La chica evanescente | las memorias de Morrison Craig|

PARTE 1:

Detrás de mi nueva casa hay una pequeña habitación, por las mañanas cuando tomo mi desayuno, la analizo desde la ventana, aún no tomé el valor para ir a allí, no después de que mi hermano menor me trajera la libreta. 

Libreta, que mantenía cerca a cada momento, su interior era dolorosamente atractivo, no podía evitar querer saber más y aunque sabía que en esa estructura deteriorada, más allá de la puerta descascarada roja podría encontrar mucho más sobre ellos, no sentía que estuviera lista.

Con la cabeza un poco más fría y otra taza de café humeante en mis manos, retome la lectura. 


 

“¿Cómo amar libremente a Gema si Liz jamás se irá?

No pude verlo antes, estaba ciego

Ciego de amor y admiración.

Por el alma y el arte que era Gema;

Caí en un pozo sin fin donde me rodeaban sus pinturas, donde oía su voz.

Donde ella era todo lo que podía ver

O eso creí.

No pude ver el deterioro, más siempre sonreía como si fuera plena, siempre irradiaba un positivismo que pocas veces podrían reconocer. 

Y me culpo en parte

Pero más culpo a quienes la dañaron.

Gema...

Por dónde empezar

Podría contar como sentí mi pecho inflarse en júbilo el día que la conocí.

Un capuchino y dos galletas;

Una risa sonora y la disculpa por haberse burlado de mí torpeza, al dejar caer mi propio café, porque al cruzar nuestras miradas, algo impactó en mi, desestabilizando por completo todo lo que soy.

Podría contar que como todo periodista e insistente ser enamoradizo trataba de generar encuentros casuales habitualmente.

Aunque ella lo supiera y sonriera mirando al suelo para disimular mi obviedad.

Podría contar cuando salimos al cine, luego de arduos meses de invitaciones por mi parte y rechazos que con el tiempo se convirtieron en un “si”.

Un clásico de terror como Drácula y luego una cena descontracturada en la feria de comidas mundiales.

Probando las especialidades latinas y bebiendo cerveza de raíz,

O cuando esa misma noche la acompañe a casa y se despidió con un casto beso que removió mi alma hasta la séptima dimensión.

Y así día tras día iba cayendo más profundo en aquel pozo, del que ciertamente no quería salir.

-Pobre ignorante enamorado.- 

Jamas vi el vacío que sus ojos reflejaban

Jamas vi como cubría sus brazos o se alejaba si me acercaba demasiado.

O sus cambios de humor repentinos, donde podría sentir sus abrazos o rechazarme fríamente. Recuerdo sus palabras en un día otoñal:   "hoy te veo pero mañana quizá no y me aleje o te odie" me reí creyendo que era una broma y lo dejé pasar.

No fue hasta que desapareció.

Se fue

Sin dejar rastro

Y por semanas o meses, ya no se...

La busqué, todos de hecho.

Pues era una presencia que no pasaba desapercibida entre la gente.

Era hermosa de pies a cabeza

Pero estaba rota;

Dañada hasta los huesos

Pase horas y horas sentado frente a su casa, en el auto o en la calle. Recorriendo hasta los barrios más bajos, marchando como un ente sin alma ni propósito, agotado y desesperado. 

Solo transitando 

Pensando que la suerte es amiga de la acción y por ello la incesante búsqueda no pararía.

Puedo contar el terror que me recorrió cuando la vi por casualidad a las afueras de la ciudad, lo que me hizo salir casi saltando del auto para verificar si aquella mujer desarreglada era ella.

Y en parte sí.

Pero, Gema jamás estaría así, con las manos manchadas de sangre de quién sabe qué, con ojeras y el pelo enmarañado, sólo con un sweater largo que llegaba a cubrir hasta las rodillas.

Dejando a la vista marcas y rasguños que dolían de solo contemplarlos, descalza al punto de temblar y vaya uno a saber cuánto tiempo pasó así.

Demacrada, con la mirada ausente.

El querer acercarme y recibir un grito ahogado en furia, empujones y lo que percibí como desvaríos insultos.

Esa no era mi Gema

Era Liz

La oscura y putrefacta versión que tan oculta llevaba.




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