¿Alguna vez sentiste que no pertenencias a ningún lugar?
Eso había sentido toda mi vida. Sin embargo Gabriel me saco de ese lugar lleno de oscuridad y martirio.
Él también estaba muy roto por dentro, era un huérfano que vaga por estas frías calles destructivas…Pero la diferencia que teníamos los dos, era que el si había podido sobrevivir a esto.
Estaba metido hasta el fondo en la mala vida, pero era “feliz”.
Le tuve envidia a esa felicidad, yo quería experimentar lo mismo, porque estaba harta de esta realidad. Era perseguida por la oscuridad y me encontraba con las tentaciones de la muerte en cada esquina, agonizaba por un poco de luz aunque fuera efímera.
Gabriel era dueño de un club. Era traficante de drogas. Estaba muy metido en el mal camino. Aun así lo amaba porque era mi ancla.
Disfrutaba con esa felicidad que él me regalaba, me hacía sentir querida.
Deje de tener batallas y comencé a sanar las sangrantes cicatrices.
Pero no me di cuenta que ese chico era un lobo convertido en el corderito del año.
La noche de la traición rompió lo poco que quedaba de mi desecho corazón, este se volvió un oscuro hoyo negro.
Intente acabar con mi vida.
Todavía recuerdo el filo de la cuchilla desgarrando mis muñecas llenas de cicatrices, el líquido caliente y rojo derramándose en mis manos.
Desee la felicidad…Solo un poco de esta.
Algo que aprendí es que:
Las traiciones te calan en lo más hondo de tu ser.
El abandono te destruye cada célula de tu cuerpo.
Y cuando rompen tus esperanzas te matan en vida.