Poco a poco iban entrando los últimos estudiantes a la sala y ubicándose en sus lugares.
Veía grupos de chicos que llevaban su balón de fútbol, otros que no despegaban sus ojos del celular. Chicas con estilo dark. Había un grupo de solo chicas y todas tenían ojos azules o verdes, algo poco usual, pensé.
Pero había un grupo en particular que llamó mi atención. Eran cuatro chicas, todas muy bien arregladas para un salón de clases. Una era morena, con muchas curvas; demasiado voluptuosa para mi gusto. Otra de las chicas era blanca como el papel, y de su melena caían unos hermosos rizos color azabache. Una de las otras era de piel bronceada y tenía los ojos tan cerrados que daban la sensación de que, en cualquier momento, se dormiría. Y la última tenía una piel clara, ojos verdes y cabello castaño hasta la cintura. Si bien no resaltaban en belleza, cada una tenía un atractivo.
Entraron juntas, saludando a todos lados, y se sentaron en el último rincón del salón.
Al volverme hacia mi compañero de banco, me dijo:
—Ellas son Ruth, Angelina, Rosie y Nicky. Son muy populares dentro del salón y en el resto de la escuela. Siempre están juntas y no suelen relacionarse con otras personas o incluirlas en su grupo, aunque suelen ser muy agradables con todos.
Me volví a girar y las observé arreglarse sus cabellos, retocar el maquillaje y mirarse en un espejo pequeño que se compartían.
En eso, la maestra saludó, dio la pauta de lo que haríamos en la clase y, como si casi lo olvidara, me dio la bienvenida y me hizo presentarme frente a todos.
Yo, tímidamente, me puse de pie, me giré para mirar a todos y dije:
—Hola, soy Charlotte Martin.
Miré a la maestra con cara de súplica y me senté. Sentía todas las miradas en mí y temía que mi rostro estuviera rojo de la vergüenza. Pero mi compañero Joaquín me distrajo y entretuvo cambiando de tema. Era bastante agradable.
Nos pidieron realizar una actividad del libro de Historia, en parejas. Podíamos trabajar en cualquier lugar de la sala, oír música con los audífonos o simplemente conversar entre nosotros, si manteníamos el orden. Así que con Joaquín nos giramos y empezamos a trabajar mientras hablábamos con Christopher y su compañera de banco, Marion. Ella tenía una mirada felina y unos grandes ojos verdes. No dejaba de mirarme.
Luego de trabajar en la guía un rato, apareció la amiga de Marion. Otra chica de ojos azules y nariz alargada. Daba la impresión de estar frente a una bruja de Salem, pensé. La oí decir que se llamaba Francis y me preguntó mi nombre y de dónde venía.
—Soy Charlotte. Vivo en el condominio "Las Magnolias" y soy nueva en la ciudad.
El lugar donde yo había llegado a vivir era muy conocido, ya que era el único sector residencial de toda la ciudad. Se levantaban distintos bloques de departamentos de tres pisos; había zonas para niños, gimnasio y áreas verdes para compartir. Mis cuatro compañeros abrieron los ojos como platos, como si yo viniera de otro mundo. Y no los culpaba. No era común que los habitantes de ese lugar fueran a una escuela pública, además de alejada. Pero para mí esas eran cosas sin importancia.
Volví a lo que estaba haciendo, cuando sentí delante de mí una presencia. Levanté la cabeza y vi a una pareja de compañeros. Me sonrieron y me preguntaron mi nombre.
—Soy Charlotte.
Se secretearon y se fueron.
Volví a fijar mis ojos en el libro, cuando alguien tocó mi hombro. Volteé y vi a Rosie y a Angelina.
—Hola, tú debes ser Charlotte, la nueva, ¿verdad?— preguntó con interés Rosie.
—Hola, sí, soy yo.
Angelina me preguntó:
—Debes ser nueva en la ciudad. No te habíamos visto antes.
Y Rosie añadió:
—Conocemos a casi todos los chicos de la ciudad. Somos las invitadas VIP de cualquier fiesta aquí —terminó de decir, acompañada de una carcajada.
—Sí, llegué hace poco. La verdad, no he tenido tiempo aún de conocer el lugar.
—¡Pero Charlotte, ni más faltaba! El próximo fin de semana hay una fiesta en casa de Justin. Te pondremos en la lista, si quieres. Así aprovechas de conocer más y hacer amigos —me alentó Angelina.
—No sé si sea buena idea. Tampoco sé quién es Justin —admití.
—Justin es el novio de nuestra amiga Ruth —mencionó Rosie, y señaló a la morena voluptuosa.
—Es un chico muy popular y es el mejor del equipo de fútbol. Por eso la mayoría de chicas babea por él y los chicos quieren ser tan buenos con la pelota...
—Y con las chicas —dijo Angelina, con una mirada cómplice.
—Ah, ok. Veré qué tengo pendiente para estos días y les aviso si puedo ir.
Ambas asintieron con la cabeza.
—Ah, y chicas, gracias por la invitación —les sonreí en forma de agradecimiento, y ellas volvieron a sus puestos.
Durante el resto del día no hice nada fuera de lo común: trabajé en equipo y, en los recreos, vi a lo lejos a mis hermanos y, con un movimiento de cabeza, los saludé.
Por fin sonó el timbre para ser libre, y yo, que ya tenía todo listo en mi mochila, me levanté de inmediato en dirección a la puerta, cuando recordé que debía despedirme de mis nuevos amigos. Me giré y, con cara de felicidad, les dije a mis compañeros de banco:
—Adiós, chicos, nos vemos mañana.
—Que tengas un lindo día —me respondió Joaquín, y me sonrió.
Me dispuse a caminar hacia los pasillos con la intención de encontrar a mis hermanos, pero solo divisé a Sam.
—¿Charlie, cómo estuvo tu día? —me preguntó Sam, quien me llamaba así de cariño.
—Bien. Compartí con un grupo de compañeros y otras chicas me invitaron a una fiesta el fin de semana —le conté.
—¿Tú, en una fiesta? —preguntó escéptica, con una ceja levantada.
—Sí, yo. Pero aún no sé si iré. Debo ver cuánta tarea me dan para los días libres.
Sam no despegaba los ojos de mí. Cuando llegamos a la salida, vimos a Fede reunido con sus amigos. Se despidió de ellos y se nos unió en el camino a casa. Sam no pudo callarse y le contó la "exclusiva":