La Chica del Lazo Rosa

°Capítulo: 28 - «¿Qué le ha hecho?».

Narra Sebastián Bullock
Lunes 14 de noviembre del 2016
 

Luego de que los vi partí, arranque hacia el primer lugar que me llego a la mente. Durante el transcurso para llegar confieso que escaparon de mis ojos lágrimas de frustración y enojo. Me sentía furioso, enojado conmigo mismo, triste y humillado. Estoy atrapado en un problema del cual no puedo salir por mí mismo, tampoco buscar ayuda. La vida de mi hermano depende de mis acciones y yo realmente no quiero hacer lo que me ha pedido.

De solo recordar lo atrapado que estoy estalló en llanto tras detenerme frente a su casa.

Para cuando recuperé el aliento y elevo mi rostro de entre el volante para ver la hora, ya había pasado treinta minutos desde que me estacione. Faltaba poco para las nueve de la noche.

Mi celular empieza a sonar justo en el momento que elevé mi vista nublosa por las lágrimas. No deseaba hablar con nadie en este momento, no solo porque me sentía pésimo, sino porque sabía que mi voz y mi rostro no se encontraba en el mejor momento. Sin embargo, era mi hermano, me llamaba por videollamada y ya tenía varias llamadas perdidas de él.

Por el temor de que quizás desaparezca antes de que pueda volver a verlo, limpio mi rostro con rapidez, aunque no sirve de nada, ya que la coloración y secuelas causadas por haber llorado era evidente, pero, aun así, tras hacerlo contesto.

— ¿Dónde se supone que estás? —Chilla mirándome a través de la cámara.

Su voz enojada se escucha antes de que pueda visualizar su rostro; al ver como sostiene el teléfono tan cerca de su cara, permitiéndome ver su expresión de desaprobación, no puedo evitar sonreír. Me llena de alegría verlo bien, escucharlo, saber que está vivo. La idea de que lo más probable es que ya pronto no estará provoca que unas inmensas ganas de llorar me invadan, pero sacudo mi cabeza en negación de permitirme a mí mismo que eso pase.

— ¿Cómo estás? —Pregunto ignorando su pregunta mientras le muestro una sonrisa.

— ¿Dónde estás? —Bufa. Este se encontraba en su habitación, reconocí la decoración detrás de él. Estaba en casa, seguro.

—Vine a visitar a Joseph. —Confieso aun sonriendo.

— ¡¿Qué?! Por el amor de Dios dime que estás bromeando. —Ruega, pero niego en respuesta y le muestro mi alrededor. — ¡Estás loco Sebastián! ¿Por qué has ido allá a esta hora y solo? —Pregunta molesto.

—Relájate, me iré en un rato, es solo que necesito hablar con él. —Explico recostándome bien del asiento.

— ¿Sobre qué? ¿Qué es tan importante que no podía esperar a mañana o solucionarse por teléfono? —Interroga arqueando sus cejas.

—Tu seguridad. —Respondo en voz baja.

— ¿Qué? —Pronuncia confundido. —Oye, ¿Estás bien? —Inquiere preocupado. Su pregunta me confunde, pero entonces me doy cuenta de que he empezado a llorar. Maldición. — ¿Qué pasa hermano? —Cuestiona asustado.

Me quiero morir. Me duele el pecho a un grado que siento que va a estallar. Tengo un nudo en la garganta que apenas me permite respirar. Temo perderte y aún más ser el culpable de ello. No sé qué hacer, no sé en quién confiar. Quisiera devolver el tiempo, pero es imposible. Me pegaría tres disparos si supiera que al hacerlo todo volver a ser igual. Me odio. Me odio mucho en estos momentos. Lo siento. Perdóname por meterte en esto. Discúlpame por ser un imbécil todo el tiempo. Te amo hermano. —Pienso incapaz de responderle con sinceridad. Por lo que me limito a sonreír y decirle: —Nada, no te preocupes, llegaré a casa en un rato, así que descansa. —Contesto luego de una pequeña pausa en el tono más tranquilo que puedo mientras le muestro mi mejor sonrisa en estos momentos.

—Sebastián, si estás allá para meterte en problemas, te juro por Dios que le contaré todo a papá. —Amenaza y sonrío.

—No te preocupes. Yo no quiero más problemas. Solo quiero salir del que ya me encuentro. —Aseguro.

Estuvimos hablando por unos minutos más hasta que finalmente se tranquilizó. Tan pronto concluí la llamada, salgo de auto y me acerco para tocar la puerta. Para este momento ya eran las nueve de la noche.

—Hola señora Jaime. —Saludo con una sonrisa en el momento que la abuela de Joseph abre la puerta.

— ¡Sebastián, hijo! —Exclama sorprendida. Su expresión era la de una persona que no esperaba ninguna visita esta noche y menos la mía. — ¿Qué haces aquí a estas horas? —Pregunta aún confundida. —No te quedes ahí, ven, pasa hijo. —Me indica pasar antes de que pueda responder.

—Necesito hablar con Joseph. —Respondo adentrándome a la casa.

—Ha de ser importante. —Deduce mirándome. ¿Has comido algo? ¿Quieres algo? —Pregunta afligida, niego en respuesta. La señora Jaime parecía estar preparándose de irse a acostar lo menos que deseaba era hacerla trabajar. — ¿Estás seguro hijo? La cena está aún tibia, puedo calentarla, he hecho una pasta verde deliciosa. —Me anima.

—Realmente no tengo hambre, no se preocupe. Sin embargo, un poco de agua si le aceptaré. —Respondo sonriendo. Sentía mi garganta seca, el llorar me había deshidratado.

—Claro ven conmigo. —Asiente.

La sigo de cerca a la cocina, ella me sirve agua y me entrega el vaso, me la tomé toda de una sola vez. Fue tan obvio mi sed desmenuzará que una vez termino la señora Jaime me extiende la mano una vez término para volver a llenar el vaso.




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