La Chica Nueva

CAPÍTULO 4

Visualización de SebastiánYo no presté atención. Estaba muy entretenida con mi novela cuando, de repente, sentí a alguien acercarse y ocupar el espacio vacío del sofá. Giré la cabeza, dispuesta a lanzar una mirada rápida y volver a mi lectura, pero entonces lo vi.

Era un chico delgado, de piel clara, ojos azules y cabello rubio, corto pero cuidadosamente peinado. Tenía ese aire despreocupado que, sin esfuerzo, resulta encantador. Durante un instante, el tiempo pareció pasar más lento. Él no dijo nada, pero al notar mi mirada, esbozó una sonrisa ligera, casi cómplice, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Y, sin entender por qué, mi corazón se aceleró. Tal vez fue la forma en que me miró, o la naturalidad con la que había invadido mi espacio... Tenía los labios rellenos, lo que les daba un aspecto delineado, y eso los acentuaba más. Me estaba mirando con una sonrisa.

—Disculpa, no quería interrumpir. Suelo sentarme aquí a menudo. No viene mucha gente, por lo que este sofá es como mío —dijo, sonriéndome ampliamente.

Yo, un poco confusa, solo asentí con la cabeza.

—Tú debes ser Charlotte, la chica nueva de segundo año, ¿verdad? Yo soy Sebastián, un gusto —y me extendió la mano.

—Eh, hola. Sí, soy yo —dije, pareciendo una total estúpida.

¿Por qué no puedo tan solo expresarme con fluidez, armando oraciones completas en vez de solo balbucear? ¡Por Dios! Sebastián tenía una sonrisa amistosa, no dejaba de mirarme y me hacía sonrojar.

Iba a continuar con mi lectura para así disimular lo incómoda que me sentía, pero justo tocaron el timbre que anunciaba el fin de la clase. Así que tomé mis cosas, devolví el libro y me dirigí hacia la puerta para salir. Al instante, recordé mis modales y me giré para despedirme de mi compañero de sofá, pero cuando estaba volteando choqué con algo blando y alto. ¡Era Sebastián! Ahora sí que no sabía dónde meterme. ¡Ay, Charlotte, cómo tan idiota!

El golpe botó su celular, así que me apresuré a tomarlo y se lo di. Él me miraba con cara de curiosidad. Y era de esperarse, estoy segura de que en su vida había conocido a alguien tan torpe como yo. No había notado lo alto que era, por lo menos al lado mío, que parecía un Minion.

—Lo lamento, no sentí que hubiera alguien detrás de mí. No quise botar tu celular. Soy un poco... —torpe, quería decir. Pero él se me adelantó y terminó la frase.

—Despistada, creo —y se rió.

Lo miré, tratando de descifrar cómo alguien que no me conocía, en menos de diez minutos, notó lo "despistada" que era.

—Sí, eso creo —suspiré.

—Debo irme. Y de verdad lo siento.

Sebastián puso una mano sobre mi hombro. Sentí su calidez al tacto, y me agradó. Debió pasarle también, porque lo noté estremecerse.

—Tranquila, me hiciste un favor. Con lo viejo que está, ya era hora de cambiar esa porquería.

Me sonrió y abrió la puerta para salir. El patio estaba repleto de estudiantes. Algunos comían, otros jugaban fútbol. Ahí divisé a Fede con su grupo de amigos; jugaban en compañía de Justin. Era de esperarse, pensé. Había grupos bailando al ritmo del K-pop y otros en sus celulares.

A lo lejos divisé a la siempre sonriente Samantha. Estaba muy cerca de un chico de cabello largo, amarrado con un moño. Era de cabello negro oscuro y usaba lentes. Se veía serio, pero, a la distancia, se notaba que tenía rasgos dignos de un muñeco. Era bastante guapo. Probablemente era uno más de la lista que moría por salir con Sam. Pero ella no quería nada serio, solo se dejaba querer. Después de que su primer novio se fuera del país de un momento a otro, sin previo aviso, no volvió a salir con ningún chico en una relación formal. Supongo que tenía miedo de volver a sufrir.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos que me olvidé de Sebastián, que estaba a mi lado.

—Oye, nueva, ¿qué clase tienes ahora?

Me costó un poco formular la respuesta, pues me costaba recordar mi horario.

—Clase de gimnasia, ¿por qué?

—Yo también. Si quieres, podemos hacer pareja, así estás con alguien que conozcas. Después del golpe, ya estamos en confianza, ¿verdad? —y soltó una carcajada.

Yo solo sonreí para no parecer poco amistosa.

—Después de todo, eres la primera chica que me da un golpe. Y espero que la última también —añadió, y volvió a reír.

Nos apresuramos a la cancha de baloncesto. Ya había allí algunos chicos. Aproveché de quitarme el polerón para estar más cómoda y me hice una cola en el pelo. Como aún quedaba recreo, comí una barra de cereal y algo de fruta. Apenas terminé, sonó el timbre de inicio de clases.

El profesor se acercó con una carpeta y comenzó a pasar lista. Cuando comprobó que estábamos todos, dio las indicaciones:

—Chicos, hoy vamos a practicar los tiros al aro, la posición de las piernas y brazos. Así que, mientras tanto, troten alrededor de la cancha para calentar.

Sin mucho ánimo, hice lo que pidió. La actividad física no era mi fuerte, pero hacía lo que estuviera a mi alcance. Iba por la sexta vuelta cuando sentí a alguien correr al lado mío. Era Sebastián. Se veía tan bien, incluso corriendo. Era esbelto y con un cuerpo tonificado. Él claramente era un deportista.

*****

A veces, los encuentros más inesperados son los que nos marcan.

Charlotte solo quería leer tranquila, pero apareció Sebastián... con su sonrisa fácil, su mirada azul imposible de ignorar, y esa forma tan natural de hacerla tropezar (literal y emocionalmente).

Fue torpe, fue incómodo... y fue el inicio de algo.

Porque así comienzan muchas historias: con un sofá compartido, un celular caído y un "tú debes ser la chica nueva", que suena más a destino que a casualidad.




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