La chica evanescente | las memorias de Morrison Craig|

PARTE 4:

Han pasado más de dos semanas en donde no me acerqué a la capilla. Como si fuera posible, los vecinos concurren con más frecuencia e incluso, muchas personas de pueblos aledaños estaban llegando por recomendación. Por las noches se oía desde mi casa el canto con fervor y en consiguiente gritos que llegaban a ponerme nerviosa. No se como explicar esa sensación de temor que sube por mi cuerpo. Esos gritos dolorosos traspasan calles y paredes hasta mis oídos y aunque intento hacerme la distraída, cada vez son más fuertes. 

Deje de leer la libreta de Morrison, varias cosas estaban acechando mi mente y temí estar demasiado paranoica como para distinguir la realidad de aquellas ideas que él había escrito a puño y letra. Pensé que alejarme y pasar tiempo con mi familia sería algo positivo para reponer mi energía puesta en esas horas de ocio que habían captado más de lo esperado. 

Salí para mi viejo hogar cargando lo necesario para estar al menos un fin de semana fuera del pueblo. Lo disfruté demasiado y en ese momento pensé que todo lo que estaba sintiendo era propio de la tensión por el lugar que había elegido como hogar. 

No fue hasta los dos días previos al solsticio de invierno que las cosas con los “blasfemos” se pusieron extrañas. 

Como cada noche, esta no era la excepción y el jolgorio retumbaba por donde fuera, entonces decidí bajar para prepararme una taza de té para relajarme y lograr conciliar el sueño. La lluvia era cada vez más fuerte y ruidosa, aunque eso no quitaba que aún oyera las plegarias de las puertas de carmín. 

Algo logró frenar mi intención de regresar a la comodidad de la cama, la libreta estaba en medio de la mesa abierta y no recordaba haberla dejado allí, pero la curiosidad fue demasiada y no pude resistir a continuar. 


 

“He regresado al pueblo y el valor dejo mi cuerpo cuando tuve que ir a verla/s, todo sigue igual por aquí. 

Los vecinos son los mismos, los viejos amigos también e incluso esa maldita capilla sigue en pie y por lo que sé más fuerte que nunca. 

He intentado que mi vuelta sea incógnita, como si eso le importara a alguien. 

Me arme con todo lo que había quedado de mí para acercarme a la misma habitación en la que se hallaba. Por más que me pesara el pensamiento Gema seguía siendo el gran amor de mi vida y así mismo Liz la gran pesadilla que me jodio todo. 

Ella estaba de espaldas cuando llegué, lucía pulcra y perfecta como la primera vez que la vi, sus ojos brillaron y supe que era mi pequeño ángel, creí que podría verla sonreír pero no fue así. 

Estaba enojada por haberla dejado, dolida por mi abandono, sin embargo logró agradecer mi ausencia porque gracias a eso, ella había encontrado paz en compañía de ellos. 

No supe qué decir o hacer, solo me acobarde cuando su voz llegó a mi, sentí mis piernas temblar y la imperiosa necesidad de correr a rodearla en un abrazo. 

Prometí volver a visitarla con la certeza de que no volvería a dejarla sola, pese al mal presentimiento que albergaba mi interior, yo la necesitaba como el aire para respirar. 

Pensé, como todo niño ilusionado, como todo inocente que cree tener esperanza para ser feliz o cambiar eso que en algún momento hirió. Que esta vez, todo sería distinto. 

Quería con cada centímetro de mi ser, poder levantarme cada día y no ver un fantasma en el espejo. De alguna u otra forma todo lo que pensé sanar en mis años lejos había sido no más que un cuento, porque al momento en que ella o ellas posaban sus ojos en mí, todo lo que era se veía vagando a su merced. 

En la segunda visita, ella me confesó más de lo que había pedido o mejor dicho sus relatos me transportaban a esos momentos, pude suponer que así era o quizá mi mente carroñera se empecinaba en recrear algo de lo que no tenía conocimiento. Por las noches la soñaba sentada en la arena, sonriente mirando al agua y entonces volteaba con lentitud y parecía verme, pero no era a mi. 

La veía a esa, la falsa pregonera de la creencia quién era predecida por su horda de sanguijuelas, esta se acercaba a Gema y la tendió sobre su espalda para robar aquello que la hacía el ángel que era. Su esencia, su alma, era absorbida para darle paso a la oscura Liz.

Solo para regocijarse de su propia debilidad, solo para mostrarme que yo no significaba nada para ella como quería, no era su ancla ni su norte. Solo era un tonto que la amaba al punto de no saber huir. 

Recuerdo su tenue voz diciendome “el mundo es un lugar hambriento, tienes que saber jugar con estas reglas” 

Pero la vida no era un simple juego, no para mi… pero para la prole de los infernales lo era. Ellos acomodaban las fichas en su tablero a conveniencia en donde no tenía lugar. Puesto que sabían mis movimientos e intentos por destruirlos pero en eso solo lograba desarmar mi propio ser. 

Los primeros días fueron así, charlas sencillas que me hacían conservar la confianza en un futuro que fuera favorable para nosotros, su risa era la armonía que le había faltado a mis días y me replantee si al final había valido la pena dejar que me consumiera el desasosiego. Y entonces días previos al solsticio de invierno, vi que aquella mujer salía de la habitación de Gema, no puedo negar el pánico que sentí, porque cuando su mirada llegó a la mía y esa sonrisa oscura surgió, todo mi cuerpo perdió vitalidad. Y mi primera reacción fue deplorable, salí corriendo del edificio, temblando de pies a cabeza, rompiendo con mi palabra. 

La noche del gran evento cósmico, me encontraba sentado en mi pórtico, viendo el cielo como si fuera lo más interesante. Cuando oí mi nombre, era Gema, llamándome con dulzura. No pensé en nada más que seguir el sonido de su voz. 

Un error más para esta alma pecadora…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.