La Chica del Lazo Rosa

°Capítulo: 31 - «Es el fin»

Jueves 17 de noviembre del 2016.

1:45 A.M. 

Narra Sebastián Bullock

 

Luego de que Joseph pareciera como ladrón en la noche frente a la ventana izquierda del asiento trasero de la cual me encontraba recostado, para pedirme mediante señas y gestos que salga del auto en silencio y lo siga, pese a todo lo ocurrido no lo dude un segundo. Salí en silencio y junto a él me escabullí entre la multitud con sumo cuidado para no ser visto por nadie.

En cuanto nos alejamos lo suficiente me pidió que lo acompañara, no era él, sin embargo, aun sabiendo sus intenciones, lo seguí. Se había cambiado de ropa, ahora llevaba un traje de vestir negro con una camisa blanca, estaba bien peinado por lo que seguro le fue sencillo adentrarse al parqueo sin general la mayor sospecha, estaba vestido como cualquiera de los presentes en el funeral.

Lo seguí sin protestar hasta que mis piernas me obligaron a detenerme. Había estado caminando sin descanso por más de tres horas, estaba exhausto.

— ¿A dónde vamos? —Pregunto con voz sofocada apoyándome de su hombre al momento de detenerme. Mi pecho latía con fuerza, por mi barbilla caían gotas de sudor que se deslizaba por mi frente, me moría de sed y me ardían las piernas. —No puedo seguir. Necesito un descanso. —Me quejo tomando asiento en un muero detrás de nosotros. Para este momento yo no tenía idea de donde estábamos ni hacia dónde nos dirigíamos.

—Camina un poco más, ya estamos llegando, es aquella vivienda. —Establece señalándome una casa a lo lejos. Frunzo el ceño. —Vamos. —Insiste obligarme a poner de pie. —Ya tendrás tiempo para descansar. —Observe la morada que decía. Está a penas, se asomaba al final del camino recto frente a nosotros.

Retomo el paso sin decir más, estaba deshidratado por lo que hablar ya se me dificultaba, lo seguí porque pensé que realmente estaba cerca la casa, sin embargo, la perspectiva me jugó una mala pasada, ya que para cuando finalmente nos detuvimos frente a la puerta de la residencia habíamos caminado por casi otra hora más. Estaba muerto.

Joseph abre la puerta y me indica que pase. Nos encontrábamos un barrio desértico, al menos eso aparentaba, puesto que durante el camino me percaté de que todas las casas estaban considerablemente en mal estado y aparentaban estar abandonadas desde hace mucho tiempo, las calles desgastadas y sucias. Poco a poco la vegetación se estaba apoderando del lugar.

— ¿Por qué me has traído aquí? —Indago por fin mirándolo con recelo. Él no me responde, solo se adentra a la casa.

Suelto un bufido para luego enderezarme, al hacerlo escucho los huesos de mi espalda tronar. Sin más remedio, me dirijo a la puerta.

—Sebastián —El susurro de una voz llamándome se escucha como una ráfaga de viento detrás de mí, frunzo el ceño al mismo tiempo que emprendo la búsqueda con la mirada. Fue tan leve y fugar que por un momento pienso que lo imaginé, por lo que sin darle más importancia retomo el paso. — ¿Dónde estás Sebastián?

— ¡Qué diablos! —Exclamo sobresaltado al escuchar nuevamente la voz, más clara y fuerte justo detrás de mi oreja izquierda, fue tal mi sorpresa que doy un brinco del susto para luego escrutar todo el lugar mientras acaricio mi oído, se sintió tan real que percibí el aire caliente de su voz al llamarme acariciar mi piel, lo que provocó que mi bello se erizará y todo mi cuerpo se estremeciera.

—Ignóralo. Te llama porque no te ve y a penas te siente. —Dice Joseph de la nada, fijo mi mirada en él confundido, este se encuentra apoyado de la puerta. Me indica la cabeza, pase para luego adentrarse a la casa nuevamente, lo sigo en silencio.

En el momento que entro, Joseph cierra la puerta y enciende la luz. Me sorprende que aún exista tal cosa en esta vivienda que parece estar a punto de caerse a pedazos. El suelo cruje debajo de mis pies con cada pisada.

— ¿Qué es este sitio? —Indago recorriendo todo mi alrededor con la mirada.

—Es un punto ciego. Arioch no podrá encontrarte aquí. —Establece.

— ¿En serio? ¿Está seguro? —Inquiero incrédulo, pero anhelando su afirmación.

—Visto lo visto, ya no estoy seguro de nada, pero lo normal sería que no pudiera; así que sí, esperemos que sí. —Contesta derrumbando mis esperanzas con cada palabra.

— ¿Cuál es el plan? ¿Por qué me has traído aquí? —Pregunto en el momento que este toma asiento en el suelo, debido a que la casa está completamente vacía. Tras percatarme de ello, frunzo el ceño intrigado, ya que no hay nada de eco pese a eso.

—No puedo matarte porque él no me lo permitirá, así que quizás si permaneces aquí escondido el tiempo suficiente, luego será demasiado tarde para ellos. —Plantea, aunque por la manera que lo dice ni el mismo parece creer en esa posibilidad.

—No tiene sentido. Si piensas que él no puede encontrarme aquí, ¿Por qué no me matas? —Cuestiono y no porque quiera morir, sino porque no entiendo su lógica.

—No puedo arriesgarme.

— ¿Arriesgarte? ¡Has matado a uno de mis mejores amigos animal! Y a su vez, has sepultado en vida a la de Joseph. Lo has convertido en un asesino. —Acuso furioso al recordarlo.

—Lo siento. —Se limita a decir.

— ¡¿Lo sientes?!

—Si él no se hubiera metido...

— ¿Ósea que es su culpa?

—Basta, discutir ahora no nos servirá de nada. —Bufa con desdén. Respiro hundo para tranquilizarme, porque si lo golpeo en realidad no es a él a quien lastimaría, sino a mi amigo, que no tiene nada que ven en esto. Al igual que yo, Joseph no es más que una víctima. —Mejor planeemos cómo deshacernos de Arioch y Leagh, ya luego te encargas de mí. —Manifiesta.

La manera tan relaja y burlona a la vez que utiliza al decirlo, con tanta indiferencia ante la muerte de Mike, provoca que sienta mi sangre arder dentro de mi cuerpo; sin embargo, a su vez es a Joseph a quien tengo frente a mí, no puedo golpearlo, no es su culpa, él solo es una pieza más del juego entre el director y Guztaph, por lo que tras unos minutos de silencio suelto un suspiro y mantengo la calma.




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