un poco la cabeza —Confieso—. ¿Dónde estamos? —Pregunto luego de unos segundos, con ceño fruncido mientras recorro todo con la mirada.

Nos encontramos en lo que posiblemente sea la parte de abajo de un puente. Enormes columnas de acero nos rodean y a pocos metros las aguas de un río se desplazan, el sonido del agua correr resulta algo relajador. La oscuridad de la noche poco a poco empieza a desaparecer conforme el orto se asoma a la distancia.

Le doy una recorrida rápida a mi hermano, su ropa está completamente empapada de sangre, ahora seca, al igual que su rostro.

—Estoy bien —Dice como si hubiera podido leer mi mente, en el momento que me suelto de su agarre y me apoyo de los pilares que se halla detrás de nosotros—. Sé lo que piensas, pero estoy bien, no me duele absolutamente nada —Asegura, para luego empezar a mover sus extremidades mostrándome lo bien de su estado físico.

— ¿Dónde estamos? —Vuelvo a indagar. Agito un poco mi cabeza al sentir esta empezar a palpitar.

—No lo sé. De hecho tenía la esperanza de que tú supieras que nos pasó o cómo llegamos aquí —Contesta—. No me acuerdo de nada más allá de cuando llegamos a la cabaña. ¿Y tú? —Interroga por último, observándome fijamente. Niego.

—Tampoco —Miento, ya que a pesar de que las memorias no está completamente claras en mi cabeza, pequeños flashbacks de lo sucedido retornan en mi cabeza una y otra vez, siendo la pelea con Elliot el más recurrente de todos.

—Pues debemos procurar recordar, porque si tú y yo estamos bien, sin heridas profundas o golpes, alguien debe de estarlo porque esa sangre que nos cubre debe de ser de alguien —Establece, solo asiento.

Samuel se ensimisma en sus pensamientos, y la expresión de su rostro así como los momentos que hace con su cuerpo solo deja en evidencia el nerviosismo, preocupación y temor que siente. No hay nada peor que saber que algo grave sucedió y no tener recuerdos de que fue así.

Los minutos pasan y mientras mi hermano murmura sus deducciones alocadas de lo que pudo haber pasado, yo permanezco en silencio observándolo. En estos momentos no sé si estoy soñando o si realmente estoy despierto, sin embargo no me importa, verlo tan vivo luego de pensar que lo había perdido me llena de felicidad pero a la vez de angustia, por el solo pensar que quizá todo sea una alucinación mía.

La escena de Elliot dándole el golpe en la cabeza lo tengo tan presente. Siento como un nudo se forma en mi garganta así como mis ojos se cristalizan nublándome la vista. Súbitamente Samuel gira a verme, de forma instintiva limpio con mi mano izquierda las lágrimas que ya se deslizaban por mis mejillas para luego mostrarle una débil sonrisa.

— ¿Estás bien? —Pregunta al acercarse, la preocupación en su voz y mirada era evidente.

La pesadez en mi cuerpo aún no ha disminuido lo suficiente, no obstante, a pasos lentos me acerco aún más a él y lo abrazo, percibo la confusión de su cuerpo por mi acción pero me corresponde.

— ¿Estás bien? —Vuelve a indagar.

Quería agradecerle por vivir, así como disculparme y darle la razón. Fui un imbécil, mi actitud descontrolada puso en riesgo su seguridad y la de todos, mi egoísmo me cegó impidiéndome ver más allá de lo que yo deseaba sin importarme nada más, y al final para qué. ¿Qué pensaba yo conseguir de todo esto?

—Estoy bien —Contesto por lo bajo. A pesar de todo lo que quería decirle esas son las únicas palabras que pronuncian mis labios.

De repente un chillido grave retumba en mi cabeza así como una voz indescriptible murmurando cosas indescifrables. El sonido que sale de su voz al decir cada palabra se escucha como un silbido con fuerza en mi cabeza, sin embargo no me provoca dolor o molestia al contrario, mis piernas falsean y todo mi cuerpo parece liberarse y sucumbir por este. La pesadez que sentía desaparece así como todo la fuerza de mi cuerpo. Me rindo ante mi hermano quien inmediatamente me coloca en el piso con cuidado. Samuel no dice nada solo se sienta y me deja reposar mi cabeza en su pecho mientras me abraza con sus brazos.




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