Caminando por el muelle, Charlotte no podía detener ese maldito sonido en su cabeza, pero en unos pocos segundos, cuando se detuvo frente a la heladería…, el sonido se detuvo. Miró a su alrededor para comprobar que no hubiera nadie que hubiera provocado el ruido, pero no fue eso lo que vio, sino que vio a David y a la chica de la capucha roja, charlando.
A pesar de la molestia que le había causado el ruido, se le olvidó por completo cuando una pequeña ola de celos le invadió el estómago. Habían estado hablando mucho esos dos, y a Charlotte no le agradaba nada; de alguna manera, sentía que pasaría algo, aunque no sabía bien qué.
—...estar ahí a media noche —decía David.
Claro. Charlotte lo escuchó. A veces deseaba no tener la habilidad de poder escuchar todo a su alrededor. Le frustraba no poder controlar eso.
—No iré. Tengo la sospecha de que me matará en cualquier momento, el maldito.
—No hables así de él. Se esfuerza, por lo menos.
¿Qué? ¿De quién hablaban?
Charlotte esperó que fuera sólo una broma entre ellos.
—Quédate encerrado con esa gente y él en una cámara de frío y verás lo que sientes —respondió la chica, con tono enfadado.
¿A qué se refería? En serio esperaba que fuera una broma.
Cállense ya.
No quería escucharlos. No debía escucharlos.
Casi siempre que escuchaba conversaciones ajenas, terminaba enterándose de algo que no quería saber y se sentía culpable por no poder decirle a quien estaba involucrado. Nunca eran sus asuntos.
—Tendrás que regresar algún día. Te enviaron unos pocos meses, nada más —dijo David.
Basta. Ya.
Entró a la heladería, deseando dejar de escuchar las voces. Y el mejor remedio fue ponerse los auriculares y poner la música a todo volumen. Aunque primero pidió un helado, claro, como siempre que entraba a ese lugar y trataba de resistirse a comprar nada más que una botella de agua fría.
Se sentó en una de las mesas del fondo y se concentró en la música. A veces ese era el problema: no podía concentrarse, no podía alejar las voces que le hablaban todo el tiempo dentro de su cabeza. Y, como pocas veces, odió sus habilidades, sus… ¿poderes?, ¿dones? Quizá ni siquiera podía llamarse dones; a veces parecían más una maldición para ella. Estaba sola con eso, y lo sabía perfectamente.
Apoyó las manos en la mesa, tratando de calmarse y concentrarse. Sólo tenía que recordar las sesiones de meditación con Alex, que supuestamente le ayudaban a calmarse. Ella no lo creía, pero… la idea era de Alex para tratar de ayudarla, al menos lo intentaría.
Uno… Dos… Tres…
—Cuenta conmigo —dijo Alex—. Uno… Dos… Tres.
Contó hasta diez, como le había dicho, pero no servía.
—No funciona —dijo Charlotte, alejando sus manos de las de Alex rápidamente y moviéndolas en el aire, frustrada.
—No seas idiota. Funciona.
Alex atrapó las manos de Charlotte y las acomodó sobre sus rodillas. Las acarició con una suavidad sorprendente que sorprendió a los.
—¿Esto era un masaje? —dijo Charlotte con la voz temblorosa. Se comenzaba a poner nerviosa.
—Cállate —dijo Alex rápidamente, sonriendo ligeramente—. Cierra los ojos, trata de concentrarte.
Pero no podía concentrarse en las respiraciones, sólo podía notar lo atractivo que se veía Alex con los ojos cerrados. Se veía tan pacífico, tan relajado y tan… ¿Qué? No, no podía pensar eso de su mejor amigo. Su mejor amigo.
Desvió su atención a otra cosa que no fuera Alex. Cualquier cosa. Pero toda su vida era Alex. Siempre había sido él.
Regresó al presente, consciente de las mariposas que revoloteaban en su estómago.
—¿Estás bien? —preguntó uno de los empleados del lugar.
—¿Qué?
Su mirada se dirigió a sus manos sobre la mesa. Le dolían los dedos y no podía mover las manos. Se estaba congelando. Charlotte miró al chico frente a ella con el ceño fruncido.
—Tú no viste nada —dijo con el tono igual de frío como lo estaban sus manos.
El chico se dio la vuelta y se fue.
Charlotte quería gritar, los dedos le dolían terriblemente y la idea de arrancarse las manos cruzó su cabeza por un momento. Con la poca fuerza que pudo reunir se impulsó hasta que sus manos se movieron de la mesa. Pensó que prácticamente se estaba funcionando con la mesa.
Qué había pasado, no tenía idea, pero tenía que salir e ir con su madre lo más pronto posible.