—¿Charlotte? ¿Dónde carajos estás? ¿Estás bien? —decía Alejandro, alarmado.
—Cállate. Estoy bien, en casa… Pero tenemos una situación.
—Esa situación —adivinó. Pensó en el deseo tan grande que sentía de poder llamar situación a algún problema de mujeres que tuviera, pero no era así, probablemente jamás lo sería.
—¿Puedes venir?
—Llego en cinco minutos.
Colgó.
Y casi exactamente cinco minutos después, Alex estaba tocando el timbre desesperadamente, esperando que alguien abriera. Casi, casi pensó que si fuera Charlotte sería mucho mejor.
Charlotte corrió a abrir la puerta mientras Paulina se asomaba desde la cocina para ver si había llegado. Siempre que Paulina estaba nerviosa o estresada, se metía en la cocina para preparar lo primero que pudiera, y la ocasión lo ameritaba.
Alejandro abrazó a Charlotte, sin saber exactamente por qué, pero supuso que fue la carga de emociones que había percibido en su llamada hacía unos minutos.
—¿Qué sucede? —preguntó Alejandro con una nota de preocupación en la voz.
—N-no lo sé, yo… Ni siquiera sé qué pasó.
Finalmente entraron a la casa y se sentaron en el sofá más grande de la sala de estar.
—Charlotte,por favor dime que nadie vio nada —dijo Paulina, poniendo su pulgar e índice en el puente de la nariz.
Y si alguien lo vio, seguro que había pensado que fue una alucinación o algo por el estilo. Es sorprendente cuánta gente sigue sin creer en lo extraordinario.
—Creo que nadie lo vio.
Esa simple respuesta le puso los pelos de punta a Paulina. Ella no creía en que quien viera alguna vez lo que podía hacer Charlotte lo pasara por alto. No todos eran cualquiera.
—¿Creo? —repitió Paulina, apenas controlando el temblor que tenía en las manos—. ¿Cuántas veces te he dicho que, en cuanto sientas algo, lo que sea, vengas directo a…?
—¡Miles de veces! Lo has dicho miles de veces, y sabes que trato de hacerlo, pero ya no quiero seguir siendo la estúpida chica que corre con su madre cuando algo sale mal.
—Char, creo que debes…
—No te metas.
Era la primera vez que Charlotte le gritaba a alguien, y peor aún, a su mejor amigo. Pero en ese momento no importaba si gritaba o no, ya estaba harta, y una vez más, quería dejar de ser especial como su madre siempre le había dicho que era.
—Ya me cansé de ser la niñita inmadura e inútil que me has hecho. Siempre estoy en una maldita burbuja y no puedo siquiera salir a donde quiera sin que algo salga mal o sin que tenga que llamarte.
—No me culpes a mí, Charlotte, no es mi culpa que seas así.
—¡Pero es tu culpa que yo haya existido desde un principio! Es culpa tuya haber sido tan tonta como para embarazarte y tenerme.
Hubo un largo momento de silencio. Ni Alex ni Paulina podían responder nada a eso. Alex estaba decepcionado de su mejor amiga, de que fuera capaz de soltar palabras que quemaban más de lo que alguna vez podría quemar el fuego.
—Ojalá me hubieras abandonado igual que papá lo hizo contigo.
De nuevo, silencio. Nadie lo rompió esta vez. Aunque Paulina juraría escuchar cómo se le rompía el corazón en dos otra vez.
Sin saber qué decir, Charlotte corrió escaleras arriba y se metió en su habitación.
Alex se acercó a abrazar a la que consideraba su segunda madre.
—Lo siento —le dijo Alex. Sabía que no era su culpa, pero le había dolido demasiado lo que dijo Charlotte como para dejarlo pasar, y sabía que le había dolido peor a Paulina.
‣‣‣
Paulina había llorado hasta que se cansó. Y ya no importó si alguien había visto algo sobre Charlotte, sólo importaba el saber lo que su hija pensaba. Además le había recordado a la única persona que había amado de una forma diferente a la que amó a sus padres, o a sus hermanas y su propia hija. Adam. Ese era el nombre del monstruo que la había dejado.
Muchas veces se creía ridícula por seguir sin superar a su primer y único amor, pero algunas veces también sabía que de vez en cuando es bueno abrir las heridas para limpiarlas y sanarlas. Aun así, esta no era una de esas veces. O quizás sí, quizá es de esas veces en las que la herida vuelve a abrirse y hay que limpiarla de nuevo, con desesperación y sin piedad, para que sanen.
—Alex, ve a casa. Tu madre debe estar preocupada.
—Voy a quedarme. Tengo que hablar con ella.
Paulina no dijo nada más; no se esforzaría más hoy. Sólo subió a su habitación y se metió bajo las sábanas.
Alex le envió un mensaje a su madre para que supiera que se quedaría con Charlotte. No esperó que respondiera, tampoco le deseó buenas noches a su madre.
Pensó en prepararle algo de comer a Charlotte, pero revisó el refrigerador y no había nada que pudiera usar para preparar algo de lo que le gustaba. Entonces simplemente subió a su habitación y tocó la puerta.
—Lárgate —dijo la voz lejana de Charlotte.
—Traigo comida —mintió Alex.
Y en dos segundos la puerta ya estaba abierta.
—Déjala en mi escritorio y vete —dijo Charlotte desde su cama.
—¿Cómo…?