La Chica Nueva

CAPÍTULO 18

—No necesito llevar una pulsera con tu nombre para recordarte. Pienso en ti más de lo que me gustaría, Sebastián —le confesé, mientras bajaba la cabeza por la vergüenza.

A pesar de que no me llamaba la atención buscar una pareja, no podía negar que Sebas era muy atractivo físicamente. Tenía una sonrisa cautivadora, pero lo que más me gustaba era su personalidad: sin importar cuán "popular" fuera, él era sencillo y amigable, y no iba con esa actitud de engreído.

Lo miré fijo a los ojos y él hizo lo mismo. Me tomó de la mano y caminamos así por un rato. En silencio, solo disfrutando de la compañía del otro. De repente él rompió el silencio.

—De haber sabido que Fede tenía una hermana tan atractiva, en muchos sentidos, hubiera aceptado antes la invitación a su casa —me dijo mientras me sonreía de lado.

—Aunque siendo sincero, si Fede hubiera sospechado la razón de mis visitas, probablemente ahora mismo irías caminando con mi cadáver —dijo acariciando mi mano.

Y era cierto. Si bien mi hermano no solía involucrarse en mis asuntos, no sé qué tanto le podía importar que yo estuviera "saliendo" con un amigo suyo. Más sabiendo las veces que me referí a ellos como: chicos inmaduros, demasiado infantiles para tomarlo en cuenta y holgazanes.

—¿En serio crees que Fede se molestaría contigo? —le pregunté.

—Mmm, sé que el hecho de fijarme en su hermana no sería tanto problema. Él está al tanto de cómo Sam y tú llaman la atención de los chicos, así que no es algo que pueda evitar. Pero no le agradaría que sufrieras, si ese fuera el caso. Pero no lo será —dijo con una sonrisa de satisfacción.

Tomados de la mano, caminamos un par de cuadras hasta mi casa. Cuando llegamos, sentí que no quería dejarlo ir. Había una necesidad nueva en mí, que me pedía estar cerca de Sebas. No sé bien cómo explicarlo, pero sentía una presión en mi pecho y un vacío en el estómago cuando se me cruzaba la idea de que debía irse.

—Sebas, si quieres puedes pasar. Mamá debe estar trabajando aún—.

Me apoyé en el marco de la puerta, esperando que él aceptara mi invitación. Asintió con la cabeza y entró después de mí. Me fui a la cocina y busqué algo para comer, puse todo en una bandeja y nos fuimos al patio trasero. Sebas se acomodó sobre la silla mecedora y yo lo seguí.

—¡Wow, Charlotte! No pensé que me quisieras conquistar con comida —dijo Sebastián riendo—. Este sándwich está exquisito.

—La cocina es mi talento oculto —dije levantando mi cabeza con orgullo.

Ambos reímos.

—Sebas, ¿por qué no fuiste al entrenamiento hoy? Pensé que estarías con Fede—.

—Primero, porque quería estar contigo, después de lo de hoy en la biblioteca... —no pude evitar sonrojarme al oírlo.

—Y segundo, porque tengo prohibido por el médico entrenar o jugar fútbol, por lo menos hasta evaluar unos exámenes—.

Me sorprendió lo que decía. No estaba al tanto de ninguna enfermedad que tuviera Sebas.

—Pero, ¿tú estás bien? ¿Es grave?—.

—No, es solo que luego de un partido quedé con dolor en una pierna. Pero es normal después de recibir un golpe. Así que me hicieron exámenes de rutina, es eso nada más. Quédate tranquila.

—Ah, entiendo. Pensé que era algo grave —le dije. Me rodeó con su brazo y lo puso sobre mis hombros.

—Gracias por preocuparte por mí, Charlie—.

Le sonreí y me acomodé en su hombro. Estuvimos así por un rato, mientras le buscábamos forma a las nubes. Hablamos de nuestras clases preferidas y así, todo se hizo más agradable a su lado. Sebas era realmente un buen chico. Muy gracioso, atento y siempre estaba sonriendo. Sin duda, alegraba a quien estuviera a su lado.

—Sebas, ¿por qué siempre eres tan alegre? Nunca te veo serio o enojado—.

Sé que no era de mi incumbencia, pero me causaba curiosidad.

—También me enojo, no soy perfecto, Charlotte. Pero trato de disfrutar más la vida, de no molestarme por cosas banales. Lo de ser alegre es parte de mí. Prefiero ver el lado bueno de las cosas, aunque sea algo mínimo. Pero siempre hay algo bueno que rescatar —me dijo mientras su mirada se perdía en la distancia.

—Antes, era un poco más serio. No me gustaba que mis padres me dijeran qué hacer o me negaran salidas. Pero hay situaciones que te hacen cambiar y apreciar más a quienes tienes cerca. A no perder tiempo con enojos o dándole tantas vueltas a cosas pequeñas—.

Sentía que había algo más detrás de todo lo que decía.

—¿Y a ti te cambió una situación en especial?—.

Lo vi vacilar su respuesta.

—Sí. Me tocó vivir algo muy difícil, una situación que hasta hoy me cuesta superar... Hace unos años, perdí a mi abuelo materno. Era el mejor. Siempre atento, cariñoso con sus nietos, le gustaba cocinarnos nuestros platos preferidos. Siempre dedicando su tiempo a enseñarnos, y eso vale más que cualquier regalo material—.

—Lo siento, no lo sabía—.

—No pasa nada. Asumo que para todos es difícil perder a un ser querido. Pero cuando se trata de alguien que te dio tanto amor y de la forma en que él se fue... Eso cambia todo—.

No podía imaginar lo que Sebastián sentía. Yo tenía vivos a mis abuelos, por lo que no había experimentado algo como él. De repente Sebas me sacó de mis pensamientos.

—Se suicidó. Nunca supimos qué nos faltó hacer para evitar que llegara a eso. Pero supongo que cuando llevas años con una depresión oculta, no hay nada que puedas hacer para evitar esa decisión, esa salida de escape para quien el día a día es un martirio. Nadie lo vio venir, era tan alegre—.

En ese momento sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas. Lo abracé y oí cómo se quebraba.

—Tranquilo, Seba, la decisión que tomó él no es culpa de nadie. Quizás solo lo vio como la forma en que encontraría paz. Está bien que aún te duela. Él significaba mucho para ti —le dije mientras sentía cómo Sebas, en cada sollozo, me abrazaba más fuerte.

—Lo vi un día antes, Charlotte. Si hubiera sabido que sería la última vez, lo hubiera abrazado sin soltarlo más —me dijo con palabras entrecortadas. Cada palabra me conmovía más, sentí muy mía su tristeza. Pero no quería que entre los dos tuviéramos un mar de lágrimas. Así que solo lo consolé.




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